Mike Blackness. Fragmento nº 11. En el Valhalla Dimensional.

Tuesday, 04 February 2020 12:35 Administrador
Print
There are no translations available.

Con tan sólo esas seis reglas, aquel paraíso del caos y de la libertad personal llevaba en funcionamiento desde que se acabó la Singularidad. Los moradores de aquella utópica microsociedad que parecía inventada por alguna mente trastornada, ejercían su derecho a vivir su vida sin límites morales o éticos, huyendo de las convenciones sociales establecidas por la civilización actual. Los Moradores del Valhalla Dimensional seguían los dictados de su propia conciencia (en el caso de que tuvieran conciencia) y vivían en aquella prodigiosa y sucia burbuja, unos pocos en busca de su yo más auténtico, buceando en su psique, ajenos al ruido y a la furia de los elementos que se arremolinaban allá fuera, dentro de los límites de aquel lugar inverosímil, otros muchos enfrascados en la búsqueda insaciable de placer, algunos más entregados a una perversión irrefrenable y a la violencia apenas controlada por el Ojo por Ojo que se aplicaba a rajatabla, vigilados por el Ojo Que Todo Lo Ve.

Diez años desde su formación y la población del Valhalla Dimensional no había hecho más que crecer. Aquella microsociedad de exdimensionales sin líderes, sin gobierno, sin partidos políticos, sin policía, sin prisiones, sin niños, sin escuelas, sin límites de ningún tipo, funcionaba increíblemente bien. Aquella distopía fundada recién estrenado el segundo milenio por unos cuantos dimensionales insensatos, a día de hoy muertos ya debido a la aplicación sistemática de sus propias reglas de asesinato legal y ojo por ojo vengativo, convertía en anacrónico cualquier acercamiento hippy sesentero a una sociedad libre e igualitaria y era un imán para todos aquellos dimensionales amantes de lo diferente, de lo absurdo, de lo raro o los que buscaban el placer embadurnado de dolor o la felicidad al borde del abismo.

Los Moradores del Valhalla Dimensional habían huido del mundo, del Multiverso de la Desigualdad Recalcitrante como le llamaban ellos, de razas y clases, de megaricos y ultrapobres, de capitalismo exacerbado y absurdo crecimiento perpetuo, de países ricos que cuentan y países miserables prescindibles, en fin, de la estúpida y decadente democracia de las megacorporaciones, y habían acabado en aquella microsociedad violenta, brutal, histriónica, pero chispeante de libertad, iguales los unos a los otros. Pero iguales de verdad, no como cuando el utópico marxismo devino comunismo para demostrar que algunos cerdos son más iguales que otros (George Orwell dixit).

Se trataba, sin duda, de una auténtica anomalía, digna de estudio. En el Valhalla Dimensional, situado a doscientos metros de profundidad, no había luz natural ni lluvia, no existían las estaciones, ni hacía frío ni calor, pero dimensionales que no se habían adaptado a la vida en sociedad en el Multiverso que les había tocado vivir, habían decidido hacer de aquel insólito lugar su hogar. Si bien es cierto que en ninguna parte del Multiverso la libertad de cada cual se ejercía hasta sus últimas consecuencias como allí, no era menos cierto que tampoco existía otro lugar donde la vida de una persona tuviera al mismo tiempo un mayor y un menor valor. En este sentido, el Valhalla dimensional era el heredero directo del viejo oeste americano. Pero sin sheriffs ni marshals. A pesar de todo, el Ojo por Ojo funcionaba a la perfección. La ventaja era que allí, al contrario de lo que ocurría fuera, en el mundo que todos conocemos, la vida de cada morador valía lo mismo que la de cualquier otro y que todos, absolutamente todos, eran iguales ante la muerte, sobre todo ante la muerte violenta. El más adinerado tenía las mismas posibilidades de ser asesinado que el vagabundo más arrastrado y sus asesinos, las mismas posibilidades de morir por el Ojo por Ojo.