Es hora de volver

Monday, 07 January 2013 02:28 Administrador
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Todo se acaba. Así es amigos. Todo lo bueno se acaba. Y mi año sabático toca a su fin. Apenas me quedan veinticinco días para volver al trabajo. Y no es que lo haya echado de menos. Qué va, para nada. Es que se me acaba el dinero y hay que pagar las facturas. Y me sabe mal porque no he concluido mis proyectos literarios, ni mucho menos. De la obra de teatro tan sólo he terminado el primer acto, aunque la tengo planteada y de la novela, a pesar de que llevo bastantes capítulos, me quedan muchas, muchas páginas por escribir. Es una ardua tarea y es tan difícil como pensaba o quizá más. Pero no pienso dejarlo, y a partir de febrero tendré que robarle horas al sueño y a mis otras actividades para poder finalizarlas. Puede que también el blog resulte perjudicado, pero intentaré seguir paseando mis pensamientos por la red aunque sea con menor asiduidad. Al menos, en este tiempo he escrito un libro de poemas y otro de relatos, que ya inscribí en el registro de la propiedad, nunca se sabe, pero que ni me he planteado llevar a editar, y es que, ¿a quién demonios le pueden interesar esos poemas y esos relatos? No tengo ni idea.
Cuando empecé a escribir el blog estaba ilusionado y les di a familiares y amigos el nombre de la página. Pero cuando vi que al cabo de muchos meses ni a mis hermanos, y tengo tres, ni a mis amigos, y espero que sean más de tres, les había interesado lo suficiente como para leerme y, si habían leído el blog, no me habían hecho el más mínimo comentario del orden: oye, tus poemas son cursis o me gustó o no me gustó tal relato o lo que dijiste sobre aquel cantante o escritor, o yo qué sé, prefiero tus cuentos a tus poemas o me gusta tu sinceridad o yo también vi esa peli y me gustó tu crítica, no sé, algo así, decidí no dar mi página a ningún conocido más. Bueno, no ha sido así exactamente, tres amigos me han hecho algún comentario y se lo agradezco, Emilio, quizás el que mejor me conoce y con quién he compartido más cosas, Toni, mi compañero del Camp Nou y Joan Francesc. El resto nada, silencio. Si hay algo peor que una mala crítica, es la ausencia de ella, vamos, que lo que haces sea invisible, intrascendente. Pero la vida es así. Ha pasado casi un año desde que dejé de dar la página y he de pensar que esas más de 11.000 visitas que ha tenido el blog son de personas a las que no conozco y a las que les agradezco que hayan estado al otro lado de la pantalla compartiendo, en silencio, mis historias y mis inquietudes. Este blog, a diferencia de otros muchos igual de respetables, tiene un carácter anónimo, y me gusta que sea así y lo escribo básicamente para mí, para ordenar mis pensamientos y para demostrarme a mí mismo que puedo escribir sobre casi cualquier cosa, no sé si con talento pero al menos con criterio y sentido común. Y lo bueno de poseer un ego enorme (sí, tengo ese pequeño defecto pero no hay que preocuparse tengo otros para hacerle compañía), es que te importa poco o nada lo que piensen los demás sobre ti o sobre lo que haces, lo que realmente importa es lo que que piensas tú.
El problema de tener un ego desmesurado y de que nunca hagas las cosas para los demás sino para ti mismo, es que tú siempre estás ahí, observándote. Y no te perdonas ni una. Eres acusador, juez y jurado. Así que no hay manera de escaquearte. No vale decir, ahora que no me ve nadie, voy a hacer esto que ya sé que está mal y que no debería hacer, o no esforzarte al máximo en cada una de las cosas que acometes, o dejar los proyectos que inicias sin terminar. Todo eso es imposible. Tienes que hacerlo siempre lo mejor posible. Sí, lo sé, lo sé, es agotador, llevo así toda mi vida y para esto no valen años sabáticos, es hasta el final. Te pongo un ejemplo concreto, por si no queda claro lo que significa todo esto, tú puedes estar a punto de llegar a casa reventado de trabajar, quizás muerto de hambre y justo en el portal te acuerdas de que querías hacer tal cosa para quién sea, un familiar un amigo, o te has comprometido con algo o con alguien, y nadie se iba a enterar si no lo haces, ni nadie sabrá jamás el esfuerzo que te supone en ese momento dar media vuelta y cumplir con eso que te habías propuesto. Pero no hay negociación posible porque estás ahí observando y sabes que si no haces ese último esfuerzo, no vas a poder aguantarte a ti mismo luego, así que hay que pringar y portarse bien. Tu vida está salpicada de miles de escenas como esa, y van de detalles insignificantes a decisiones trascendentales. Esta filosofía de vida tiene aspectos positivos y negativos. La parte buena de mi particular filosofía vital es que tú sólo tienes que mantenerte fiel a tus principios, que no tienen por qué coincidir necesariamente con los de los demás, ni con las reglas establecidas, ni con los dogmas imperantes. Son tus principios y están cuidadosamente elegidos asumiendo, eso sí, que tu libertad acaba donde empieza la de los demás e intentando, en la medida de lo posible, no hacer daño a nadie. Esos principios te atañen esencialmente a ti, a tu manera de comportarte en este mundo, a tu relación contigo mismo y con los demás y al modo en que eliges vivir esta vida. Esos principios están grabados a fuego en el reverso de tu piel y son más importantes que tu propia vida. No se pueden transgredir bajo ningún concepto. Jamás. Y aquí viene la parte negativa de esta digámosle, doctrina íntima. Si llegaras a cruzar esa línea infranqueable, no te digo rozarla, te hablo de cruzarla de verdad y caer al otro lado, en el lado oscuro, entonces, mucho me temo que no hay vuelta atrás, es una pendiente hacia abajo hasta el final. Lo sé, lo he visto en otros. Es un camino de perdición total. Hay personas de extremos, capaces de lo mejor y de lo peor, y es bueno conocerse a uno mismo. Si tú eres de los míos, por favor, no vendas tu alma al diablo. Aguanta el tipo.
Por hoy basta ya de ponerme tan serio. Este año me he divertido. ¡Dios, Cómo me he divertido! Éstos últimos meses, sobretodo, cuando cogí la dinámica. Te cuento un día cualquiera y me entiendes. El viernes me levanté, tarde, y pasé un par de horas con unos amigos del trabajo en su oficina y después, improvisando como siempre y aprovechando el día veraniego que nos había regalado este tiempo loco de enero, llevé a mi madre en la moto a comer a un restaurante italiano del Born y paseamos un buen rato por las calles del barrio, que está precioso. ¡Cómo ha cambiado desde que yo era pequeño! Yo viví algunos años en ese barrio, que fue el de la infancia y juventud de mi padre. Mi madre tiene ya ochenta y un años, pero está en plena forma tanto física, camina seis kilómetros en el gimnasio cada dos días, como mental, te mantiene una conversación a un alto nivel sobre cualquier tema y encima, cuando tiene un buen día, es la más enrollada y simpática de la familia. Cuando dejé a mi mamá en casa para ver su telenovela (que no se la quiten, es sagrada, mi hermanos y yo sabemos, por la cuenta que nos trae, que no podemos preparar nada entre las cuatro y media y las seis y media si queremos contar con ella, un día entre semana), y tras dos horas de lectura, tres de escritura y dos de gimnasio, ya a las doce de la noche me puse a tocar el piano hasta las dos, esperando a que me llamara un amigo para ir al pub a jugar una partida de poker. ¿Habrá un tío más feliz? Hay que hacer algunas puntualizaciones. Primera: al piano le puse el silent, no puedo esperar que mis vecinos tengan los mismos horarios intempestivos que yo, hay que respetar a todo el mundo. Segunda: estos días estoy de Rodríguez total, mi novia está en su tierra natal con su espectacular abuela de casi noventa años, (un beso abuela), y no suelo echarla de menos hasta la segunda o tercera semana, con lo cual me acuesto a las tantas, ayer, por ejemplo me quedé escribiendo y escuchando a Lightnin Hopkins en los cascos hasta las cinco de la mañana. Tercera: la clave para aprovechar el tiempo y, aunque trasnoches, no quedarte todo la mañana tirado sin hacer nada es poner el despertador y luego, claro está, hacerle caso. Yo duermo unas siete horas, si me acuesto a las tres pues me levanto a las diez, si lo hago a las cinco pues salto de la cama a las doce como hoy. Es fácil. Sigo con mi relato de un viernes cualquiera de mi maravilloso año sabático, que era justo lo que tenía pensado escribir hoy. El caso es que cuando me llamó mi amigo y me personé en el pub a las dos y media, los tíos habían cambiado de opinión, les parecía muy tarde para empezar una partida y me arrastraron al Luz de Gas hasta las seis de la mañana. Y no estuvo mal del todo. Aunque la música no es lo que era. Pero se podía bailar si ingerías la dosis adecuada de alcohol.
Las serpientes de mis botas, quién sabe si impulsadas por una venganza claramente a destiempo, se las arreglaron para hacerme un nudo en los pies y me hicieron caer en medio de la pista de baile. También es verdad que el suelo estaba bastante resbaladizo. Y no es menos cierto que el quinto ron de la noche, eso sí diluido en el principal alimento de la subespecie humana que soy yo, la coca cola, era un exceso evidente. Después de una caída aparatosa como la mía de ayer, y cuando por fin consigues levantarte, eso si, tiernamente ayudado por tus compinches, las caras de los cuales se debaten claramente entre la burla más descarnada y la preocupación por si te has roto el culo, y compruebas que has resultado ileso excepto en el orgullo, sólo hay un camino válido: reírte de ti mismo. Pero a carcajadas. Eso hice. No te puedes tomar demasiado en serio a ti mismo, la vida se puede convertir en una tortura. No lo hagas, hazme caso. Por otra parte, dejando de banda a los clásicos del whisky, como mis amigos de la Universidad, Emilio, Toni y José Manuel, a los que agasajé el jueves con una velada de poker, pizzas, Jack Daniels y un 12 años que con el tiempo que llevaba en el mueble bar debía ir por los 16, y a aquellos que sólo se dejan seducir por las modas, como esa manía que le ha entrado a todo el mundo de tomar gin tonic (el viernes vi más combinados de esos que crápulas en la noche), a los demás, especialmente a la gente a la que le gusta probar cosas nuevas, os recomiendo Sailor Jerry, un ron especiado con vainilla, canela y un toque de lima que está fantástico. Vale la pena. Lo probé por primera vez en el Ocaña, uno de los locales más cool de la ciudad, situado en la Plaza Real y donde toca a veces un pianista amigo mío, y tengo en mente buscar alguna bodega para comprar una botella y elevar así el nivel de mi mueble bar.
Y esto es todo amigos, el marcador de palabras de mi Ipad me está avisando de que ya llevo dos mil. Considero que es un número respetable y que ya está bien por hoy. Me ha encantado compartir estos pensamientos con vosotros. Gracias por estar ahí.

 

Cuando empecé a escribir el blog, estaba ilusionado y les di a familiares y amigos el nombre de la página. Pero cuando vi que al cabo de muchos meses ni a mis hermanos, y tengo tres, ni a mis amigos, y espero que sean más de tres, les había interesado lo suficiente como para leerme y, si habían leído el blog, no me habían hecho el más mínimo comentario del orden: oye, tus poemas son cursis o me gustó o no me gustó tal relato o lo que dijiste sobre aquel cantante o escritor, o yo qué sé, prefiero tus cuentos a tus poemas o me gusta tu sinceridad o yo también vi esa peli y me gustó tu crítica, no sé, algo así, decidí no dar mi página a ningún conocido más. Bueno, no ha sido así exactamente, tres amigos me han hecho algún comentario y se lo agradezco, Emilio, quizás el que mejor me conoce y con quién he compartido más cosas, Toni, mi compañero del Camp Nou y Joan Francesc. El resto nada, silencio. Si hay algo peor que una mala crítica, es la ausencia de ella, vamos, que lo que haces sea invisible, intrascendente. Pero la vida es así. Ha pasado casi un año desde que dejé de dar la página y he de pensar que esas más de 11.000 visitas que ha tenido el blog son de personas a las que no conozco y a las que les agradezco que hayan estado al otro lado de la pantalla compartiendo, en silencio, mis historias y mis inquietudes. Este blog, a diferencia de otros muchos igual de respetables, tiene un carácter anónimo, y me gusta que sea así y lo escribo básicamente para mí, para ordenar mis pensamientos y para demostrarme a mí mismo que puedo escribir sobre casi cualquier cosa, no sé si con talento pero al menos con criterio y sentido común. Y lo bueno de poseer un ego enorme (sí, tengo ese pequeño defecto pero no hay que preocuparse tengo otros para hacerle compañía), es que te importa poco o nada lo que piensen los demás sobre ti o sobre lo que haces, lo que realmente importa es lo que que piensas tú.