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ACERO Y PLATA DE LUNA

Mis relatos Mike Blackness. Fragmento nº 3. Mike

Mike Blackness. Fragmento nº 3. Mike

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Hay algo que tienen en común el Agente Especial Mike Blackness y el Sujeto 237.

Y no es el hecho de que ambos tengan las manos manchadas de sangre. Sí, ambos matan, pero no es comparable. El Sujeto 237 asesina a pobres mujeres indefensas y saquea sexualmente sus cuerpos ya sin vida y lo hace porque es un enfermo mental, un psicópata serie prémium o alguien que ha perdido todo aquello que caracteriza a un ser humano. Ese ser infecto y despreciable se ha convertido en un depredador atroz que caza seres humanos para destrozarlos sin piedad, un monstruo infame que vive para destruir vidas humanas y que disfruta con ello. El diagnóstico es inapelable. Y no tiene cura. O sí la tiene. Sólo una.

Un tiro en la cabeza antes de que cambie de fase.

En cambio, el Agente Especial Blackness mata porque es su deber. Su trabajo consiste, precisamente, en eliminar a esos asesinos psicópatas. Y hacerlo lo antes posible, con la mayor diligencia, para que dejen de segar vidas humanas. Y al Agente Especial Blackness no le gusta su trabajo. Si alguna vez disfrutó con ello eso ya se acabó. Tantas muertes han pasado factura. Ahora es un hombre atormentado que preferiría no tener que hacer lo que hace: aniquilar a esos seres de cerebro deforme. Pero tiene que hacerlo, no puede desentenderse. Imposible eludir su responsabilidad. No puede decirse a sí mismo que otro ya hará su trabajo. Resulta que no hay nadie más que pueda hacerlo.

Esa es la cuestión.

No existe prácticamente nadie más porque Mike es especial. Es diferente a la inmensa mayoría de la gente. Y esa diferencia, muy a su pesar, le acerca al Sujeto 237. Ellos dos son diferentes en la misma medida. O casi.

El Agente Especial Blackness y el Sujeto 237 no viven su vida en un único universo como el resto de la gente. Los habitantes de este mundo viven una vida lineal, en una única dimensión. Cuando llega la noche o es la hora de ir a dormir, pues, lo hacen, desconectan y le dan a su cerebro el necesario descanso. Y al día siguiente se despiertan y la vida sigue igual. Quizás haga sol o esté lloviendo o tal vez hayan pasado una mala noche o el día anterior haya sido el más feliz de su vida. Pero la vida sigue exactamente donde la dejaron antes de cerrar los ojos. No hay mayor complicación. Para el Agente Especial Blackness y el Sujeto 237 la cosas no son tan sencillas. Ellos se despiertan cada mañana en un universo diferente.

Su realidad ha cambiado.

En ocasiones, tan sólo se trata de pequeños cambios. Imperceptibles. La mayoría de las veces, su vida y la vida de la gente que les rodea han variado completamente. Han tomado otros derroteros.

Las personas de este mundo tenemos una falsa idea de control. Pensamos que controlamos nuestras vidas, que quizás tenemos un destino. Qué equivocados estamos. Y lo entiendo. Lo entiendo perfectamente. Necesitamos creer que lo tenemos todo controlado, que dependemos de nosotros mismos, que nada ni nadie nos apartará de nuestro camino. Si no fuera así, nos convertiríamos en seres anodinos, miedosos, no nos atreveríamos ni a salir de casa. Pero la realidad es bien diferente. Dependemos en gran medida del azar, de las circunstancias, de las casualidades, de terceras personas, de los fenómenos de la naturaleza. Existen miles, millones de variables que determinan que cada día de nuestra vida pueda convertirse en un punto de inflexión y cambie nuestro futuro para siempre. Una mañana pierdes un tren, llegas tarde al trabajo y te despiden. Después de dar muchas vueltas finalmente acabas en otro lugar, en otra ciudad, en otro país, con gente diferente a tu lado. Quizás más feliz. O quizás otro desgraciado solitario más, perdido en una gran ciudad. Llegas diez minutos más tarde a un local de lo que tenías previsto y a la persona que estaba destinada a ser tu pareja para el resto de tu vida, no la llegas ni a conocer. Y todo cambia. Un semáforo se pone en ámbar, apuras el paso sin mirar para cruzar (esa prisa estúpida que nos persigue a todas partes, producto de esta sociedad acelerada), y el conductor de un coche, un inconsciente que recibe un mensaje en el móvil, que desvía la mirada involuntariamente para saber quién le escribe (esa enfermedad que padecen tantas personas que les obliga a mirar constantemente las pantallitas de esos artefactos móviles), no te ve y tu historia acaba allí, debajo del vehículo, encajado entre sus ruedas.

De esas infinitas posibilidades, a las personas, digamos, normales, sólo nos toca vivir una. Que nosotros sepamos, sólo hay un universo. Esos otros universos paralelos no existen para la inmensa mayoría de la gente.

No ocurre así para el Agente Especial Blackness y para el Sujeto 237 y para otros como ellos. Ellos viven en el Multiverso, un mundo con múltiples realidades. Reciben el nombre de dimensionales y cuando se duermen, cuando su cerebro entra en la fase REM, es como si una criatura celestial echara los dados y de los infinitos universos posibles, se eligiera uno al azar. Y cada mañana, o cada vez que se despiertan después de haber dormido, su realidad ha cambiado, su vida ha cambiado.

Tiene que ser duro.

No parece una vida fácil. Si a cualquier persona de repente le sucediera lo que les pasa a los dimensionales, que cada mañana se despertara en un universo diferente, no sería de extrañar que perdiera la cabeza, que se volviera loco. ¿Cómo podría sobrellevar ese continuo cambio de dimensión? De hecho, mirándolo desde esa perspectiva, no es tan raro que el Sujeto 237 sea un psicópata asesino. ¿De no ser un dimensional, sería un psicópata igualmente o se ha convertido en un asesino en serie precisamente porque su cerebro no ha podido aguantar ese continuo cambio de realidad en el transcurso de su vida?

En todo caso, lo extraño es que el Agente Especial Blackness no haya desarrollado una patología similar. Que Mike sea una persona oscura, deprimida, que lleve una vida desordenada, que no sea capaz de tener una familia, que beba hasta perder el conocimiento, no debería sorprender en absoluto. Lo que sería inverosímil es que fuera un tipo feliz, con una hermosa familia y un buen trabajo. Un individuo plenamente integrado en la sociedad.

Eso no se lo creería nadie.

 
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"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar"

Cortázar

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