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ACERO Y PLATA DE LUNA

Mike Blackness. Fragmento n 13. La mutación sincopada del camaleón

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Pero la decisión ya está tomada. Nuestro individuo, protagonista de la velada, de nombre John Lee en este universo, ya lo tiene decidido desde el principio. Todo este coqueteo sobra. Es un mero tontear para rellenar el tiempo, para disfrutar del local, para saborear la bebida y también, por qué no, para conocer mejor a la elegida, a la única que importa y detectar qué resortes hay que pulsar para que ella no se escape, para que caiga en sus redes, y acabar el día como él desea: una deliciosa velada en el apartamento de ella o en su hotel. Ese es el único objetivo de nuestro hombre y el desenlace óptimo después de tanta búsqueda infructuosa, de tanto paseo dimensional, de tanto marear la perdiz, una y otra vez en el mismo sitio, diferentes establecimientos, diametralmente opuestos unos de otros, pero siempre, siempre las mismas coordenadas.

Myrna es alta y posee unas medidas de escándalo, un cuerpo absolutamente perfecto. Sus preciosos ojos marrones de mirada profunda gobiernan su rostro, no tan armonioso como su cuerpo pero con la impagable cualidad de que cuanto más lo miras más bello te parece; nunca te aburrirás de mirar esa cara. Myrna es una mujer preciosa, una auténtica campeona, pero es morena. La elegida es Samantha. Quizás no es tan perfecta, ni tan alta, ni tan elegante como Myrna pero lo compensa con una simpatía natural y unas curvas de infarto. Tiene lo que se dice un buen trasero y unos pechos generosos, que el escotado y ceñido vestido que ha elegido para la velada apenas trata de disimular. Qué más se puede pedir. Su cara es fina, ligeramente aniñada y sus chispeantes ojos azules están siempre dispuestos a reír. Y claro, Samantha es rubia.

Resulta que nuestro hombre tiene fijación por las rubias. Es bueno saberlo.

Cuando llega el momento de la verdad, es decir, cuando la mánager del restaurante le informa de que finalmente ya tiene la mesa preparada, John se las arregla para quedar bien con Myrna, sin comprometerse a nada, e invita a Samantha a comer con él, allí mismo, en ese preciso instante, para qué esperar a citarse otro día. Ellos están ahí y ahora, han conectado. Samantha está tan contenta por ser la elegida, se siente tan embriagada por la sensación de triunfo, que no lo duda un momento, no le importa dejar tirados a sus amigos, no se para a pensar que tal vez sea un poco precipitado, que, en realidad, no conoce a ese hombre de nada, que quizás se está dando poco valor a sí misma aceptando esa cita improvisada.

Pero ya está hecho.

Ahora están a solas, disfrutando de una cena romántica. La comida es excelente, el vino inmejorable, el ambiente magnífico. Se lo están pasando de maravilla. Para Samantha, a sus tiernos veintipocos años aquello es una auténtica aventura, está excitada, siente que ellos son el centro de todas las miradas en aquel restaurante. Aquella cita improvisada parece estar en boca de todos. Su imaginación se eleva hacia el techo del local y desde esa altura se observa a sí misma y a su atractivo acompañante como a través de una mirilla. O mejor, como si aparecieran en una pantalla de cine: los felices protagonistas de una película de Hollywood. No hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar que el género cinematográfico que Samantha ha elegido para su ensoñación ha de ser por fuerza el de la comedia romántica; el thriller, francamente, tenía pocas posibilidades; una película de terror, ni se plantea, se descarta automáticamente.

¿Y allí, en Inglaterra, tienes a alguien que te espere?, pregunta Samantha a John en un momento dado, justo antes de pasar a los postres. Las burbujas del champán del aperitivo y el vino consumido durante los dos primeros platos ya han hecho efecto en su organismo y la han vuelto, si cabe, más osada. Quiero decir, se explica, que estamos tú y yo aquí, monísimos, intimando de lo lindo en el transcurso de esta maravillosa cena y, a lo mejor, tienes en Londres una novia, prometida o algo peor. Por favor, no me hagas reír, piensa John, ¡novia! qué poco apropiado para alguien como yo. Sería una novia tan efímera que no merecería tal apelativo. Pero contesta algo más trivial, menos embarazoso: he tenido algunas relaciones, pero ahora mismo no hay nadie importante en mi vida, como se suele decir estoy soltero y sin compromiso. ¿Y, qué me dices de ti? Libre como un pájaro, contesta Samantha, feliz con la respuesta de él, sonriendo con todo su cuerpo, etérea, brillante.

Cuando Samantha y John salieron del restaurante se dirigieron a un local de moda y se tomaron allí un par de copas entre cálidos besos, música agradable y dosis adecuada de luz y oscuridad, rodeados de otros jóvenes como ellos, sumergidos también en procesos similares de enamoramiento o sometidos a la tiranía de la noche que les impelía a buscarlos inexorablemente. Cuando se cansaron del bullicio y sintieron que necesitaban más intimidad se dirigieron al apartamento de ella.

La puerta se cierra tras ellos y es en ese instante que la noche se parte en dos. Sí, es cierto que Samantha y John han llegado a ese momento en un estado de gran excitación, compartido por ambos, después de una noche mágica en la que se han encontrado, en la que se han conocido y han conectado, no del todo por puro azar ya que John acechaba, buscaba incansablemente. Pero, a partir de ahora, la secuencia de los hechos se bifurca salvajemente entre lo esperado, lo deseado por Samantha, y lo codiciado y planificado hasta el más mínimo detalle por John.

En cuanto se encuentran a solas en el apartamento se produce, en primera instancia, un cambio apenas perceptible en la actitud de John. Samantha lo nota, a pesar de la dosis considerable de alcohol que satura su organismo y adormece sus sentidos y a pesar de su propia agitación ante la proximidad de la consumación del acto sexual, como colofón a una noche perfecta. Quizás tenga algo que ver con su mirada, Myrna la juzgó inquietante hace apenas unas horas, pero ahora quizás se aprecia algo más, un brillo maligno en esos preciosos ojos verdes. O tal vez sea porque John empieza a abandonar esa actitud cariñosa que le ha acompañado durante toda la velada y se muestra más autoritario en la soledad del apartamento. En cualquier caso, es suficiente para que Samantha sienta como un escalofrío recorre su columna vertebral.

Pero esta reacción natural de su cuerpo, que es como un aviso premonitorio no será suficiente para salvar a esa preciosa chiquilla. No nos engañemos, todos sabemos que John es tan sólo una faceta dimensional del Sujeto 237, ese salvaje asesino en serie que ha sembrado el pánico a través del Multiverso, destrozando la vida de jóvenes indefensas.

John percibe en Samantha ese pequeño titubeo, observa con atención esa recién aparecida desconfianza en los ojos de ella y en su cerebro de depredador se produce un click que le avisa para poner el marcha la maquinaria del último acto de la noche. Un desenlace del que no podrán disfrutar los dos, ya que el éxtasis de él significa invariablemente la muerte para ella.

Esa es la terrible verdad.

La excitación sexual que era tan evidente en ella hace apenas unos instantes desaparece por completo, como si nunca hubiese existido, mientras que en él se dispara de cero a mil.

De repente, todo se precipita.

Él la coge del cuello y al mismo tiempo que se yergue desde el sofá en el que permanecían sentados, la levanta con una fuerza descomunal y le mira directamente a los ojos, a menos de un palmo de distancia. Ella pierde el conocimiento.

No se ha desmayado por la presión en la garganta, es el terror que le ha invadido de golpe. Han sido los ojos de él que como espejos le han mostrado lo que va a ser de ella.

Ha visto su propia muerte reflejada en esos ojos.

Y quizás ha comprendido, todo ello en un segundo, con la asfixiante presión de la manaza de él oprimiendo su delicado cuello, que ese ser ha estado ahí siempre, detrás de esos ojos. En ningún momento se ha ido. John no se ha transformado de golpe en un psicópata, no se trata de un moderno Doctor Jeckill y Mr. Hide. En la misma persona conviven los dos, el encantador muchacho que la ha seducido y el animal de apetito desmedido que necesita matarla para llegar al éxtasis sexual.

John no suelta a su presa. En un estado de máxima exaltación, arrastra a Samantha por el cuello hasta la mesa del comedor, que se encuentra apenas a dos metros del sillón, la tiende boca arriba, extrae un cuchillo de una funda que llevaba oculta en su espalda y se lo hinca con fuerza en el cuello. El puñal secciona la arteria carótida, atraviesa el cuello y se queda clavado en el tablero de madera, dejando de esa manera el cuerpo de ella fijado a la mesa. El monstruo observa con delectación como la pobre muchacha se desangra rápidamente.

En cuanto ella exhala su último aliento, John, como un animal en celo, se desabrocha el pantalón que estaba a punto de reventar y, babeando, le sube el vestido empapado de sangre, le baja las bragas hasta las rodillas, le abre las piernas y la penetra con violencia, saciando así sus depravados instintos necrófilos.

Cuando su fiebre lujuriosa explota, finalmente, John profiere un grito grave, que resuena amplificado en esa sala sin almas, y se desploma encima del cadáver de Samantha. Permanece un tiempo indefinido allí, empapándose con la sangre de ella, descansando, retozando, relajándose o lo que quiera que haga después de cometer una atrocidad tal que hace desear el fin de una civilización que permite la existencia de ese ser abominable.

Al cabo de un rato, como en trance, John se separa de su víctima, se baja de la mesa y se sube maquinalmente los pantalones. No se limpia la sangre, ni recupera su cuchillo, ni se arregla la ropa. Se dirige a la ventana, cierra ligeramente los ojos y salta.

Samantha no se había despertado. Su rápido desmayo, en cuanto cayó el telón de las caricias y se impuso la realidad de la garra de hierro en el cuello y la mirada enfermiza, le ha librado de mayores padecimientos. Ha sido asesinada cuando aún dormía y eso le ha evitado un sufrimiento atroz. Su alma ya no estaba allí cuando aquella aberración de la naturaleza ha tomado su cuerpo.

Se ha producido un cambio importante en el modus operandi del Sujeto 237.

Es un cambio de gran transcendencia.

Ya no se limita a buscar a sus víctimas entre prostitutas y chicas de compañía. El hecho de que ya no se circunscriba al círculo cerrado de las profesionales del sexo tiene varias consecuencias, todas ellas nefastas. En primer lugar, ahora el número de posibles víctimas se ha multiplicado exponencialmente. Además, estas mujeres están, si cabe, todavía más indefensas, al menos, las profesionales tienen alguna oportunidad de salvarse, saben a lo que se enfrentan, pueden estar prevenidas, algunas incluso disponen de un arma o cuentan con alguien, un proxeneta o un amigo o colaborador que está pendiente y que puede evitar, en última instancia, el crimen. En tercer lugar, este nuevo escenario complica sobremanera el trabajo de los policías para capturarle.

El Sujeto 237 se ha vuelto más impredecible.

Hoy ha abierto una nueva puerta, una puerta terrorífica, y ninguna mujer en el Multiverso está ya a salvo de ese depredador dimensional.

El psicópata ha mutado y seguirá haciéndolo, seguirá evolucionando y matando mientras algo no lo pare, hasta que el cielo y la tierra se conjuren para destruirlo o que alguien con la determinación, la fuerza y la audacia necesarias lo erradique de la faz de la Tierra.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 10. Mike

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No creo en Dios.

Creo en un whisky doble con hielo.

No creo en el amor. Ya no. Prefiero un buen revolcón.

No creo en la bondad de la gente.

No me interesan las putas. Nunca os he necesitado. Las tías siempre me han ido detrás, no sé que me ven. Debe ser esta pinta de mal tipo que arrastro. Dicen que a las mujeres les gustan los chicos malos.

Quizás sea eso.

Por otra parte, para estar con una mujer, yo necesito que me desee, no me basta con desearla. No hace falta que me quiera, no soy tan iluminado, pero tiene que estar excitada, yo que sé, volverse loca a veces. Y las prostitutas solo desean tu dinero.

Nunca he podido ir con ellas. Esas pobres mujeres, las del oficio, en realidad, me inspiran lástima. Se puede perder casi todo en esta vida, el trabajo, el dinero, no sé, algún ser querido. Quién puede decir que no se haya dejado algo importante, acaso imprescindible, por el camino, y hay que seguir tirando, qué remedio. Pero la dignidad no la puedes perder. De ninguna manera. Jamás. Si pierdes la dignidad, ¿qué te queda? En mi caso, eso equivaldría a perder la vida.

Claro que mi vida no vale mucho.

Pero tengo dignidad.

En cuanto a lo esencial, yo creo que la esperanza tampoco la deberías perder. Eso dicen, ¿no? Debería ser lo último. Si lo piensas bien, lo penúltimo.

A mi no me queda ya mucho de eso.

No tengo esperanza de que mi vida mejore.

No creo que vaya a mejorar la de nadie, a decir verdad. Bebo demasiado.

Demasiado a menudo.

Casi siempre whisky. Pero no le hago ascos al vodka.

 

Memoria fatal

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El verdadero viaje se hace en la memoria.

Todos necesitamos alimentar en nosotros

alguna vena de loco para que la realidad

se nos haga soportable.

MARCEL PROUST

"Dentro de un rato todo lo que salga de mi boca tendrá aún menos sentido". Aquella frase, dejada caer con gran naturalidad, logró captar mi atención. Su locuaz propietaria consiguió mucho más. A decir verdad, me entusiasmó. Acaso fuera su gran belleza, que le hacía destacar sobremanera sobre el compacto grupo que se había presentado, de improviso, rompiendo la monotonía de aquel local que solía acogerme cuando no encontraba otro lugar al cual acudir. O quizás fuera la intensidad de su mirada que se me entregaba de dos maneras simultáneas: cuando me atrevía a mirarla directamente (sin que ella se apercibiera de ello, por supuesto) y cuando la observaba, con más detenimiento, en un espejo estratégicamente colocado detrás de la barra del bar y que me devolvía su imagen divina, componiendo de este modo una dulce simetría.

Dicen que la gente bebe para olvidar, yo, en todo caso, lo hacía para intentar recordar. ¿Recordar qué?, recordarlo todo. En aquellos momentos, en la profundidad de la noche, luchaba para atrapar aquellos pensamientos que se me escapaban tan a menudo. Fragmentos enteros de mi vida se volatilizaban sin piedad y sin posibilidad alguna de recuperación, víctimas de mi frágil memoria. Tan particular, tan conflictiva, mi memoria es terriblemente selectiva y desgraciadamente yo no soy el encargado de elegir los recuerdos que guarda mi cerebro. Mi falta de retentiva ha complicado mi vida de una manera inimaginable y me ha hecho muy desdichado. Siempre he detestado la absoluta falta de control que tengo sobre mis recuerdos, y me he odiado a mi mismo y a mi singular y obligado proceder en este mundo cambiante. Bendito sea Funes el memorioso, que podía recordar absolutamente todo lo que acontecía con tanto detalle que habría necesitado otra vida para poder reproducir esos recuerdos con total exactitud. Yo era, de alguna manera, antagónico a aquel personaje de Borges. Y no necesitaba otra vida, me hubiese bastado con la mía, que se me escapaba de entre los dedos por mi incapacidad para recordar todo aquello que más anhelaba rememorar.

Y por eso escribía; y dibujaba. Siempre llevaba conmigo un cuaderno donde plasmaba en imágenes o en largos textos mis evoluciones diarias. Había, no obstante, dos grandes obstáculos que se interponían a la hora de utilizar aquellos cuadernos como si fueran un diario y poder dirigirme a ellos siempre que necesitara saber qué había sido de mi vida un día cualquiera. La primera dificultad habitaba en la misma raíz del problema: a menudo se me borraba de la memoria lo que estaba dibujando o relatando. Aquella amnesia súbita que me atacaba sin compasión, además de ser el colmo del desmemoriado que intenta proteger, sin conseguirlo, esos recuerdos que le son arrebatados una y otra vez, era un atentado contra la poca autoestima que me quedaba. El segundo obstáculo era mi desbordante imaginación. Yo utilizaba mi ingenio para suplir las lagunas de mi cerebro y rellenaba las escenas de mi propia vida con gran creatividad. Mi penosa existencia transcurría permanentemente en una línea imaginaria que fusionaba la realidad de lo que me ocurría con la ficción más absoluta. Intentar plasmar mis recuerdos para acabar falseándolos de aquella manera era sumamente absurdo y me irritaba terriblemente, pero no podía evitarlo, ante la ausencia de hechos verídicos que relatar tiraba de imaginación. El resultado de aquella amalgama de verdad y fantasía no enmascaraba un hecho irrefutable: yo era un hombre sin pasado. A pesar de que mi realidad cotidiana había llegado a convertirse en un caos total, con el tiempo me había adaptado a aquella vida en presente continuo. Por supuesto, no me consideraba un hombre afortunado, tampoco lo había pretendido, me conformaba sencillamente con ir tirando, como la mayoría de seres de este mundo. Al fin y al cabo, la felicidad parece más un cuento que otra cosa.

"Lo peor no es que exista una mala canción, lo terrible es que alguien la baile como si fuera buena". Rubio sus cabellos, verdes sus ojos, pero era por sus lindos labios por donde se escapaban aquellas frases increíbles que provocaban la hilaridad de sus partisanos embadurnados ya, a aquellas horas, por capas y capas de alcohol. Y yo la dibujaba y fabulaba alrededor de aquellas máximas, protegido por las escasa luz del local y por los vapores del cuarto tequila en solitario que insensibilizaría todavía más, si cabe, mi lengua pero que me aclaraba, increíblemente, las ideas y me ayudaba a fijar mis recuerdos en el cuaderno. Estaba disfrutando de un momento de lucidez particularmente largo y lo saboreaba como un instante de dicha. Algo que no suele durar: ella se levantó para irse. El grupo de amigos se aprestaba a abandonar el local y continuar su fiesta por otros derroteros.

El hecho de que se fueran me entristeció profundamente. En mi enajenación mental, quizás esperaba que aquel momento perfecto se iba a eternizar hasta tal punto que la realidad se solidificaría allí, inmóvil, inmune a todo, en una especie de punto y final. Cuando ella pasó justo por detrás de mí hacia la salida, hacia nunca jamás, percibí con gran claridad que si la dejaba escapar por aquella puerta no la volvería a ver o peor, que aunque en el futuro me diera de bruces con ella, no la reconocería: la habría olvidado por completo. Fue entonces, cuando se aproximó tanto a mí que el viento que la seguía, obediente y entregado, se entretuvo acariciándome tibiamente, que oí su nombre, Ana, eso sí ensuciado al ser pronunciado por unos labios que no eran los míos. Y el escuchar aquel nombre me electrizó de tal manera que actuó como espoleta de una serie de hechos, absolutamente improbables pero vertiginosos, que se iniciaron al cruzar yo también aquella puerta, pocos segundos después.

Nunca había hecho algo así. Yo, que me dejaba vivir, sin apasionarme por nada, que me arrastraba por ahí haciendo cosas que olvidaba poco después apenas sin presentar batalla, por primera vez tomaba las riendas de mi vida y entraba en una dimensión desconocida. ¿Cuál era mi propósito al seguirla a través de aquellas callejuelas oscuras?, no olvidarla, en primera instancia. Luchaba para que la oscuridad no alcanzase de pleno mi cerebro y me dejara tirado en el empedrado, como un borracho cualquiera, perdido irremisiblemente su recuerdo, muerto antes de tiempo.

Como en un sueño la seguí (a ella y a sus amigos), intentando no ser visto, clavando mis ojos como garras en las sombras que avanzaban lentamente delante de mí, aguzando mis oídos para escuchar sus risas, cristales que rebotaban en las paredes viejas de aquel barrio tan antiguo y a la vez tan novedoso. El fugaz paso de un gato negro que me quiso hipnotizar al cruzar contoneándose por entre mis piernas, sin miedo, como un pequeño diablo de encendidos ojos verdes, casi me paralizó. Fueron quizás segundos, pero suficientes para que, en mi turbación, perdiera de vista a la pandilla que me precedía. Aceleré el paso y un poco más adelante tuve que elegir entre el negro de la calle vacía y el rojo del letrero luminoso que se elevaba justo delante de mí. Entré en aquella discoteca.

Ruido, música infernal, desasosegante apelotonamiento de gente, rostros exaltados por mil substancias que me miraban como si yo fuera un extraterrestre. Complicada misión, la mía: tenía que encontrar a aquel grupo (ni siquiera era seguro que hubieran entrado en el local) y tratar de no perderme yo. Les buscaba frenéticamente por toda la sala hasta que, angustiado, sin conseguir dar con ellos, medio mareado ya, me paré en medio de la pista de baile y cerré los ojos un momento. Unos zarandeos inapropiados me hicieron salir de mi sopor: una pareja se había apoderado de mí, me abrazaban, me besaban, él, ella, haciendo unas muecas ininteligibles; era un rollo raro insufrible. Tanto era el manoseo que lograron que se me escurriera el cuaderno de entre las manos, justo en el momento en que vi como Ana y sus amigos desaparecían por la puerta. Desesperado, me desembaracé de aquel duo excéntrico y me arrojé al suelo para recuperar mi libreta, mi memoria, mientras que aquellos dos gusanos se desternillaban de risa. A cuatro patas logré escapar y me dirigí, dando tumbos, hacia la salida.

El aire de la calle me hizo bien y distinguir su silueta a lo lejos, ahora alojada en un grupo más reducido (eran tres), también. Al poco rato de seguirlos, el trío se convirtió en pareja: el chico se fue y sólo quedaron las dos amigas. Y, cerrando la procesión, estaba yo, a una cierta distancia, como un espíritu acechante. Ya empezaba a sentirme ridículo en aquel papel que me había arrogado arbitrariamente, cuando súbitamente la noche cambió de cara. Se rompió el silencio y los gritos de pánico llegaron hasta mí, nítidos, sin obstáculos, amplificados, acelerando mi sangre de cero a mil: alguien estaba atacando a Ana y a su compañera. Corrí, corrí tanto que llegué casi antes de que hubiera ocurrido nada. Un tipo con cara de psicópata tenía apresada a Ana y según parecía acababa de golpear salvajemente a la otra chica, que estaba en el suelo, llorando y sangrando. Me lancé a por el asaltante sin dudarlo, hecho una furia, con la intención de liberarla, pero él, bastante más fuerte que yo, me lanzó contra una pared de la calle, dejándome machacado y aturdido. A pesar del tremendo golpe, del sabor a sangre en mi boca y del miedo que me invadía sin poder contenerlo, increíblemente tuve un momento dulce: ella me miraba por primera vez, sabía que yo existía, que era una especie de príncipe azul, algo maltrecho, que había aparecido para salvarla. El tiempo se paró en sus ojos, que pasaron del sobresalto a la compasión, del agradecimiento a la franca amistad, de la proximidad de nuestras almas al pánico por mí, por ella misma, todo ello en un arcoíris de expresión. Aquel instante mágico pasó y, justo cuando el salvaje se disponía a rematarme, las luces de mil ventanas se encendieron de golpe y se llenaron de gente. Gente que increpaba al energúmeno y que amenazaba con llamar a la policía, gritando sin cesar, gente que me salvó: aquel animal se detuvo, se acomodó a Ana en sus anchas espaldas y echó a correr por el callejón.

Me incorporé en tiempo récord, a pesar de que sentía mi cuerpo como un sonajero, y me acerqué a mi improvisada compañera de fatigas. "Estoy bien, ve a por ella", me dijo, con los ojos brillantes de llanto. Me lancé a la caza de aquel hombre que con su feroz agresión nos había unido tanto a Ana y a mí, para luego separarnos de una forma tan brutal. El secuestrador había creado un vínculo entre nosotros y yo le perseguiría hasta la muerte si era preciso, la suya o la mía pero nunca la de ella. Ana gritó una vez y ya no lo hizo más (el demonio debió silenciarla a la fuerza), pero aquel doloroso alarido me puso sobre su pista. Le seguí al galope por calles y calles cada vez más oscuras, resoplando, hasta que, finalmente, cuando parecía que me iba a desplomar por el esfuerzo, con el corazón queriendo salir de mi pecho, le vi, creí verle entrar en un edificio a lo lejos. Detuve mi carrera y me dispuse a apuntar en mi cuaderno la dirección de la casa, nunca se sabía cuando iba a perder la memoria. Descubrí entonces, con horror, que no llevaba conmigo la libreta, extraviada en la lucha precedente. Saqué el móvil rápidamente y ... El pánico a quedarme en blanco y no poder salvar a Ana estalló de golpe. Y sucedió.

Cuando pierdes la memoria reciente, te sientes como un muñeco que alguien coloca en un lugar cualquiera, al azar. Tú no tienes ni idea de donde estás ni de lo que andas haciendo por ahí, podrías ser un delincuente, un asesino que acaba de matar a alguien y ni siquiera lo sabrías. Preferirías ser tú el asesinado y acabar de una vez por todas, pero no, sigues aquí, en este mundo que no está hecho para ti, tú que eres un espécimen defectuoso, de difícil encaje en esta sociedad, el hombre sin pasado. Te envuelve una sensación de enorme desasosiego, apoyas tu espalda contra la pared y te dejas caer hasta quedarte sentado, abatido, perdido. Ya ni buscas en tu interior, sabes que no hay nada que hacer: esos recuerdos ya no vuelven. Te tienes que contentar con mirar los apuntes, los dibujos (si no los has perdido) y el resto te lo inventas.

Sonó un teléfono, mi teléfono, y eso me sacó de mis recuerdos, o más bien de la ausencia de ellos. Era Marta. ¿Y quién era Marta?, ni idea, claro está, pero estaba terriblemente alterada y me pidió llorando que no le hiciera daño a su amiga Ana. Desde la tranquilidad de mi ignorancia le contesté que no sabía de qué me hablaba y le pedí que se serenara y me explicara con claridad la situación. Marta, chica lista, con gran habilidad para la concisión y un sentido clásico de las prioridades, me puso rápidamente en antecedentes. Me habló de la pelea, del secuestro de Ana y me dijo que había encontrado mi número de móvil en el cuaderno perdido. Ella no sabía a quién pertenecía la libreta y me suplicó, desesperada: "si eres el secuestrador, ¡por Dios te lo pido!, no hagas daño a mi amiga y si eres el otro chico, por favor, ¡sálvala!". Ella desconocía si yo era el bueno o el malo de la película. ¿Lo sabía yo?, ojalá fuese así, porque tenía que rescatar a Ana.

Qué descorazonador puede llegar a ser que la vida de una persona dependa de ti y que por culpa de tus propias limitaciones no halles la manera de salvarla. En aquel momento yo estaba hundido miserablemente pero conseguí serenarme y me puse a pensar qué habría hecho yo, el hombre sin memoria, si necesitara retener algo importante y no dispusiera de papel y lápiz para apuntarlo y pensé en el móvil. Con manos temblorosas cogí el teléfono. La última foto era la del edificio que tenía justo enfrente. Me levanté de un salto y me dirigí a aquella casa donde se suponía que se encontraban el secuestrador y Ana, con la determinación de arrebatársela.

Me introduje en el inmueble y, mientras subía las escaleras, una puerta se entreabrió a mi paso. Sin pensar, empujé violentamente, golpeando en la cabeza al individuo que estaba detrás. Estaba claro que no era él. Cogí al pobre hombre por el cuello y describiendo lo mejor que pude al secuestrador conseguí que me dijera donde vivía. Como no tenía la intención de presentarme en su puerta y pedirle educadamente que me devolviera a Ana sana y salva, opté por dirigirme al terrado del edificio y descolgarme hacia su ventana trasera. No acabé aplastado contra el patio de manzanas de puro milagro, pero conseguí acceder al piso gracias a una ventana que estaba medio abierta. Una vez dentro, me quedé inmóvil un instante, en la oscuridad de aquella sala intentando escuchar lo que pasaba en la habitación contigua, pero me fue imposible, mi corazón latía tan fuerte que era un estruendo en mis oídos. Me dirigí hacia la puerta y la abrí silenciosamente. Miré por una rendija y les vi. Casi me desmayo de la impresión, ¡cómo me temblaba todo el cuerpo! Ana estaba todavía entera, amarrada a una silla, con un trozo de cinta aislante en la boca y aparentemente desmayada. El psicópata estaba acabando de extender pacientemente unos plásticos por toda la habitación (aquel monstruo era tan odioso como metódico), y había desplegado un montón de cuchillos y otros instrumentos espantosos delante de Ana. Las intenciones del carnicero eran claras. Pensé que quizás tuviera una oportunidad al darme la espalda en el instante en que se propusiera reanimarla para dar comienzo a su fiesta sangrienta. Y así fue. En cuanto dejó su teatro de operaciones perfectamente organizado, aquel tarado le propinó un tortazo con la mano abierta para despertarla y aproveché el momento para entrar en la habitación sin que me oyera, aproximarme a él por detrás y coger uno de los cuchillos e intentar clavárselo en la espalda. Ana, sobresaltada al recuperar la consciencia, me miró y el loco aquel se movió lo justo para esquivar la puñalada. Acto seguido me agarró y me lanzó salvajemente contra la pared otra vez (qué maldita costumbre tenía arraigada aquel animal). Si ya era increíble que no me hubiese quedado desmayado por el impacto, lo realmente asombroso fue que el cuchillo aún permaneciera empuñado en mi mano y, cuando aquella bestia se me tiró encima para aplastarme definitivamente, se lo clavé en mitad del corazón.

En los pocos segundos que aún me quedan de vida he vislumbrado la atroz verdad. Al despertarme de mi último lapsus de memoria, yo había elegido arbitrariamente la figura del salvador en lugar de la del psicópata asesino. Hasta la persona más infame se cree mejor de lo que realmente es. Ahora que muero con el pecho atravesado acierto a ver, con horror, que yo no he salvado a Ana, otro la ha salvado. De mí.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 8. El Sonámbulo

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Pocos le conocen.

La mayoría no sabe de su existencia.

Algunos tratan con él por el día, cuando lleva una existencia, digamos, normal.

Casi nadie está al corriente de su nocturno deambular.

No existe una sola persona en este mundo que pueda ni tan sólo intuir su importancia en esta historia. Ni él mismo lo sabe. Me estoy refiriendo al Sonámbulo.

El Sonámbulo no existe durante el día, pero, por la noche, viaja por el Multiverso, de dimensión en dimensión. Nadie sospechará jamás lo rica que es su vida cuando todos duermen.

El Sonámbulo se llama, en realidad, Normand Némbulus, vive en Nueva York, es cartero y está soltero. Tiene un perro. Es un Akita Inu. Es precioso. Y lo adora, se adoran mutuamente. Durante el día Normand es una persona completamente normal.

Vamos, que no es dimensional ni nada de eso.

Es durante la noche que la cosa degenera. Es sonámbulo. Un sonámbulo muy especial. Cuando Normand, dormido, se levanta de la cama sonámbulo se convierte en dimensional. Una cosa bien extraña. Y es entonces que el Sonámbulo viaja de dimensión en dimensión, cambiando de universo sin pestañear. Es como un cometa de los sueños, viviendo muchas vidas alternativas. Cuando vuelve, cuando se despierta, el Sonámbulo pierde su condición de dimensional y vuelve a ser Normand Némbulus, el cartero. Y no recuerda todo lo que ha hecho en esa, su vida secreta.

En realidad, sí lo recuerda.

Pero lo recuerda como un sueño. Como un cúmulo de sueños. No es consciente de que durante la noche él es dimensional y que todo lo que hace sonámbulo ocurre de verdad, es parte de su historia, no es algo que pertenezca solamente al reino de los sueños.

Es un poco triste.

Una vida, vidas en realidad, tan ricas, tan llenas de experiencias, y él no lo sabe, no conoce su faceta dimensional. Ni siquiera sabe de la existencia de esos seres, los dimensionales.

A Mike le costó dar con él, viajaba tan rápido de universo en universo, como un meteorito. Y, después de encontrarlo, lo perdió rápidamente.

No conocía su especial naturaleza.

Le despertó. Despertó al Sonámbulo. Y apareció Normand Némbulus desapareciendo el dimensional. Cuando el Agente Especial Blackness lo comprendió, esperó a que volviera a dormirse y cuando Normand se levantó sonámbulo lo hizo ya en otra dimensión. Por supuesto, Mike no estaba allí.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 7. En el Valhalla Dimensional. El Ragnarök

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El Agente Especial Blackness intenta pensar, concentrarse, pero no resulta fácil cuando, a pocos metros de ti, hay gente disparando contra todo y contra todos. Hay duelos cara a cara por doquier en la calle, pero otros disparan contra las ventanas, contra las sombras, contra cualquier cosa que se mueva. Y las detonaciones se acercan peligrosamente. En ese mismo edificio hay gente disparándose por las escaleras, tan cerca que parece que los duelistas estén dentro de su cabeza. Mike se retira un momento de la ventana que da a la calle para dirigirse a la ventana trasera y es un acierto porque, en cuanto se retira, los cristales de la ventana que ha abandonado estallan. Alguien ha disparado varias veces contra su apartamento. Y los disparos en el rellano se acercan. Ya están en la puerta. La situación se está volviendo insostenible. Pero todos sabemos que las cosas siempre pueden empeorar.

Fuego.

Sí. El inconfundible olor a humo se cuela por las rendijas de la puerta de entrada. Algún pirómano descerebrado se aburría con tanta pistolita y ha prendido fuego al edificio.

Genial.

Mike se dirige a la ventana trasera y, ¿qué ve?, pues no gran cosa, porque no hay calle de ese lado. El edificio da directamente al lago artificial, algo así como un acantilado gris con ventanas amarillas construido por ingenieros ex dimensionales fundadores del Valhalla Dimensional.

Entre la espada y la pared.

Exactamente. Mike se encuentra ahora mismo entre el fuego y los tiros al otro lado de la puerta y el acantilado, el lago artificial, tres pisos más abajo.

Fuego y agua.

Y Mike se pregunta qué debe hacer. Se queda en blanco. Ah, esa indecisión, amigo mío, te puede matar. Por un lado tienes unos pistoleros esperando para dispararte, para descerrajarte un tiro, si aún respiran, y tras ellos está el fuego, fuego puro, el edificio se ha incendiado. El humo ya entra masivamente por debajo de la puerta, que arde, que se comba, que hace ruidos frenéticos que avisan de la potencia abrasadora que hay del otro lado. O sales pronto de ahí o no saldrás jamás. Para cuando el fuego lama tu piel, derrita tu carne, tus pulmones ya se habrán colapsado, tu corazón habrá dejado de latir. Ya serás historia. Historia fundida con la historia de otros.

El inmovilismo, el efecto conejo (quedarse petrificado, sin moverse, sin tirar “ni p’alante ni p’atrás”) no es una opción. ¿Queda claro? Opciones, dos: te envuelves en una manta, abres esa puerta ardiente, te enfrentas a los pistoleros, si aún siguen ahí, atraviesas las llamas sin quemarte vivo, sales a la calle, al Ragnarök, y vuelves a respirar, pero no aire puro, es aire contaminado, putrefacto, lleno de pólvora, muerte y destrucción, tropiezas con los cadáveres que decoran la calle, te embadurnas las suelas de las botas con la sangre que corre por el asfalto como si este fuera un manantial del infierno, disparas y te disparan, vives o mueres, matas o matas, cruzas el puente o no consigues cruzarlo, alcanzas la compuerta de salida o no la alcanzas, pero es igual porque no puedes salir, la Moratoria se alarga hasta el infinito. No podrás dejar atrás el Valhalla Dimensional. No podrás salvar a nadie. A Hanna. Ni siquiera podrás salvarte a ti mismo.

Interesante apreciación. Duro baño de realidad. Advertencia recibida. Amenaza registrada.

Resumiendo: esta opción no es una opción.

Mike abre la ventana trasera, elige la cara B, marca agua en el casillero. Se encarama al marco de la misma y suspira. A veces no tomas tú las decisiones trascendentales, a veces otros las toman por ti. Y no importa qué o quién lo haga, el azar, las circunstancias, un asesino apuntándote a la cara o una mujer diciéndote adiós para siempre, tú te veras abocado a lanzarte al torrente de los hechos, sin paracaídas, el pasado pasando rápidamente, en viñetas, por los ojos de tu cerebro, el presente vibrando, el futuro incierto.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 4. El último gran golpe del Holandés

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Como aún nos queda tiempo antes de que deje de freírte con esta miserable arma que, desde mi punto de vista, carece completamente de dignidad, al menos, voy a intentar mantenerte entretenido. Te contaré una historia que, básicamente, trata de cómo he conseguido capturarte. Los dos somos profesionales, aunque en bandos diferentes, así que estoy seguro de que valorarás en su justa medida la estrategia que he seguido para capturarte en primera instancia y para hacerlo sin llegar al extremo de matarte. En realidad, soy un gran admirador tuyo. Eres un fino estilista y algunos de tus robos han sido memorables. Sé apreciar la precisión, la rapidez de ejecución y la sencillez y elegancia de tus atracos, eres un auténtico crack, no hay duda, aunque, claro, ese par de brillantes bellezas nacaradas que utilizas, dijo Mike señalando las dos pistolas automáticas que seguían en el suelo entre él y el Holandés, son un buen reforzador de actitudes, ya me entiendes. Por otra parte, hay que reconocer que como dimensional tenías muchas ventajas con respecto a la gente normal, grandes capacidades que, joder, ya podías haber utilizado para hacer algo de provecho, alguna cosa por los demás, en vez de pasarte la vida autocomplaciéndote y dedicándote a comprar las chorradas más lujosas y estúpidas que has podido encontrar. Ya ves de qué te ha servido toda esa mierda. Puto materialismo que nos rodea. Esta sociedad me tiene asqueado, te lo digo de verdad. Tengo muy poca confianza en la raza humana. Me veo obligado a beber hasta reventar para aguantaros a vosotros y para soportarme a mí mismo.

Pero esa es otra historia.

Nunca has matado a nadie, continuó Mike con su monólogo, el Holandés no iba a interrumpirle, eso estaba claro. Y te respeto por ello. Y es por esa razón que aún continúas con vida. He de confesarte que mis órdenes eran capturarte vivo o muerto aunque preferiblemente vivo, pero en esa misma orden se especificaba que en el caso de riesgo de fuga debía acabar con tu vida sin dudarlo. Como estoy harto de matar a gente y me tomo muy en serio mi trabajo, tuve que estudiar a fondo tu expediente y me empapelé todo lo que había en la red acerca de tus grandes golpes, buscando algo a lo que agarrarme, alguna cosa que me diera la opción de atraparte. Y, lamentablemente para ti, la encontré.

Como tantas veces en la vida, nuestras mayores virtudes son también nuestros mayores defectos. Después de repasar tus atracos, uno por uno, de estudiar minuciosamente tu modus operandi, de intentar meterme en tu cabecita, llegué a algunas conclusiones muy interesantes, de hecho, vitales para tu captura. Es cierto que robas por dinero, para comprarte lujosos juguetes y mantener ese fabuloso tren de vida que llevas, pero no me engañas. Con tus extraordinarias capacidades podías haber triunfado al otro lado de la ley. La auténtica verdad es que te encanta robar, te vuelve loco atracar bancos.

¿¡Pero quién coño roba bancos hoy en día!?

Estamos en la edad de oro de internet, del pago con tarjeta de crédito, con móvil; ¡han inventado hasta el Bitcoin! ¡Macho, entérate ya! ¡Pero si ya no quedan oficinas bancarias, las han cerrado casi todas! Sólo tú te dedicas a robar bancos, ¡te has convertido en un auténtico anacronismo! Y lo haces para deleitarte con la cara de perplejidad de la gente, oler el miedo de esos pobres cajeros y de esos clientes anónimos que se ven atrapados en ese espacio-tiempo que tienes tan bien calculado. Sé perfectamente que te pone cachondo elaborar estrategias y llevarlas a cabo sin desviarte ni un milímetro. Sí, lo sé, eres un perfeccionista. Todo tiene que salir según lo previsto, tal como lo has diseñado, planeado, etc. Eres un maniático. Y muy testarudo, más terco que una mula.

Por eso lo supe.

En tu expediente, en la red, en los periódicos, en todas partes siempre se remarcaba que habías triunfado, que todos tus atracos habían sido un éxito, que te habías salido con la tuya en todas las ocasiones. En todas las ocasiones menos en una, Holandés. Intentaste robar un banco, ¡este banco!, cinco años atrás y no lo conseguiste. De repente, se hizo la luz. Lo vi claro. Tan claro como te estoy viendo ahora, brillando en esta semioscuridad. Tu intención era volver a intentarlo.

¡Ibas a volver a atracar el mismo banco!

Pero en ese momento tan sólo tenía a mi favor mi poderosa intuición basada, eso sí, en el estudio que había realizado de tu personalidad y de tu historial delictivo. Todo me lo confirmaba: tu testarudez, tu manía perfeccionista, tus ansias de demostrar que eras el mejor. Sí, tu ego te traicionó. No podías permitir esa mancha en tu currículum. No lo podías soportar. Tenías que volver y triunfar aquí también. No había opción.

Cada uno es como es.

Llegado a este punto de mi investigación, una vez desvelado el dónde y el porqué, la cuestión que quedaba pendiente era el cuándo. Y eso, mi querido amigo, eso fue lo más fácil. Enseguida detecté el envío de dinero proveniente del casino previsto para hoy y la intuición se convirtió en certeza.

Y aquí estamos tú y yo.

Y estamos unidos por este rayo de electricidad que tanto te está martirizando. Aunque, en realidad, no sé qué castigo es peor, la electricidad o el rollazo que te acabo de largar sin piedad. Perdona mi verborrea, pero es que pocas veces tengo la ocasión de explicar a mis detenidos cómo he llegado hasta ellos, de vanagloriarme, de pavonearme si quieres. Nuestra relación suele acabar fatal: el cadáver de un puto asesino dimensional, retirado para siempre del Multiverso y yo, mirándolo, asqueado, agotado, vacío. Y ya te lo he dicho, pero te lo volveré a decir, aún no ha llegado el momento de hablar con los muertos.

Y no se te ocurra pensar ni por un momento que toda esta electricidad con la que te estoy chamuscando las pelotas es algo gratuito. Era la única alternativa que he encontrado a meterte un balazo en la cabeza. Hace tan sólo tres horas que me adjudicaron tu captura y me pasaron tu expediente y he contado exclusivamente con ese tiempo para atraparte. No es que quisiera batir ningún récord, es lo que hay.

Aquí siempre se trabaja bajo presión.

Y, ¿sabes lo qué me he encontrado al estudiar a fondo tu vida y tu obra? Pues una serie de hechos comprobados y la escasa probabilidad de que se dieran todos a la vez y durante un periodo de tiempo extraordinariamente prolongado como son tu imbatible racha de éxitos, la precisión absoluta en casi todos tus golpes, la ausencia de errores, la nula aparición de imprevistos, el hecho de que nunca te hayan herido y que jamás te hayas visto obligado a disparar esas preciosidades tuyas anacaradas contra ningún inocente, que la policía no se haya presentado ni una sola vez a tiempo para pillarte o como mínimo para ponerte en aprietos, etc., etc., etc. Todo ello y, por supuesto, mi experiencia previa con todo tipo de dimensionales, me ha llevado a pensar que tienes una capacidad dimensional fuera de lo común. De alguna manera, tienes la facultad de cambiar de universo a voluntad.

Y estoy razonablemente seguro de que esos universos son prácticamente idénticos o consecutivos o algo así, y lo mejor de todo, ya que sin ello lo demás no te sirve para nada, es que con cada salto de universo que das, consigues ganar algo de tiempo. Casi con toda seguridad se trata tan sólo de algunos segundos, pero, en cualquier caso, más que suficiente para garantizar el éxito en cualquier cosa que te propongas.

Resumiendo, siempre tienes una segunda oportunidad para enderezar las cosas, para cambiar algo que no ha funcionado, para fulminar la bendita casualidad, para eliminar el maravilloso azar de la ecuación. Vamos, que puedes reescribir tu historia a cada paso que das. Y gozas de una tercera oportunidad, y de una cuarta, una quinta...

¡Eres un auténtico fuera de serie!

Y en vez de dedicarte a ser, yo que sé, Presidente de los Estados Unidos, Papa de Roma o Superman te has contentado con ser un atracador de puta madre.

¡Olé tus huevos!

Lo que yo tengo que soportar en este mundo dimensional no lo sabe nadie. No sé qué es peor, enterarme de la existencia de personajes como tú o enfrentarme con los psicópatas y asesinos con los que desgraciadamente tengo que bregar tan a menudo.

Y, como podrás suponer, esta descarga eléctrica, con la que llevo embadurnando todo tu ser desde hace casi diez minutos, no tiene como fin torturarte por ser un chico malo y haber desaprovechado las infinitas posibilidades que te ha brindado la vida. Ni es un preludio del infierno que te espera, ya que es muy posible que te encierren para siempre y dudo que haya algo que te aterrorice más que pasar el resto de tu vida en la cárcel.

No tiene nada que ver con eso.

Sencillamente, era la única manera que se me ha ocurrido para evitar que saltaras de universo en universo y te dieras a la fuga. Algo tan sencillo como hacerte perder el conocimiento, dándote un buen porrazo, no era una opción. Quién me dice que al despertarte lo haces como cualquier dimensional del montón en un nuevo universo, libre como un pájaro, encarcelado en este universo y tan campante en los demás para seguir con tu carrera delictiva. Olvídalo.

Antes te pego un tiro.

Después de exprimirme mucho el cerebro llegué a la conclusión de que debía mantenerte despierto pero sin la capacidad de actuar. Que no pudieras tomar siquiera la decisión de cambiar de universo y huir. Y entonces surgió la idea de la electricidad.

Ya ves, se me encendió la bombilla. Me pasa a veces.

Es una putada para ti, pero reconoce que es una idea brillante. Vale, es doloroso de cojones pero te mantiene el suficiente tiempo despierto y sin poder escapar. ¿Cuánto tiempo? Ah, eso era lo complicado y seguramente te he hecho sufrir más de lo necesario. Pero es que no me podía arriesgar. Decidí que con diez minutos era tiempo más que suficiente para que se cerrasen todas las ventanas y no tuvieras la más mínima ocasión de enlazar saltos dimensionales hasta poder escapar de esta realidad, de este banco, de mí.

Ya está. Se acabó. Finito, dijo Mike, desconectando la pistola eléctrica. Diez minutos justos, tal como te dije, Holandés. Soy hombre de palabra.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 3. Mike

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Hay algo que tienen en común el Agente Especial Mike Blackness y el Sujeto 237.

Y no es el hecho de que ambos tengan las manos manchadas de sangre. Sí, ambos matan, pero no es comparable. El Sujeto 237 asesina a pobres mujeres indefensas y saquea sexualmente sus cuerpos ya sin vida y lo hace porque es un enfermo mental, un psicópata serie prémium o alguien que ha perdido todo aquello que caracteriza a un ser humano. Ese ser infecto y despreciable se ha convertido en un depredador atroz que caza seres humanos para destrozarlos sin piedad, un monstruo infame que vive para destruir vidas humanas y que disfruta con ello. El diagnóstico es inapelable. Y no tiene cura. O sí la tiene. Sólo una.

Un tiro en la cabeza antes de que cambie de fase.

En cambio, el Agente Especial Blackness mata porque es su deber. Su trabajo consiste, precisamente, en eliminar a esos asesinos psicópatas. Y hacerlo lo antes posible, con la mayor diligencia, para que dejen de segar vidas humanas. Y al Agente Especial Blackness no le gusta su trabajo. Si alguna vez disfrutó con ello eso ya se acabó. Tantas muertes han pasado factura. Ahora es un hombre atormentado que preferiría no tener que hacer lo que hace: aniquilar a esos seres de cerebro deforme. Pero tiene que hacerlo, no puede desentenderse. Imposible eludir su responsabilidad. No puede decirse a sí mismo que otro ya hará su trabajo. Resulta que no hay nadie más que pueda hacerlo.

Esa es la cuestión.

No existe prácticamente nadie más porque Mike es especial. Es diferente a la inmensa mayoría de la gente. Y esa diferencia, muy a su pesar, le acerca al Sujeto 237. Ellos dos son diferentes en la misma medida. O casi.

El Agente Especial Blackness y el Sujeto 237 no viven su vida en un único universo como el resto de la gente. Los habitantes de este mundo viven una vida lineal, en una única dimensión. Cuando llega la noche o es la hora de ir a dormir, pues, lo hacen, desconectan y le dan a su cerebro el necesario descanso. Y al día siguiente se despiertan y la vida sigue igual. Quizás haga sol o esté lloviendo o tal vez hayan pasado una mala noche o el día anterior haya sido el más feliz de su vida. Pero la vida sigue exactamente donde la dejaron antes de cerrar los ojos. No hay mayor complicación. Para el Agente Especial Blackness y el Sujeto 237 la cosas no son tan sencillas. Ellos se despiertan cada mañana en un universo diferente.

Su realidad ha cambiado.

En ocasiones, tan sólo se trata de pequeños cambios. Imperceptibles. La mayoría de las veces, su vida y la vida de la gente que les rodea han variado completamente. Han tomado otros derroteros.

Las personas de este mundo tenemos una falsa idea de control. Pensamos que controlamos nuestras vidas, que quizás tenemos un destino. Qué equivocados estamos. Y lo entiendo. Lo entiendo perfectamente. Necesitamos creer que lo tenemos todo controlado, que dependemos de nosotros mismos, que nada ni nadie nos apartará de nuestro camino. Si no fuera así, nos convertiríamos en seres anodinos, miedosos, no nos atreveríamos ni a salir de casa. Pero la realidad es bien diferente. Dependemos en gran medida del azar, de las circunstancias, de las casualidades, de terceras personas, de los fenómenos de la naturaleza. Existen miles, millones de variables que determinan que cada día de nuestra vida pueda convertirse en un punto de inflexión y cambie nuestro futuro para siempre. Una mañana pierdes un tren, llegas tarde al trabajo y te despiden. Después de dar muchas vueltas finalmente acabas en otro lugar, en otra ciudad, en otro país, con gente diferente a tu lado. Quizás más feliz. O quizás otro desgraciado solitario más, perdido en una gran ciudad. Llegas diez minutos más tarde a un local de lo que tenías previsto y a la persona que estaba destinada a ser tu pareja para el resto de tu vida, no la llegas ni a conocer. Y todo cambia. Un semáforo se pone en ámbar, apuras el paso sin mirar para cruzar (esa prisa estúpida que nos persigue a todas partes, producto de esta sociedad acelerada), y el conductor de un coche, un inconsciente que recibe un mensaje en el móvil, que desvía la mirada involuntariamente para saber quién le escribe (esa enfermedad que padecen tantas personas que les obliga a mirar constantemente las pantallitas de esos artefactos móviles), no te ve y tu historia acaba allí, debajo del vehículo, encajado entre sus ruedas.

De esas infinitas posibilidades, a las personas, digamos, normales, sólo nos toca vivir una. Que nosotros sepamos, sólo hay un universo. Esos otros universos paralelos no existen para la inmensa mayoría de la gente.

No ocurre así para el Agente Especial Blackness y para el Sujeto 237 y para otros como ellos. Ellos viven en el Multiverso, un mundo con múltiples realidades. Reciben el nombre de dimensionales y cuando se duermen, cuando su cerebro entra en la fase REM, es como si una criatura celestial echara los dados y de los infinitos universos posibles, se eligiera uno al azar. Y cada mañana, o cada vez que se despiertan después de haber dormido, su realidad ha cambiado, su vida ha cambiado.

Tiene que ser duro.

No parece una vida fácil. Si a cualquier persona de repente le sucediera lo que les pasa a los dimensionales, que cada mañana se despertara en un universo diferente, no sería de extrañar que perdiera la cabeza, que se volviera loco. ¿Cómo podría sobrellevar ese continuo cambio de dimensión? De hecho, mirándolo desde esa perspectiva, no es tan raro que el Sujeto 237 sea un psicópata asesino. ¿De no ser un dimensional, sería un psicópata igualmente o se ha convertido en un asesino en serie precisamente porque su cerebro no ha podido aguantar ese continuo cambio de realidad en el transcurso de su vida?

En todo caso, lo extraño es que el Agente Especial Blackness no haya desarrollado una patología similar. Que Mike sea una persona oscura, deprimida, que lleve una vida desordenada, que no sea capaz de tener una familia, que beba hasta perder el conocimiento, no debería sorprender en absoluto. Lo que sería inverosímil es que fuera un tipo feliz, con una hermosa familia y un buen trabajo. Un individuo plenamente integrado en la sociedad.

Eso no se lo creería nadie.

 

Cinco años, cuatro meses, tres días

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Cinco años cuatro meses y tres días. Ciertamente, hace mucho que no me acercaba por aquí.

Muchas cosas han pasado.

Lágrimas que se han derramado y risas que se han compartido.

El inexorable paso del tiempo.

Durante estos cinco (¿cien?) años, desde luego que han intentado acabar conmigo, con todos nosotros, pero, como dijo Morfeo en esa sala imponente abarrotada de almas en la ciudad subterránea de Sión, último reducto de libertad de los seres humanos en Matrix Reloaded, (¡qué maravilla de película, qué espectáculo del cine!):

¡¡¡AÚN SEGUIMOS AQUÍ!!!

Y lo digo escuchando a Leonard Cohen, cuando hace mucho que nos dejó y ahora es leyenda. Pero nos quedan sus libros, sus poemas y, sobre todo, su música.

¿Sabes?, el día negro (rojo que diría la adorable Audrie en Desayuno con Diamantes) en que murió el poeta, fui a un Karaoke con mi novia y ya en el escenario dije: va por ti, Leonard, y canté: If it be your will, una de mis favoritas, aunque hay tantas...

Así fue.

Algo así como un homenaje.

Y después me enteré de que Kelley Linch, ex amante que le llevaba todos sus asuntos profesionales, le había arruinado y, no sé si fue por eso y si es así habrá que agradecérselo profundamente, el caso es que el genial cantante, después de haber estado un montón de años inactivo, quince sin salir a la carretera y los últimos cinco viviendo como un monje budista en un templo en un monte angelino, se lanzó a componer como un loco y en sus últimos años de vida sacó cuatro discazos de estudio, primero Old Ideas, pero, sobre todo, Popular Problems, You want it darker y Thanks for the dance, éste póstumo, que son descomunales, a mi juicio los tres últimos mejores que los tres primeros de su carrera, allá por finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando yo estaba entretenidísimo, haciendo cosas de lo más trascendental (para mí, claro), por ejemplo, dedicándome en cuerpo y alma a mi nacimiento.

No ha llovido desde entonces.

Y ojo que Suzanne, So long, Marianne y The partisan, canciones míticas, casi himnos, son de esa primera época, pero cuando escuches You want it darker, It seemed the better way, Leaving de table y Steer your way entenderás de lo que te estoy hablando. Y póntelo bien alto, que esa voz sabia, penetrante, rota, cavernosa, lo impregne todo, que te invada hasta lo más profundo.

Pero es que durante estos cinco años no sólo ha muerto Leonard Cohen, también nos dejó David Bowie, George Michael, Prince...

Hostia puta, todos demasiado pronto.

Todos, monstruos de la música.

Y encima no fui capaz de ir a verles en concierto cuando aún vivían, algo que se me antoja vergonzoso, inaceptable para alguien como yo que venera a esos tipos audaces, que son capaces de saltarse el guión previsto de vulgaridad e insipidez en que estamos inmersos la mayoría de los mortales, y tienen el talento y la valentía de hacer algo cojonudo, diferente, virtuoso, y alegrar la vida de millones de personas todos los putos días. Joder, pero si es que por fin iba a ir a ver a Prince en concierto, (venía a Barcelona, te lo juro). Pero no pudo ser. Al menos, a George Michael lo vi en vivo. Y estuvo bien, con esa fantástica voz que tiene, que tenía. Pero es que es pop y, francamente, el pop ya no me dice nada. Es que ni siquiera escucho a Madonna o a Michael Jackson. Tan sólo a Prince de vez en cuando. El caso es que, con los años, me he vuelto mucho más rockero, qué se le va a hacer, no me lo tengas en cuenta. Así que, básicamente, sólo escucho rock, blues, jazz y clásica.

Claro, es que cinco años dan para mucho.

Mucha música, mucho cine y mucha literatura.

Sí, música, sí.

Y mira que ya no me compro discos. Es que Spotify es la leche. Y es verdad que pienso que la tecnología y esta nueva vida que nos ha proporcionado está muy bien pero luego tú tienes que decidir qué utilizas y qué no. Y yo estoy de puta madre sin tele (¿quince años?), sin Netflix ni series que te hipotequen el día, sin Facebook, sin Twitter, sin Instagram, ni siquiera tengo WhatsApp (y mis amigos me lo reprochan constantemente, a veces me miran como si fuera un neardental), y es verdad que si consigo pasta (vendiendo cosas, no hay de otra) y me voy un par de años a recorrer mundo, tendré que instalar esa dichosa aplicación en el móvil para comunicarme con mis seres queridos, (mi economía no creo que dé para llamadas internacionales). Recientemente mandé la subscripción de la Vanguardia a tomar por saco, ahorrándome de paso otros quinientos pavos al año, y ahora sólo leo lo que me interesa en la web.

Pero Spotify es diferente. Qué diez euros al mes más bien gastados.

Y he ido a conciertos, eso sí. Un montón. Primavera Sound, Sonar, Roger Waters, Mark Knopfler, Depeche, blues, jazz, Liceo, Auditorio, Rachmaninov... Fuimos a ver un concierto de unos chavales de Nashville en la sala Rocksound después de salir de Razzmatazz de un concierto de Juan Perro, y no sé si es que porque estábamos muy borrachos pero disfrutamos como enanos. Rock supervitaminado, en un sala minúscula, a medio metro de los músicos, a un volumen descomunal. The Tip se llaman. Brutales. Y me fui con mi novia a Copenhague a ver a LCD Soundsystem, también delante de todo, a un metro de James Murphy, qué tío más talentoso. Vino a pinchar a Razzmatazz cinco horas tremebundas con un lujazo de música y allí estuvimos nosotros. Bestial. Y qué decir de los dos conciertos de Nick Cave en Barcelona. Sí, Nick Cave, yo diría que mi cantante preferido vivo, el roquero más auténtico y más carismático que ha parido madre. Y qué manía tiene el tipo de meterse entre el público e ir a parar invariablemente a donde esté yo, en el forum no se le ocurre otra cosa que ponerse a cantar en el respaldo del asiento delante de mis narices, te lo juro, estaba justo allí, en precario equilibrio, no se me cayó encima porque Dios es grande, y en el último concierto se saca una versión monumental de Stagger Lee, y aparece delante de mí, empujándome y diciendo: “Go, go, go”. Memorable.

Y cine, claro.

Y es cierto que cuando estoy hecho polvo, ya sabes, deprimido (en realidad no sé bien, bien, que es eso de estar deprimido, me refiero a nivel enfermedad, con pastillas y todo eso, que debe de ser algo terrible, pero con la depresión me ocurre igual que con el aburrimiento, no los conozco de primera mano, no me he aburrido en mi puta vida), bueno, en todo caso, cuando tienes un día de mierda, pues, lo que hago, lógicamente, es prepararme, bien entrada la noche, un sandwich o cualquier cosa que me zampara cuando era pequeño (esa nostalgia de la infancia, los olores, los sabores...), y ponerme, ya sabes, otra vez, Pulp Fiction o Kill Bill o Sin Perdón, el Padrino, Matrix, Casablanca, Salvar al soldado Ryan o algo de Chaplin o Blade Runner por quinceava vez...

Y me deja como nuevo.

Y al día siguiente vuelve a salir el sol.

Pero es que en estos cinco años de cine la cosecha ha sido francamente magnífica. Ya sé que los hay que piensan que cualquier cosa del pasado fue mejor pero yo discrepo, pocas películas de las llamadas antiguas soportan un nuevo visionado, pocas, muy pocas. Y hoy se hace buen cine. Whiplash me viene a la cabeza, del 2014, me gustó, pero la mejor del año, Birdman, me encantó, absolutamente genial, creo que me la pongo hoy cuando vuelva del Camp Nou. Del 2015 El puente de los espías, cine clásico pero bien hecho y La juventud de Sorrentino, casi tan buena como La grande bellezza, un auténtico espectáculo y, sobre todo, Mad Max, furia en la carretera, con una Charlice Theron furiosa, descomunal y una pelea chica-chico de las mejores de la historia del cine. Pura adrenalina. Para auténticos frikis. Del 2016 La la land me gustó muchísimo y mira que odio los musicales, no puedo con ellos, esa escena última con lo que pudo ser y no fue es portentosa, la mirada de Ryan Goslyn inolvidable. Del mismo año, La llegada está genial, Villenueve, de los mejores directores actuales, sin duda, y Hasta el último hombre muy buena, Mel Gibson como actor no me mata pero como director tiene auténticas joyas. Déjame salir es divertidísima, la segunda mejor película del 2017, humor ácido, corrosivo, inteligente, y una crítica social nada disimulada. La mejor es Tres anuncios en las afueras, una auténtica obra maestra. Todo, el guión, la intensidad dramática, los personajes al límite, las interpretaciones gigantes. Me pone los pelos de punta, ahora mismo voy a añadirla a mi lista. Cómo puede ser que aún no esté ahí, donde le corresponde por derecho propio. 2018 nos dejó Green Book quizás no tan buena como las otras pero entrañable y con una interpretación magistral de Mahershala Ali y Bohemian Rhapsody, fantástica para los incondicionales, como yo, de la mítica banda. Si hay algo que, de verdad, de verdad, me duele es no haber podido ver a Freddy Mercury en directo. En fin, eran otros tiempos y yo tenía por aquella época muchos problemas, no estaba para fiestas ni conciertos. Por no tener no tuve ni adolescencia, Creo que no me tomé mi primera copa ni fui a una discoteca hasta muy tarde, rondando ya los treinta años, es que hasta que no prohibieron el tabaco en lugares públicos era imposible, yo no podía respirar. Del 2019 aún no he visto Historias de un matrimonio, El irlandés, Le Mans 66 y Jojo Rabbit que tienen, todas, una pinta fantástica, pero es que Érase una vez en Hollywood de Tarantino ya es una delicia y 1917 me ha alucinado, con ese plano secuencia inacabable en tiempo real, una auténtica joya y la escena de noche en la ciudad derruida y con el protagonista escapando entre esas luces de los bombardeos que vienen y van y con una banda sonora divina es de un virtuosismo y de una belleza estremecedora. La verdad es que se me saltaban las lágrimas en mi butaca. Y qué decir de Joker, es una obra maestra, el ritmo, el guión, el crescendo imparable hasta el final de la película y no pienso decir una palabra de la apoteósica interpretación de Phoenix, oscar inapelable, pero si es que al final el director consigue hasta que empatices con el psicópata asesino... Menuda cosecha, la del 2019. En fin, como veis el cine está en plena forma. Y encima hacen unas series de gran calidad, yo sólo he visto dos: Whatchmen, moderna y estilosa, muy bien hecha, con buena música, original y muy divertida y True detective, obra maestra, me parece que es la mejor serie que he visto en mi vida, con un Woody Harrelson bárbaro y un Matthew Mcconaughey majestuoso, me he visto su interpretación del primer capítulo un montón de veces.

Y literatura, por supuesto.

Ya ves como me enrollo, es que la música y el cine son muy importantes para mí. Quizás es que había perdido la costumbre de comunicarme por aquí. Y eso que me dejo la literatura. Que es a lo que más me he dedicado. Y voy a intentar contenerme y nombrar el mínimo de libros aquí y ahora porque si no esto sería inacabable. Resulta que desde que dejé mi empleo de trader en la Bolsa de Barcelona y dejé de ganar dinero a espuertas tuve que dejar de gastar fortunas en el fnac comprando libros y discos pero, mira tú, descubrí que en el precioso y recién reformado Mercado de San Antonio te puedes hinchar a comprar libros por una tercera parte de ese dinero. Y es lo que he estado haciendo estos cinco años. Cada domingo me llevo cuatro o cinco libros, (cuando no son diez) y claro, mi colección ha aumentado una cosa bárbara, creo que en estos cinco años me he comprado 800, 900, quizás más de mil libros. Un día, si me da el punto, haré una foto de alguna estantería de mi biblioteca y la subiré al blog, es que es una preciosidad. Pero me preguntarás: ¿te has leído algo de todo eso? Pues, desde luego que no me los he leído todos, todavía no, pero, entre los que he acabado y los que no, pues, a lo mejor me he empapelado 300, 400, quizás 500 en estos cinco años. Que tampoco está mal. Y digo que entre los que he acabado y los que no, ya que es bien cierto que unos cuantos los he dejado a medio leer, porque, oye, que tampoco esto es una penitencia, si no te gusta lo que lees, pues, lo dejas y ya está, no pasa nada, que no estamos aquí para batir ningún récord. Y te voy a poner un par de ejemplos para que me entiendas mejor. Hará un par de meses me dio por leerme todas las novelas del Nobel Ishiguro. Por orden tal como las escribió. Una detrás de otra. Cosa que no me llevó más de dos o tres semanas. El caso es que la sexta, Nunca me abandones, no me enganchó y la dejé a medias. También es cierto que había visto la adaptación en cine y eso me destrempó un poco. Pero el caso es que las otras seis novelas me encantaron, al igual que Nocturnos, su libro de relatos, que ya había leído anteriormente y en cambio ésta, pues, no pudo ser. Y me ha pasado esto con todo tipo de escritores, incluso con mis favoritos. Otro ejemplo. A mi Cortázar me apasiona, más sus cuentos que sus novelas. Cortázar es brillante, virtuoso, de un dominio del lenguaje impresionante y dotado de una imaginación infinita. De hecho, para mí es el mejor escritor de relatos de todos los tiempos, junto con Borges, pero mucho, mucho más prolífico. El caso es que he leído todas sus novelas, Rayuela, El libro de Manuel, Los premios, pero con 62 Modelo para armar iba por la página 70 y algo y lo dejé. También es verdad que Cortázar no te lo pone fácil, ya llevaba casi 80 páginas y todavía no sabía de qué iba la novela. Un día de estos lo volveré a intentar, a ver qué pasa. Para escritor difícil, Faulkner, debo de tener una docena de libros del genial premio novel del sur de los Estados Unidos. El Ruido y la Furia, mi favorito, es una obra maestra pero te puede volver loco, literalmente, leerla, todos esos sucesos en los diferentes momentos de la vida de los personajes relatados sin solución de continuidad, como si fueras el Dr. Manhattan y pudieras vivir toda los momentos de tu vida a la vez. Una barbaridad. El caso es que me puse con Absalón, Absalón (que los críticos la ponen al nivel de El ruido y la Furia, que no te lo crees ni tú), y cuando llevaba más de dos terceras partes del libro, lo dejé. Ya no podía más, el coronel Sutpen y toda su prole me tenían hasta las narices. No me caían bien y no me interesaba en lo más mínimo lo que ocurrió con sus miserables vidas. Y encima esa escritura tan complicada, tan recargada, frases que ocupan páginas enteras... Pues eso, que si algo no te gusta pues lo dejas y a otra cosa, mariposa.

Y eso me hace pensar en Mac y su contratiempo, una novela que leí recientemente de Enrique Vila-Matas, quizás el mejor escritor que tenemos actualmente en España. Me encantan las novelas inteligentes, que te exigen, y ésta lo es, sin duda, es brillantísima. En ella el autor, un tío muy leído, hace referencia a decenas de escritores y es un gustazo haberlos leído a casi todos y entender perfectamente de lo que te está hablando, básicamente del proceso de escritura. La trama de la novela no viene al caso pero al protagonista, un tipo peculiar donde los haya que nos cuenta la historia en forma de diario personal engañándonos, en primera instancia, acerca de su situación actual (me encanta esto, el narrador mintiéndonos, engañándonos o engañándose a sí mismo, estoy trabajando en una obra que profundiza en esa idea), no se le ocurre otra cosa que querer reescribir una novela de juventud de un escritor famoso que es vecino suyo. Y tiene tela, porque esa novela está estructurada en forma de capítulos que pueden ser leídos como relatos independientes pero que a la vez forman un todo (claro, yo también he estado dándole vueltas a algo así), Y encima, cada uno de ellos está escrito, a modo de homenaje creo yo, en el estilo de los grandes maestros del cuento (Borges, Carver, Cheever, Hemingway, etc) y encabezados por el epígrafe correspondiente. Ingenioso, ¿eh? El caso es que en cada capítulo de la novela que el Mac del título quiere reescribir, llega un momento en que el texto se vuelve farragoso, y aparecen unos, y cito textualmente: “fragmentos densos y calamitosos de los párrafos inaguantables cuando no directamente ebrios”. Y ahí quería llegar, mis queridos amigos desconocidos e invisibles, que ya lleváis 3000 palabras aguantándome (pero, bueno, también es verdad que hacía cinco años que no me dirigía a vosotros desde esta tribuna improvisada), porque esos fragmentos insoportables que tan bien describe Vila-Matas por mediación de su protagonista abundan, desgraciadamente, en las novelas de hoy en día, y, en realidad, en las de todos los tiempos. Sí, eso que te pasa a menudo cuando te pones a leer una novela que comienza muy bien, super interesante, y en la que pones muchas expectativas y, de repente, entras como si dijéramos en la Tierra Media Tolkiana, y te empiezan a meter un montón de tonterías que no vienen a cuento, paja en la albarda que diría mi madre, y tienes que tragarte un montón de hojas totalmente prescindibles para llegar al final de la historia o directamente poner el ventilador como hace a menudo mi santa progenitora, responsable al cincuenta por ciento de que esté aquí ahora dándoos la tabarra (ya sabes, pasar páginas sin leerlas o simplemente hojearlas, quién no lo ha hecho alguna vez, o un montón de veces). Porque nos gusta que nos cuenten historias pero necesitamos conocer el final de esas historias, a menos que seas un masoquista de esos que adoran a Bolaño y que le perdonan que no sea capaz de acabar una maldita novela. Entiendes ahora a Borges cuando le preguntaban una y otra vez (qué pesada es la gente) por qué nunca escribió una novela y contestaba que por dos razones básicamente: primero por su incorregible holgazanería, y segundo porque como no se tenía mucha confianza a sí mismo, le gustaba vigilar lo que escribía y eso, desde luego, es mucho más fácil con un cuento, por su brevedad, que con una novela. Vamos, que con el género de la novela uno se presta a divagar y se nos hace muy difícil a los escritores aplicar tijeretazo (con lo que cuesta escribir algo decente y encima tener que ser disciplinado y recortar páginas y páginas ya escritas porque realmente sobran en la historia). Vila-Matas además de profundizar en Mac y su contratiempo en la controversia de la voz única que tratan de conseguir todos los escritores en contraste con el típico plagio de estilo de los grandes novelistas consagrados que es lo único que consigue la mayoría, vuelve a esos fragmentos una y otra vez y los llama: “momentos mareantes”. Me encanta. Así que, a partir de ahora, cuando, en medio de una novela, entre en ese pantano chapucero de verborrea intrascendente, en vez de ponerme de mal humor, pensaré en que se trata de un momento mareante y quizás eso hasta me arranque una sonrisa.

Venga, vamos al grano.

Vaya, cualquiera que haya estado escuchándome, leyendo todo eso que hay por ahí arriba, puede tener la tentación de pensar que no he estado haciendo otra cosa que escuchar Spotify, ver películas y leer novelas durante estos cinco años.

Pues nada más lejos de la realidad, mis queridos amigos, también he tenido que trabajar como vosotros y pagar las putas facturas.

Y he estado escribiendo.

Que es de lo que se trata.

Como decía Vila-Matas en Lejos de Veracruz, otra de sus novelas: ”A fin de cuentas lo único que soy es un asesino, un asesino que mata la vida escribiendo...”. Chulo, eh?

Y como habéis sido increíblemente persistentes y siempre que se me ha ocurrido entrar en el blog he encontrado a gente leyendo mis cosas, y eso que mis mejores escritos no están subidos a la página, voy a corresponderos y subir estos días algunas de las composiciones que más me gustan o de las que me siento más orgulloso, al fin y al cabo ya hace que las llevé al registro de la propiedad intelectual (tendréis que perdonarme pero cualquiera que se considera artista y que es capaz de crear algo que cree digno de ser expuesto a los ojos de los demás, no está exento de cierta vanidad).

Ah, se me olvidaba, y lo más importante, también voy a ir subiendo al blog algunos fragmentos de la última novela que tengo acabada (estoy trabajando en otras tres, pero no pienso adelantar nada de ellas hasta que las acabe, si Dios quiere en este 2020, un año que queda muy guay y suena muy futurista pero que ya está aquí). La novela en cuestión se titula Mike Blackness, tiene 600 páginas (así que se la desaconsejo a los amantes de la brevedad y los relatos cortos) y resulta que, después de ser rechazada sistemáticamente por las grandes editoriales, algo que era totalmente previsible, para qué vamos a engañarnos, a mi no me conoce nadie y lo primero que te pregunta esa gente es cuántos seguidores tienes, cuántos me gusta y todas esas chorradas, y a mí no me va esa movida, finalmente me la ha aceptado una editorial pequeñita pero muy digna, Ediciones Camelot, y saldrá a la venta el día 8 de febrero, que casualmente coincide con la presentación de la novela que haré en el Fnac Las Arenas en la Plaza España de Barcelona ese sábado, día 8 de febrero, a las siete de la tarde.

¡¡¡Estáis todos invitados!!!

 

Enfermedad mutante

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Pero precisamente en ese estado miserable y frío,

entreverado de desesperación e incredulidad,

en ese sepelio de sí mismo en la pesadumbre,

en ese retraimiento de cuarenta años bajo tierra,

en ese in pace inevitable y equívoco,

en esa pútrida fermentación de deseos reprimidos,

en esa fiebre de vacilación, resoluciones irrevocables y súbitos escrúpulos,

en todo eso es donde reside la fuente de esa extraña voluptuosidad ...

FIODOR M. DOSTOYEVSKI

Memorias del subsuelo

Debía tratarse de una enfermedad natural ...

Aunque resultaba imposible conjeturar qué clase de

enfermedad producía aquellos terribles resultados.

H. P LOVECRAFT

Yo y solo yo puedo explicar esta historia. Opiniones las tiene cualquiera, yo tengo hechos. Y tengo tatuajes en mi piel. Y no es baladí hacer este comentario porque estas marcas en mi epidermis son muescas que avisan del paso del tiempo, algo así como los anillos de crecimiento de los árboles. También tengo opiniones, y puede que aderece mi narración con alguna de vez en cuando, estoy en mi derecho. Al fin y al cabo, ¿quién me va a contradecir? No queda nadie aquí ya, al menos eso creo, y si lo hubiera yo no podría verlo y mucho menos escucharlo, estoy demasiado arriba. No estoy divagando. Es que tengo hambre. Tengo toda el hambre del mundo. Es difícil de explicar. No estoy loco.

Mi nombre es muy largo, es compuesto y aproximadamente mide unos cuatro metros. Puede parecer extravagante pero no lo es. Es mi herencia. Tengo un nombre por cada año que he permanecido en este mundo. Y tengo mil doscientos años. Pero pongamos que me llamo Q. Me gusta, es corto. Todo en mi vida es tan dilatado que me agobia sobremanera. Me gustan las cosas sencillas. Ahora. En el pasado me apasionaba la complejidad. Yo mismo soy un ser terriblemente complejo. Y un poco anárquico. Pero antes era peor. Era una bestia parda, mataba por nada. Nunca he sido un dechado de virtudes, pero cuando era joven y contaba con tan solo unas pocas decenas de años, cuando alguien me miraba mal le arrancaba la cabeza sin más miramientos. ¿Por qué? Porque podía. Ahora he madurado bastante, me he hecho mayor, me acerco al final y la experiencia es un grado. También es cierto que no hay nadie más que me pueda incordiar y eso ayuda.

Podría decir que mi historia es una historia cualquiera, pero mentiría. Mi historia es La Historia. La historia de este planeta. Puede sonar pretencioso, cosa que me trae al fresco, pero las cosas son como son. Empezaré por el principio. No, mejor empiezo por el medio. El principio es la Prehistoria, la Edad Media, La Edad Moderna, todo eso, y ya está archisabido y súperestudiado. Francamente, no interesa. La cosa con substancia empieza en el siglo XXI. Todo el mundo sabe que en nuestra especie siempre ha habido una maldad subyacente. No nos engañemos, siempre ha estado ahí latente y los más agoreros vaticinaron una y otra vez que acabaríamos mal, que nos mataríamos los unos a los otros y que la raza humana se extinguiría sin remisión. Y me sabe mal porque esa gentuza siempre me ha caído gorda. Y además odio a la gente pesimista. Pero hay que reconocer que algo de razón tenían. No toda, no hay que exagerar. Al fin y al cabo, todavía no nos hemos extinguido, queda uno, aún estoy yo. Pero claro, quién es el listo que asegura, apostando su vida que, hoy por hoy, yo sigo siendo humano. Aquí podríamos entrar en disquisiciones filosóficas y científicas, que si Darwin y la evolución de las especies, que si mutaciones, que si yo soy una aberración de la naturaleza, etc. No nos precipitemos.

La gente de la calle no sabía lo que se estaba cociendo en los laboratorios de las superpotencias. Es cierto que en aquellos primeros años del siglo XXI hacía ya unas cuantas décadas que no se había producido ningún conflicto que perturbara la paz mundial. No digo que no hubiera guerras, claro que había, estamos hablando de los hombres, no nos olvidemos, y la especie humana se ha caracterizado a lo largo de la historia por su carácter belicoso, egoísta, avaricioso, cruel y desprovisto de compasión. No siento un gran amor por mis antepasados, como se puede observar. Y si bien es cierto que en aquella época había personas bondadosas, gente de gran corazón, líderes espirituales y artistas con un importante sentido de la belleza, no es menos cierto que éstos eran más bien pocos y se diluyeron como gotas de lluvia en el mar de la vulgaridad y de la malignidad. Expresado de otro modo, los humanos eran, ciertamente, inhumanos. Ya está dicho. Había guerras pero eran locales, en países pobres, sin recursos, poco significativas para las grandes potencias, que no movían un dedo para evitarlas. Esos conflictos eran importantes, en realidad, por la cantidad ingente de dinero que generaban a las industria armamentística, íntimamente relacionada con los gobiernos de las superpotencias, y también porque eran un teatro de operaciones magnífico, barato y con escasos daños colaterales (miles de vidas del tercer mundo tenían menos importancia que el último peinado del artista de moda para la opinión pública de la época) para probar las últimas creaciones en materia de armamento. Y aquí me interesaba llegar. No estamos hablando de armas convencionales, peligrosas, ni tan siquiera de armamento nuclear, potencialmente destructivo a nivel global, me refiero específicamente a las armas químicas y bacteriológicas, desencadenantes de la furia de la creación y de la futura extinción de la raza humana.

Los malnacidos lo consiguieron. Crearon un virus maligno y se les fue de las manos. No se sabe cómo se propagó, si fue un hecho casual o premeditado, ¿acaso importa? En aquella época el tema era recurrente, se escribieron historias de todo tipo sobre virus que se propagaban y acababan con la especie humana. El problema es que no se trata de fantasías del futuro, desgraciadamente, son hechos del pasado y solo quedo yo para contarlo. No pretendo extenderme demasiado explicando los pormenores de la tragedia, ni tampoco relataré mi vida a lo largo de estos mil doscientos años. No me queda tiempo. Cada vez estoy más débil. Pero quiero que quede constancia de lo que ocurrió. Es curioso, nunca me interesó contar mi historia. Siempre anduve muy ocupado con mi propia supervivencia y ahora que esto se acaba y mis semejanzas con un árbol que se muere sin agua aumentan, es cuando necesito que mi historia perdure en el polvo infinito de este planeta.

Enfermedad mutante, ése fue el nombre que recibió el virus y puedo asegurar que le iba al pelo. Aquellos tíos se lo trabajaron bien en el laboratorio, crearon algo cuyo afán de destrucción era gigantesco y que contrastaba con lo microscópico de aquella molécula insignificante. Fue imparable. Apenas llegó a la población resultó imposible atajarlo, se propagó como el fuego, pero infinitamente más rápido. El primer día arrasó una ciudad, en dos días un país, en una semana todo un continente y en dos semanas el mundo entero. El modus operandi del virus siempre era el mismo, pero el desenlace era distinto en cada caso. Apenas penetraba en el organismo, mutaba y afectaba a cada persona de manera diferente. Era espantoso. En la mayoría de personas, provocaba tumores de todo tipo, que crecían a velocidades de vértigo. Los infectados duraban apenas días, a veces horas, según los órganos afectados. Había casos en que el enfermo moría a los pocos segundos, como si se hubiese sumergido en una bañera desbordante de veneno extraído de mil de las serpientes más letales. El noventa por cien de la población fue aniquilada en pocas semanas. Para los supervivientes, el excéntrico virus tenía reservado otro tipo de muerte. Aquella molécula diabólica, en cuanto entró en el organismo de los que no murieron, provocó una serie de mutaciones absolutamente imprevisibles. De ahí su nombre, enfermedad mutante.

Siempre se dijo que hubo una pequeña parte de la población que no se vio afectada por la enfermedad mutante. Yo nunca me encontré con ninguna persona que hubiese resultado inmune a aquel virus, lo más seguro es que fueran eliminados por los mutantes como yo. Si la especie humana había llegado hasta el siglo XXI sorteando innumerables peligros, y había sido prácticamente destruida en pocas semanas, ¿qué se podía esperar de la nueva raza que había nacido de las cenizas de la otra? Los mutantes éramos diez veces más agresivos que nuestros progenitores y, en general, bastante menos inteligentes. Los instintos básicos nos dominaban y no nos dejaban razonar. Para colmo no existía la más mínima armonía en la nueva raza: la enfermedad mutante no había dejado dos especímenes iguales. Éramos, y me incluyo, seres sin empatía, incapaces de sentir compasión. Como era de esperar, nos enfrascamos en una lucha fratricida desde el primer momento. Era una pelea a muerte por los alimentos, pero también por el poder y por dominar a los otros y, ¿por qué no decirlo?, por el mero placer de matar. El virus había hecho el trabajo fantásticamente, había acabado con la mayoría y los que quedábamos éramos una pesadilla para la creación, una abominación. Si he llamado a los humanos inhumanos, nosotros éramos unos auténticos monstruos. La venganza que el Universo tenía preparada para los seres humanos había superado todas las expectativas. ¿Nos lo habíamos merecido? Supongo que sí.

Llegados a este punto, la preguntas clave que cabe hacerse es: ¿cómo he conseguido sobrevivir mil doscientos años?, pero también: ¿cómo sé que no ha quedado nadie más? Y casualmente las dos preguntas tienen la misma respuesta: yo soy el más grande. El factor suerte también cuenta, ya que se alió conmigo cuando aún no era lo suficientemente fuerte. En el momento en que el virus hizo su aparición yo vivía con mi padre en una cabaña en medio del bosque. Estábamos tan aislados que incluso podríamos habernos librado de contagiarnos con el virus en un primer momento, ya que la enfermedad mutante no se transmitía por el aire ni afectaba a los animales, era un producto específico para los humanos. Pero no pudo ser porque nos cruzamos con un cazador que llegó a tiempo de contagiarnos el virus antes de morir. Mala suerte para mi padre que murió en pocas horas, buena suerte para mí que muté y aún sigo aquí. Si no hubiese sido por el cazador yo habría muerto a manos de los mutantes cuando me hubiesen descubierto o, mucho más improbable, de viejo hace más de once siglos por mi condición de humano. Lo que está claro para mí, es que lo dos primeros años que viví solo en el bosque fueron claves en mi vida posterior. En ese tiempo me hice lo suficientemente fuerte como para machacar a casi cualquier mutante que viniera a acabar conmigo y, más importante todavía, la mayoría de los mutantes se habían matado ya los unos a los otros. Así que cuando empezaron a llegar los aplasté sin piedad. Pero claro, no lo he explicado y creo que ha llegado el momento: mi mutación no se reduce a mi extraordinaria longevidad.

Ésta es la pequeña historia que cabe en un párrafo, de un muchacho que vivía en una cabaña en el bosque solo, sin nadie más. Su padre había muerto tras una enfermedad relámpago que le mantuvo con vida tan sólo unas pocas horas, lo justo para despedirse. Era un muchacho triste y solitario, lo cual es bastante normal teniendo en cuenta que no vio una sola alma durante dos años. En ese tiempo cazó y comió, pescó en el riachuelo que cruzaba el bosque y comió, pensaba en las musarañas, recogía frutos y bayas y comió. Y claro, creció. Y siguió creciendo. Sin parar. Cuando rebasó los cinco metros de altura, pensó "no sabía que pudiésemos ser tan altos" pero siguió comiendo y creciendo. Cuando llegaron los primeros seres al bosque, pequeños, casi enanos comparados con su altura de doce metros, y antipáticos, tanto que pretendían quemarlo y matarlo, él ya había decidido dejar el bosque porque se había quedado sin comida. Y se lanzó al mundo.

Ésa fue mi adolescencia, la época más tranquila de mi vida, qué duda cabe. Lo siguiente fue un continuo deambular por las tierras de este planeta en busca de alimento, siglo tras siglo. Mi relación con los mutantes se redujo a aplastarlos como gusanos cuando se cruzaban conmigo, con la intención invariable de matarme. Hace ya mucho tiempo, siglos, que no he vuelto a ver a ninguno, por eso he deducido que soy el único que queda. He sido un ser asocial, agresivo, hasta cierto punto irreflexivo y no muy inteligente. Nunca me encontré a nadie como yo, ni tuve compañera de ninguna clase (quién iba a querer permanecer al lado de un gigante con cara de ogro y muy malas pulgas).

Mi vida ha sido una aberración. La enfermedad mutante provocó que mis células no envejecieran pero, por desgracia, también motivó que mi crecimiento fuera infinito. Y llevo mil doscientos años creciendo. Mido más de siete kilómetros de alto, y los problemas derivados de mi descomunal tamaño han llegado a ser insuperables para mí. Mi mayor pasión siempre había sido pasear por las tierras de este mundo, las cuales se habían convertido en mi jardín durante tantos siglos. Qué placer experimentaba en observar como mis pisadas se hundían varios metros en la tierra, como un simple paseo cambiaba la orografía del terreno. Tuve épocas especialmente creativas, en las que construía grandes cañones, inmensos valles, modificaba el curso de los ríos, creaba los paisajes que mucho después visitaba en mis excursiones, deleitándome con mis creaciones. Durante siglos mi vida ha sido plena. Ya no puedo caminar tranquilamente como antaño, la altura que he alcanzado hace que me cueste mucho esfuerzo respirar y me canso en seguida, lo que me obliga a detenerme continuamente. Eso me hace muy infeliz. Pero lo que realmente ha acabado conmigo es que me he hecho tan grande que necesito una cantidad ingente de alimento para nutrir mi enorme cuerpo. Y desgraciadamente he agotado los recursos de este planeta, al menos en lo que respecta a animales grandes y vegetales fáciles de recolectar. Durante este último siglo necesitaba todas las horas del día para encontrar comida, y apenas podía descansar. La altura que he alcanzado me dificulta sobremanera lo que hace siglos era tan sencillo. Mi vida se ha convertido en una tortura y he llegado al límite de mis fuerzas. Llevo años sin comer y hace días que no me puedo mover. Durante mucho tiempo me creí inmortal y lo que ha resultado inmortal es mi crecimiento. Éste es el final, me muero y conmigo el último habitante de este planeta.

***

Año 0 de la Nueva Era. El gigante mutante ha muerto. Los descendientes de los humanos inmunes a la enfermedad mutante salen de sus escondrijos bajo tierra, dispuestos a empezar de nuevo. Es el día más importante de sus vidas. Ya pueden vivir al aire libre y disfrutar del sol y del azul del cielo como sus ancestros. La época de oscuridad ha concluido. Los nuevos humanos ya pueden sacar a sus hijos de las entrañas de la Tierra y a los animales de las arcas bajo la superficie. Ya pueden construir sus casas y poner en marcha sus plantaciones sin miedo a que el coloso los aplaste sin piedad. Rezan a su Dios para no incurrir en los mismos errores que sus lejanos antepasados.

 


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Mis películas preferidas

  1. Sin perdón de Clint Eastwood
  2. Blade Runner de Ridley Scott
  3. Pulp Fiction de Quentin Tarantino
  4. Kill Bill de Quentin Tarantino
  5. Django desencadenado de Quentin Tarantino
  6. Matrix de los hermanos Wachowski
  7. Drive de Nicolas Winding Refn
  8. Magnolia de Paul Thomas Anderson
  9. Gattaca de Andrew Niccol
  10. Casablanca de Michael Curtiz
  11. El Padrino de Francis Ford Coppola
  12. Uno de los nuestros de Martin Scorsese
  13. Salvar al soldado Ryan de Steven Spielberg
  14. Stoker de Park Chan-Wook
  15. La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks
  16. Birdman de Alejandro González Iñárritu
  17. Una canción del pasado de Shainee Gabel
  18. La vida es bella de Roberto Benigni
  19. Un hombre soltero de Tom Ford
  20. Tiempos Modernos de Charles Chaplin
  21. Memento de Christopher Nolan
  22. Candilejas de Charles Chaplin
  23. Mientras nieva sobre los cedros de Scott Hicks
  24. Alta fidelidad de Stephen Frears
  25. Thelma y Louise de Ridley Scott
  26. Amor a quemarropa de Tony Scott
  27. Mulholland Drive de David Lynch
  28. El gran Lebowski de los hermanos Cohen
  29. Watchmen de Zak Snyder
  30. Apocalypto de Mel Gibson
  31. Tropic Thunder de Ben Stiller
  32. Madre de Darren Aronofsky
  33. La vida secreta de Walter Mitty de Ben Stiller

"Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera"

Ana Karenina León Tolstói

"Está bien ser uno mismo, pero sin exagerar"

Shinzaemon Shimada, samurai del film 13 asesinos de Takashi Miike

"La felicidad no es una estación término, es una manera de viajar"

Margaret Lee Runbeck

“He sido un hombre afortunado: Nada en la vida me fue fácil”

Sigmund Freud

"De Ezequiel 25:17. El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del valle de la oscuridad porque él es auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahveh cuando caiga mi venganza sobre ti!"

Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) Pulp Fiction

No he podido evitar ponerlo en el blog, me encanta. En una ocasión, cuando trabajaba de fotógrafo, le estaba haciendo una sesión a un muchacho y no se me ocurre otra cosa que ponerme allí en medio del parque a recitarle el texto de memoria. Todavía me acuerdo de la cara de perplejidad del chaval. No sé que pensó de mí. Nada bueno seguro.

Claro, el chico se llamaba Yahveh, por eso le monté el show. Gracias hermanita! Qué memoria!

"Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.
¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor.

No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible.

Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra."

Clarice Lispector

"La auténtica patria del ser humano es el lenguaje"

Wilhem v. Humboldt

Ama tu ritmo y rima tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.

Ama tu ritmo..., Rubén Darío

Sobre la nieve se oye resbalar la noche.

La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.

De una mirada encendí mi cigarro.

Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando,
miro la estrella que humea entre mis dedos.

Noche, Vicente Huidobro

Mis pasos en esta calle
Resuenan
En otra calle
Donde
Oigo mis pasos
Pasar en esta calle
Donde
Sólo es real la niebla.

Aquí, Octavio Paz

El corazón del pájaro
El corazón que brilla en el pájaro
El corazón de la noche
La noche del pájaro
El pájaro del corazón de la noche

Si la noche cantara en el pájaro
En el pájaro olvidado en el cielo
El cielo perdido en la noche
Te diría lo que hay en el corazón que bulle en el pájaro

La noche perdida en el cielo
El cielo perdido en el pájaro
El pájaro perdido en el olvido del pájaro
La noche perdida en la noche
El cielo perdido en el cielo

Pero el corazón es el corazón del corazón
Y habla por la boca del corazón

En, Vicente Huidobro

El diamante de una estrella
ha rayado el hondo cielo,
pájaro de luz que quiere
escapar del universo
y huye del enorme nido
donde estaba prisionero
sin saber que lleva atada
una cadena en el cuello.

Cazadores extrahumanos
están cazando luceros,
cisnes de plata maciza
en el agua del silencio.

Fragmento de El diamante
Federico García Lorca

Días y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde cantas.
Te he buscado por el tiempo arriba y por el río abajo.
Te has perdido entre las lágrimas.

Noches y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde lloras
Porque yo sé que estás llorando.
Me basta con mirarme en un espejo
Para saber que estás llorando y me has llorado.

Sólo tú salvas el llanto
Y de mendigo oscuro
Lo haces rey coronado por tu mano.

Poemas póstumos 3, Vicente Huidobro

Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?

Fragmento del Canto I de Altazor, Vicente Huidobro

Dices que repito
algo que he dicho antes. Lo volveré a decir.
¿Lo volveré a decir? Para llegar allí,
para llegar donde estás, para llegar desde donde no estás,
tienes que ir por un camino donde no hay éxtasis.
Para llegar a lo que no sabes
tienes que ir por un camino que es el camino de la ignorancia.
Para poseer lo que no posees
tienes que ir por el camino del desposeimiento.
Para llegar a lo que no eres
tienes que ir por el camino en que no eres.
Y lo que no sabes es lo único que sabes
y lo que posees es lo que no posees
y donde estás es donde no estás.

Fragmento III del poema "East Coker", de los «Cuatro cuartetos» (Versión de José María Valverde) T. S. Eliot

"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar"

Cortázar

ACERO Y PLATA DE LUNA


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