Cuando vas a ver una película de un director novel siempre te entran dudas, no sabes si va a ser un desastre o si va a ser un descubrimiento. Si el director en cuestión viene de un mundo, en este caso de la moda, que no tiene nada que ver con el cine, estas dudas se acentúan. Evidentemente si tienes talento y eres creativo puedes aguantar el tipo, pero el cine es un arte en sí mismo con un lenguaje propio y difícil de dominar y gente que brilla en otros campos se ha estrellado al intentarlo. No es el caso de Tom Ford. Este señor coge la novela A single man, del escritor inglés nacionalizado estadounidense Christopher Isherwood (1904-1986), publicada en 1964 en Estados Unidos y considerada su obra maestra, compra sus derechos, adapta el guión junto con David Scearce y se lanza a dirigir un largometraje como si tal cosa. El rodaje 23 días, el presupuesto 6 millones de dólares, el resultado una película maravillosa, cautivadora, un auténtico ejercicio de estilo. ¿Por qué? Veamos.
Forma y contenido. Teniendo en cuenta que el director es un diseñador de ropa, piensas que va a prestar una gran atención a la forma y efectivamente así es, toda la obra está impregnada de un preciosismo extremo. Cada toma está pensada hasta el más mínimo detalle. Es visualmente perfecta. Los travellings, las panorámicas, los planos en picado, las imágenes a camara lenta, todo se desarrolla en perfecta armonía. La fotografía, soberbia, corre a cargo de Eduard Grau, en un debut sonado; le auguro futuro a este joven de Barcelona. Se ha elegido un color apagado que recuerda al virado sepia de la fotografía analógica, que junto con toda la puesta en escena, mobiliario, maquillaje, etc, realmente te transporta a la época en que se desarrolla la historia, ambientada en el sur de California en 1962 durante la crisis de los misiles en Cuba. Pero ojo, no toda la película está narrada en este tono neutro, en esta aparente falta de color, cuando llega el momento, el director cambia el sepia por el technicolor y lo utiliza junto con la música como una parte esencial de su discurso narrativo. La banda sonora está firmada por Abel Korzeniowski, polaco que ha compuesto para esta película una delicada música a base de instrumentos de cuerda, en los que destaca el violín. El compositor japonés Shigeru Umebayashi contribuye a crear esta atmósfera triste e intimista con cuatro temas y el director incluye para una de las escenas de la película una maravilla de Aria “Ebben, ne andrò lontana” de la ópera La Wally de Alfredo Catalani, interpretada por Miriam Gauci.
En cuanto al trabajo actoral, Colin Firth, que interpreta al protagonista, es un actor que nunca me ha gustado demasiado, hasta esta película. Aquí está genial, aparece en absolutamente todos los planos de la película. Su mejor trabajo, sin duda. En ningún momento ves al actor, solo sientes el personaje, estás dentro de él. Veo sentimiento, sobriedad, elegancia, ni rastro de sobreactuación. Magnífico. Julianne Moore, como siempre, impecable en el par de escenas que tiene en la película, soberbia dando contrapartida a Colin Firth. Los secundarios correctísimos, bien elegidos, buen casting.
Spoiler (el resto de la crítica revela el desenlace de la película)
Entrando en materia, la película narra el último día de la vida de George Falconer, profesor universitario homosexual que no ha conseguido superar la muerte del que ha sido su pareja durante 16 años, fallecido en accidente de tráfico siete meses antes. Es tal el sufrimiento que le produce la pérdida de la persona amada que ha decidido quitarse la vida. Efectivamente, en el transcurso de ese día se irán desgranando todos los preparativos que hace para despedirse de este mundo, en la universidad con sus alumnos, cenando con su mejor amiga, en su casa dejando todo preparado: cartas de despedida, traje para el funeral, incluso directrices específicas para el nudo de la corbata.
En todo este recorrido hay dos claves para entender lo que el director nos está explicando, la primera el recurso de los flashbacks, aquí necesario, nos va mostrando la feliz vida en común que mantenía con su pareja. Había tanto amor, son tan potentes esos recuerdos y le bombardean de tal manera, que el desasosiego que le producen hace que el simple hecho de estar vivo sin él, sea una pesada condena que no puede soportar. La segunda clave y no menos importante y aquí hay que estar atentos, está en los cambios en la intensidad de color, que ya he mencionado. No, amigos críticos, no es un capricho del director, no es una mera cuestión estética o un recurso fácil. Aunque es un subidón y te acelera el corazón por la belleza de la imagen, el plano, la música y el color, la escena aparentemente intrascendente de la niña con el protagonista en el banco, y dos o tres más en las que cambia el triste y desvaído color en que se haya sumido George Falconer por el color más burbujeante, nos induce a pensar que no todo está perdido, que todavía hay esperanza, que el protagonista aún puede sentir la belleza, todavía hay algo que le une a este mundo.
Llegados a este punto no sabemos si Falconer va a seguir con su propósito de quitarse la vida o si va a aparecer un catalizador que le devuelva las ganas de vivir. Y efectivamente aparece. Un estudiante, que se está descubriendo a si mismo y que ve a su profesor como una persona afín, ha observado su extraño comportamiento de ese día, consigue su dirección y con audacia y una gran intuición mantiene una conversación con Falconer, llena de vitalidad y sensibilidad. De alguna manera despierta la parte que intuíamos, que nos mostró el director, que estaba ahí latente, y le salva. Tal como dice George Falconer, en un alegato final, precioso, magistral, pura poesía, “Unas cuantas veces en mi vida he experimentado momentos de una claridad meridiana, en los que durante unos breves segundos, el silencio ahoga el ruido y puedo sentir en lugar de pensar y todo parece muy definido y el mundo claro y fresco, como si todo acabara de nacer. Es imposible hacer que esos momentos duren, yo me aferro a ellos, pero se desvanecen, como todo. He vivido mi vida en esos momentos, ellos me transportan de vuelta al presente y entonces me doy cuenta de que todo es justo como tiene que ser”. Ah, paradojas del destino, cuando vuelve a ver la belleza de este mundo, cuando empieza a ver la luz, cuando comienza a dejar atrás el sufrimiento por su tremenda pérdida, cuando decide vivir, cuando salva su alma … un ataque al corazón deja su cuerpo sin vida. Es un final cruel, la vida es cruel, pero creo que se va en paz, no se quita la vida, la pierde como nos pasará a todos, se va envuelto en un sentimiento de esperanza. No sé. Es un digno final. La película es redonda. Por todo, por la historia, por cómo está narrada, por la maravillosa música inspiradora, por las bellas imágenes que se te quedan grabadas, por las enseñanzas que te transmite, por las emociones que han recorrido todo tu cuerpo. Claro, es arte. Una obra maestra.