There are no translations available.
Odio la guerra. Como todo el mundo supongo. Bueno, me imagino que habrá algunos depravados que disfruten con toda esa basura, yo que sé, entusiastas de las armas, fanáticos, pirados con ansias de poder o sencillamente gente que se dedique a la venta de armamento. El caso es que a mí me parece abominable. Y claro, puedo entender que alguien mate a otra persona en defensa propia o para defender a los suyos, pero que en el transcurso de la historia hayan muerto millones de personas a consecuencia de las guerras que han azotado nuestro mundo es desolador y terriblemente deprimente y hace que te cuestiones si nos merecemos esta tierra. Esas guerras que han sido provocadas por la locura de unos cuantos, por las ansias de conquista de algunos, por dinero, por oro, por materias primas, para dominar a los demás, para subyugar a otros seres de su misma especie, para apropiarse de las tierras de sus semejantes, de sus pertenencias, para imponer una religión o una cultura. La guerra representa lo peor de la raza humana, saca los comportamientos más despreciables de las personas, nos convierte no en animales, en auténticas alimañas para nosotros mismos. La guerra nos ha acompañado desde el principio de los tiempos y eso me hace pensar que quizás sea algo consustancial a la especie humana y que un día, tal vez no muy lejano, nos haga desaparecer de la faz de la Tierra. La guerra es ciertamente una de mis mayores pesadillas pero paradójicamente me encantan las películas bélicas. Las buenas, por supuesto, no estoy para perder el tiempo con chorradas. Es algo difícil de explicar y me da que pensar. Es como si por el hecho de ver esas películas en las que todo es ficción y donde no muere gente de verdad, de alguna manera exorcizase todos mis miedos a la auténtica guerra, al pánico a verme morir en un campo de batalla, a que mueran mis amigos y que masacren a mis seres queridos, a que destrocen mi tierra. Es curioso como funciona la mente humana. Hace ya muchos años, cuando aún veía telediarios, me horrorizaban las escenas que ponían de guerras, de actos terroristas, de cuerpos descuartizados, de gente absolutamente hecha polvo, no podía soportarlo y en cambio puedo ver lo mismo en una película sin pestañear. No exactamente sin pestañear, si es muy salvaje la escena puedo estar sobrecogido, con la piel de gallina, emocionado, alucinado o incluso soltar alguna lágrima según como me pille, pero puedo ver esa escena e incluso disfrutar como cinéfilo si está bien hecha. A veces cuando estoy viendo una película bélica, me digo a mí mismo que eso es lo más cerca que pienso estar de la guerra, si Dios quiere.
Mis pelis de guerra preferidas de siempre son las obras maestras Platoon de Oliver Stone y Apocalypse Now de Coppola, La Delgada Línea Roja, la mejor cinta de Terrence Malick sin duda, Enemigo a las puertas de Jean-Jacques Annaud absolutamente genial, La Chaqueta Metálica de Kubrick, La Lista de Schindler de Spielberg, magistral, y El Sargento de Hierro y Cartas desde Iwojima de Clint Eastwood, mi director predilecto. Y claro está Salvar al Soldado Ryan también de Steven Spielberg que es para mí la auténtica número uno.
Spielberg ha hecho grandes películas, algunas obras maestras, y es un cineasta de los mejores de la historia, pero Salvar al Soldado Ryan quizás sea para mí la mejor de todas. La historia es buenísima y narra las peripecias de un grupo de soldados para llevar sano y salvo a casa a un soldado que ha perdido en el campo de batalla a todos sus hermanos y está basada en un hecho real que ocurrió en el bando contrario, el de los alemanes. No exenta del sentimentalismo que tanto les gusta a los americanos en general y a Spielberg en particular y de cierto patriotismo también típico de ese país, la película es perfecta desde todos los ángulos: historia, narración, interpretaciones, fotografía, sonido, no sé, todo. Pero quizás lo que diferencia a ésta de otras obras maestras del género, lo que la eleva un peldaño por encima de las demás, es la primera parte de la cinta. Se trata de la sobrecogedora escena del desembarco de Normandía que dura media hora y te deja absolutamente sin respiración. Fui a ver la película el día del estreno con mi hermano al magnífico y enorme cine de la calle Urgel, cine de los de antes cuando no existía el invento de los multicines, y aún me acuerdo de mi hermano agarrado a los reposabrazos del asiento como quien tiene pánico a volar y estruja sus manos en la butaca del avión, invadido por la emoción y casi en estado de shock. Fue brutal. Uno de los momentos más intensos del que tengo recuerdo en una sala de cine. Alucinante. Había una diferencia tan grande con todo lo que habíamos visto en cine hasta entonces, imágenes de una realidad imposible que te atrapan y no te dan un respiro, con una cámara situada en medio del caos, a la altura de tus ojos y que hace que tú estés allí mismo recibiendo esos balazos que resuenan como si te estuvieran atravesando. Porque es todo un cambio de paradigma. De estar viendo una película de guerra, cruda pero a cierta distancia a estar allí viviendo aquella carnicería, viendo las caras de pánico de los soldados, vomitanto con ellos, escuchando el ruido de las balas como suenan las de verdad, las que matan, como pasan por encima de tus hombros, como penetran en los cuerpos de tus compañeros, como se hunden en la carne humana. Memorable. Hoy voy a volver a ver Salvar al Soldado Ryan, es inevitable. Os dejo con unos minutos de esa extraordinaria escena de la historia del cine.