Venía caminando solo por el Paseo de Gracia de Barcelona y eso que le veo sentado en una terraza en compañía de un amigo, tomando algo. No suelo molestar a la gente y menos si está disfrutando tranquilamente de su tiempo libre, pero es que acababa de ver su película justamente la noche anterior y estaba dándole vueltas porque había algo en el guión que no me cuadraba. Estoy hablando de Alejandro Amenábar y de su película Ágora, que aun siendo un buen film me decepcionó un poco. Es una cuestión de expectativas. Vienes de ver Mar Adentro, una obra magistral que es capaz de hacerte llorar y reír a la vez en una misma escena, y claro tienes el listón muy alto. Yo iba predispuesto a disfrutar con una largometraje de época pero con Ágora salí un poco contrariado y mira que no es desdeñable la puesta en escena y la ambientación y se nota la maestría del director en muchos detalles, pero quizás le falta emoción y nunca te sientes atraído del todo por la historia ni te sientes identificado con los personajes. Bueno, el caso es que ahí estoy yo con ese cacao en la cabeza y me lo encuentro justo delante, doy cuatro pasos más, me paro, y pienso ¡qué narices!, me doy la vuelta y me planto delante de la mesa donde están a punto de cenar.
–¿Verdad que eres Alejandro Amenábar? –me presento y le doy la mano a él y a su amigo–. Os pido disculpas por interrumpiros, sé que es de mal gusto y todo eso –algo así les dije– pero no he podido evitarlo. –Me dirijo a Amenábar– Verás ayer vi tu película Ágora y hay algo en el guión que no acabo de entender. ¿Serías tan amable de contestarme a una pregunta?
–Sí, esta no es la manera… nos disponíamos a cenar… pero intentaré contestarte si eres breve –más o menos–.
–Cuando Davo, el antiguo esclavo enamorado de Hipatia, convertido al cristianismo y miembro de los violentos monjes parabolanos, se entera de que sus compañeros la quieren matar, ¿por qué no la avisa inmediatamente?. Tal como has descrito al personaje, desde luego que no es un fanático convencido, más bien dejas entrever dudas en su fe. De hecho lo único que no admite duda alguna es que el sentimiento más fuerte que le domina es su amor por Hipatia. Conociendo las emociones de las personas, realmente me resisto a creer que el tipo deja pasar toda la noche y va a avisarla al día siguiente por la mañana cuando ya era tarde. –bueno no creo que se lo explicase exactamente así, ya se sabe los nervios del directo, pero más o menos la idea era esa– ¿Por qué lo has resuelto de esa manera?
–Sé lo que me dices y tienes razón, pero no vi otra manera de cuadrar el guión y de ser más o menos fiel a la historia.
–Ah vale, sólo era eso. Pensaba que habría algo en lo que no había reparado. Pues no os entretengo más. Has sido muy amable resolviéndome la duda. –nos despedimos, les doy la mano–. Me gustó Ágora, eso sí me gustó mucho más Mar Adentro.
Mi hermana me ha dicho que me pasé un pelo diciéndole esto último. Pero es la verdad. Posteriormente, pensando sobre la respuesta de Amenábar, creo que sí pudo resolverlo de otra manera y sin variar apenas su idea original. Así, a bote pronto, Davo intenta llegar hasta Hipatia rápidamente para salvarla pero no llega a su destino a tiempo. ¿La causa? Yo que sé, le atacan unos fanáticos de otro credo o le atropella un carro o cualquier cosa, vamos que el destino le juega una mala pasada. Este es uno de los recursos más utilizados en la historia de la literatura y del cine. Y por supuesto es fiel reflejo de lo que pasa en la vida real. Para acabar con esta pequeña anécdota me gustaría aclarar que no estoy criticando para nada a Amenábar, al que considero actualmente uno de los mejores, si no el mejor, de los directores españoles, pero también es verdad que a veces algunas incoherencias de guión fáciles de solucionar son una ofensa a la inteligencia. Quizás con un poco más de esfuerzo o respeto al espectador el resultado sería más satisfactorio y desde luego todos saldríamos más contentos del cine.