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Últimamente mi vida transcurre de relato en relato. Los leo y los escribo. Voy de uno a otro como un loco y tiro porque me toca. Vivo perennemente en ellos, entrelazado con sus palabras mágicas, dormitando entre líneas, acosado por metáforas y paradojas, embriagado por la cadencia de la prosa, dejándome llevar acunado por este mar de belleza. A veces me quedo extasiado por una frase especialmente brillante, otras decepcionado con un escritor en quien confiaba, y en ocasiones me tropiezo, anonadado, con un relato tan perfecto que corta la respiración. Y lo leo, y lo leo, y lo paladeo como si fuera un pastel de esos increíbles que hacen en Aragón con Rambla y cómo disfruto, Dios, cómo disfruto.
Alguien se podría preguntar: ¿y dónde ha estado metido el alucinado este? Pues tengo un sillón orejero que me trajeron de Inglaterra que va la mar de bien para desprecintar libros y sumergirse en lecturas de dos y tres horas. Y si te has pegado una buena paliza en el gimnasio, entonces también tienes la cama que, ojo, no sólo sirve para dormir y lo otro, que también, y allí, por las tardes cuando viene el sol de ese lado y el dormitorio se asemeja a uno de las mil y una noches, despliegas tres o cuatro libros encima del edredón y vas saltando de uno a otro como si fueran juguetes y tú tuvieras ocho añitos. ¿Y cuáles son esos juguetes? Pues en mi caso y después de Carver y Tizón (sí, es verdad, he releído una y otra vez Velocidad de los Jardines) de los que ya hablé aquí oportunamente, conseguí algo de pasta y me fui al Fnac y me compré un precioso libro con todos los cuentos de Kafka, así tal cual los escribió, sin los estúpidos y arbitrarios cambios a que los sometió su amigo y editor Max Brod después de su muerte. Franz Kafka, qué grande, ¿qué voy a decir que no se haya escrito ya? Pues que hay que leer algo más que La Metamorfosis para entender completamente el término "kafkiano" que tan alegremente utilizamos en el lenguaje coloquial, y a ser posible empapelarse enterita esta antología de cuentos que está bestial y no olvidarse de El Proceso (es curioso cuántos autores son recordados por obras menores en vez de por sus auténticas obras maestras), que llevo tiempo buscando en el Mercado de San Antonio, y que no hay manera de encontrar en una edición con solera (es lo que tiene ser un poco friki con estas cosas). Me encantó Médico Rural, alucinante, y, sobretodo, Ser Infeliz. Es uno de esos relatos tan kafkianos (ya lo he dicho), surrealistas, imposibles. Es que me vuelve loco, es irresistible, adictivo. Como no he encontrado por ahí una traducción que me guste, lo transcribo yo mismo después de esta entrada en el blog. Era, una vez más, inevitable.
Kafka, he de admitirlo, combina de muerte con algunos relatos de Borges y Cortázar que voy leyendo sistemáticamente. De la monumental antología de cuentos de Cortázar de mil doscientas páginas tan sólo llevo la mitad, voy poco a poco, releyendo muchos cuentos, no quiero que se acabe demasiado pronto. La de Borges la fulminé hace tiempo. Un día, al leer en La Vanguardia que el Nobel de este año había sido para Alice Munro, a quien no conocía en absoluto, llamé a mi novia que estaba por El Triangle con una amiga y le pedí que me comprara Lunas de Júpiter. Me leí el primer cuento y el último, bien escrito, obviamente, pero que quizás no es mucho mi estilo y como mi madre se había pulido la última novela que le di, se lo he dejado. Ya lo acabaré cuando me lo devuelva. A ver si le gusta. Con la edad se ha vuelto un poco cascarrabias y es muy exigente con los libros que lee. Hace pocos días terminé mi segundo libro de cuentos y ni se me ha ocurrido llevárselo para que lo lea. Está lleno a rebosar de historias de asesinatos, suicidas vengativos, algún fantasma, extraterrestres, dioses y un demonio en toda regla. Doce relatos, treinta mil palabras: mucho surrealismo descontrolado. Así que no me atrevo a dárselo, yo creo que me lo tira por la cabeza. El caso es que el lunes llevé una copia impresa al registro de la propiedad intelectual y el día siguiente dejé otra copia en una editorial. Es la primera vez que lo hago. Con el libro de poemas y el primer libro de cuentos ni se me ocurrió. A ver qué me dicen. Con la de miles de libros que se editan cada año (y muchos más que no ven la luz) es improbable que les pueda interesar, pero nunca se sabe. He retirado del blog los cuentos que he incluido en este segundo volumen, confío volver a subirlos en un futuro cuando por fin me contesten (me enviaron un mail diciéndome que suelen demorarse en dar una respuesta debido a la cantidad de manuscritos que recibe su departamento de lectura).
Ingenuo de mí, pensaba que la etapa de relatos se había acabado y que podría retomar otros proyectos. La novela (de la que tan sólo llevo cincuenta páginas) la tengo aparcada desde hace diez meses, los mismos que dediqué al segundo libro de relatos y la obra de teatro apenas está esbozada, aunque no tiene mala pinta. Además, hace tiempo que quiero empezar un cuento ilustrado para niños, del que ya tengo todos los personajes (y el nombre de cada uno de ellos). Pero parece que la fiebre no remite. Hace un par de días me atacó una idea para un nuevo libro de relatos y está tomando forma en mi cabeza. No sé si podré resistirme. Cambiaré fantasmas y demonios por gente como tú y como yo. Y será aquí y ahora. Pero la clave es otra, que no pienso revelar. Es un reto. No sé si lo conseguiré.
Volviendo a mis lecturas (está todo tan entremezclado), después de Kafka me disponía a acometer Los Demonios de Dostoievski, que ya hay ganas, pero me encontré con que Haruki Murakami había escrito una nueva novela y me la compré. En el pasado tuve una etapa Murakami, en la que me leí media docena de sus libros (todos los que estaban publicados en España hasta ese momento) y me encantaron, especialmente Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo y Sputnik, Mi Amor. El libro en cuestión, Los Años de Peregrinación del Chico sin Color, me lo cepillé en dos días, a razón de ciento cincuenta páginas por día. La idea original de la historia me atrapó en seguida y leí con avidez, pero luego todo se quedó en agua de borrajas. La verdad es que me decepcionó. La prosa, un poco desvaída, no consiguió enbelesarme, y nunca me sentí identificado con los protagonistas. A veces el texto me transmitía una sensación extraña, como si fragmentos enteros estuvieran escritos por un negro literario y no por aquel autor que me encandiló en su momento. Horrible. Tanto es así que pienso volver a leer Sputnik, (si lo encuentro, porque lo he buscado por mi biblioteca y no hay manera) para reencontrarme con Murakami.
El caso es que por un momento parecía que la locura de los relatos había pasado pero que va, para nada. Era tan sólo un paréntesis. Dios, ¿seré un lector compulsivo? El otro día estaba en el centro comercial Las Arenas (está genial, es mi preferido de Barcelona, sin duda) y chafardeando en el Fnac antes de ir a hacer la compra semanal al Mercadona, me encontré con un libro recién publicado de relatos inéditos del viejo Kurt Vonnegut, del que ya leí El Francotirador cuando yo apenas contaba con diecisiete años. Y me lo compré, ¿qué podía hacer, si no? Y, para que no se sintiera sólo en el maletero del coche esperando a que volviéramos de la compra me regalé el único libro de ficción que no había leído de Milan Kundera, El Libro de los Amores Ridículos. En novela, mis escritores preferidos son Dostoievski y Kundera, por eso parece inconprensible que en la estantería donde tengo todos los libros del magistral escritor checo, nacionalizado francés en 1981, faltara ese volumen. Pero no lo es tanto porque en épocas pasadas yo sólo leía novela y no estaba para nada interesado en la poesía y el cuento. Estos últimos dos años he corregido esa situación y me he puesto al día en esos dos géneros que tenía marginados. Y he disfrutado.
El libro de Kurt Vonnegut es una recopilación de cuentos sin pretensiones, lleno de fina ironía, historias frescas, livianas, pero resulta delicioso al leerlo. No quieres que se acabe. Es como cuando vas a un banquete y te pones morado con los entrantes y aperitivos y resulta que es siempre lo que más te gusta y luego los platos principales, una vez ya sentado a la mesa, como que te sobran. Kurt Vonnegut es uno de los grandes de la literatura americana del siglo pasado, gran escritor de ciencia ficción, y dentro de poco acometeré Matadero 5, ya va siendo hora. Y qué puedo decir de Milan Kundera. No sé si el Nobel de Munro era merecido, y tengo muchas dudas de que Murakami sea el candidato idóneo, pero de que lo que estoy absolutamente seguro es de que Kundera debería poseerlo. Sería una magnífica manera para que los desgraciadamente politizados miembros de la academia sueca resarcieran a la literatura universal por las insensateces que cometieron el siglo pasado, dejando fuera del premio a algunos de los mejores escritores de la historia como Borges y Cortázar. Algo imperdonable y que devalúa tanto a este premio. El talento de Kundera es tan desmesurado que podría llegar a abochornar a cualquiera de los escritores que han recibido el premio en los últimos treinta años. Solamente he encontrado un genio de la literatura que tenga un conocimiento tan profundo de la psique humana y que sepa transmitir los sentimientos y las emociones con tanta exactitud, intensidad y brillantez como Kundera, y se trata de Dostoivski, ni más ni menos. He leído todas las novelas de Kundera, por supuesto, y algunas varias veces como La Insoportable Levedad del Ser, y ésta podría ser mi novela preferida junto con Crimen y Castigo. Es una obra maestra del tamaño de una catedral. Absolutamente portentosa. Y cada vez que la lees aprendes algo más de las emociones humanas. Es como una guía al interior de todos nosotros. Una auténtica maravilla. Y no sólo pasa con esta obra, todas sus novelas tienen un nivel altísimo, su talento es inagotable. Y esta sublime manera de escribir que tiene, esta especie de novela-ensayo que nos presenta cada vez, que no obstante tiene sus detractores (hay gustos para todo, pero, claro está, la envidia es muy mala), también está presente en la recopilación de cuentos que estoy leyendo, el Libro de los Amores Ridículos. Es divertidísima, picante, escandalosa a veces, instructiva a más no poder. Cada relato tiene más salsa que novelas enteras que he leído, te lo juro. Te diré más, debería ser de lectura obligada para jóvenes que se inician en las prácticas del amor. Les vendría de perlas. Es lo que ocurre siempre con Kundera, estás leyendo (devorando) y cuando te está explicando con esa prosa tan perfecta, tan impecable, por qué sus personajes, (más humanos y más reales que muchas personas que conozco) hacen lo que hacen, se comportan como se comportan, levantas la cabeza del libro y, alucinado, miras hacia arriba y exclamas: ¡es que es así, tal cual!, y sabes que lo que cuenta es la pura verdad y te preguntas: ¿cómo puede saberlo todo?, ¿cuántas vidas ha vivido este hombre? Es Milan Kundera.