Steve Jobs nos dejó. Demasiado pronto. Entre la noticia de su fallecimiento y la gripe esta semana he andado realmente maltrecho. Ya, todo el mundo muere, lo sé, pero admiraba a este hombre. Y quién no. No basta con decir que era un genio, eso lo sabemos todos. Es que nos inspiraba. En un momento de crisis económica, social y de valores del mundo occidental en que dudas ya de todo, el hecho de que existan personas tan completas y excepcionales como Steve Jobs, hace que todavía siga creyendo en la especie humana. Y lo digo en presente porque para mí aún sigue vivo. Y no es porque en este preciso instante esté escribiendo en un Mac inventado por él, ni porque esté escuchando mi música en un Ipod que también se lo debemos a él, ni porque esté todo el día enganchado al Iphone, es que todo lo que nos ha propuesto ha cambiado de alguna manera la vida de muchas personas. Su enorme visión para introducir una y otra vez en nuestras vidas aparatos y plataformas que combinan a la perfección una precisa tecnología y una gran elegancia y de los que luego casi no podemos prescindir, solo la puedo explicar, aparte de por su extraordinario talento, inteligencia y empatía, por la pasión que ponía en todo lo que hacía, por el amor que sentía por su trabajo. Os dejo con su discurso en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford el 12 de junio 2005. Me emociono cada vez que lo veo.