There are no translations available.
Alexandre era un hombre de una fina inteligencia y un gran sentido del humor. Pero vivía solo, no había encontrado a la persona adecuada con la que compartir su vida. Aún así era feliz. Persona optimista donde las haya, nada lo arredraba y tenía una fuerza interior que le llevaba a emprender empresas que otros ni soñarían con acometer. Trabajaba como periodista de investigación para un diario de referencia y estaba en medio de algo tan grande, tan desmesurado, que le había superado. Se encontraba inmerso en una investigación que podía catapultarlo a la fama (o al menos eso creía él), pero que lo llevaba directo al matadero. Había descubierto una trama de corrupción política íntimamente relacionada con una empresa de construcción y con el negocio inmobiliario como telón de fondo (desgraciadamente, nada que no salga en las primeras planas de los periódicos todos los días), aderezado con una larga serie de sobornos, extorsión y prácticamente todos los delitos tipificados en el código penal. Lo que él no se imaginaba, lo que él desgraciadamente no sabía, es que detrás de todo aquello había una banda de mafiosos, los cuales actuaban sin escrúpulos y con una terrible violencia que, y esto es lo realmente importante, también le habían descubierto a él.
Alexandre (vamos a facilitar las cosas al lector ocasional de esta fiel transcripción de los hechos: se trata de otro Alexandre; sí, efectivamente, mis dos protagonistas tienen el mismo nombre y ésa, amigos, es la primera de las tres excéntricas casualidades que se van a dar en esta caótica historia) era un hombre con un fino sentido del humor, pero llevaba una vida manifiestamente desordenada. Era un crápula, un ave nocturna, lo que se llama un bala perdida. No es que saliera a menudo, es que se iba de parranda cada noche, todas las noches. Cuando no estaba alternando con una chica diferente cada vez o bebiendo como un condenado, estaba durmiendo. No era muy trabajador, más bien no lo era en absoluto: era un vago redomado que vivía de lo que se agenciaba gorroneando por ahí. Cuando conseguía un empleo lo perdía rápidamente, incapaz de cumplir con sus obligaciones ni una semana seguida. Siendo como era un desastre de hombre para la vida en sociedad, hay que reconocer que no estaba exento de ciertas virtudes como veremos más adelante. Todo a su debido tiempo. Un día, después de una noche de borrachera y excesos de todo tipo y estando ya sereno, pero con un terrible dolor en su cabeza y, por qué no decirlo, en su alma, se hizo el firme propósito de cambiar de vida porque si no lo hacía, estaba seguro de que acabaría mal. Y entonces sucedió algo que lo cambiaría todo, un hecho que sacudiría las vidas de estos dos hombres de tal manera que ya nada volvería a ser igual.
Alexandre caminaba por la calle sumido en sus pensamientos cuando se produjo aquella segunda casualidad de la que hablaba: se encontró de frente con el otro Alexandre, el periodista. Y se trata de algo totalmente fortuito porque estos dos hombres no tenían ningún tipo de relación, no se conocían y de hecho vivían en dos ciudades diferentes, distanciadas una de la otra varios cientos de kilómetros. Lo que ocurrió es que el informador se había desplazado a aquella otra ciudad con el fin de hacer unas averiguaciones para su investigación. Y claro, este hecho, por sí mismo, no parece revestir gran importancia: cualquier lector un poco avispado ya debe estar pensando ¿y qué?, estos tíos, que ni siquiera se conocen, se cruzan en la calle y no tiene por qué pasar nada, cada uno sigue su camino y ya está. Pues no. Cuando Alexandre (cualquiera de los dos, da lo mismo) levanta la vista y mira al frente ve al otro Alexandre y se queda petrificado: Son exactamente iguales.
Sí, lo sé, lo sé, menudo golpe de efecto, pero esta tercera casualidad tan extravagante y surrealista estaba en el guión desde el principio, es la razón de ser de esta historia. Y tampoco es tan extraño, cosas más raras se han visto. La explicación viene de corrido ahora mismo, sin más dilación: los gemelos nacen, muere la madre en el parto, soltera, no se conocen parientes y cada niño va a parar a una familia diferente (ya es desgracia que nadie los quisiera a los dos juntos, en qué mundo vivimos, separar a los dos bebés, pobrecitos), los bautizan casualmente con el mismo nombre y jamás les revelan que tienen un hermano gemelo, creo que los padres adoptivos de los recién nacidos ni siquiera lo sabían (cosas de los curas, mira que son bestias, a veces).
Alexandre y Alexandre, después de aquel encuentro inverosímil, se fueron a tomar un café y, completamente alucinados, se contaron su vida. Después de doce horas de charla ininterrumpida, de dos docenas de cervezas, tapas variadas, abrazos y confesiones de todo tipo, ya eran más amigos casi que hermanos. Antes de irse a dormir la mona, se comprometen a hacer algo insólito: aprovechando que nadie sabe nada de un hermano gemelo, van a intercambiarse la identidad.
Vamos a dejar esto claro desde el principio: Alexandre, el periodista, cuando le propone ese rocambolesco cambio de personalidad al otro Alexandre, no tiene ni idea de que está poniendo en peligro la vida de su hermano gemelo felizmente encontrado. Sí que es verdad que no lo hace con un fin meramente altruista ni casual, él persigue un objetivo claro: poder seguir investigando, pero de incógnito. Mientras que el otro desempeña el papel de periodista, él no se piensa quedar todo el tiempo en la ciudad de su hermano suplantando su disipada vida, no, él tiene la intención de disfrazarse y seguir con su investigación con más libertad de movimientos. El otro Alexandre está, si cabe, más entusiasmado que el periodista con el proyecto de adoptar otra identidad. Pensemos que ya le estaba dando vueltas a la idea de cambiar de vida, y vivir la de su hermano gemelo le parece un regalo divino, una auténtica sorpresa que no se habría atrevido a soñar siquiera. Estaba radiante. Aquello no era sólo algo increíble y excitante que estaba fuera del alcance de cualquier persona, sino que podía llegar a ser un punto de inflexión en su vida y servir de excusa perfecta para empezar a sentar la cabeza. Tal como estaban las cosas, lo más probable es que perdiera la cabeza. Literalmente. Pero eso, los hermanos no lo sabían.
El resto de la historia, la subiré al blog un día de estos.