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ACERO Y PLATA DE LUNA

Perseguido, perseguidor

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Ahora sé que no es así, que

Johnny persigue en vez de ser

perseguido, que todo lo que

le está ocurriendo en la

vida son azares del cazador

y no del animal acosado.

JULIO CORTÁZAR

Las lágrimas se mezclan con el sudor. La desesperación cubre todo su cuerpo como una negra burbuja. El miedo amenaza con colapsar su sistema motor y eso es algo que Johnny no puede permitir. Hay que seguir avanzando. Los perros se acercan. Ya se escuchan sus macabras risas de muerte. Sus rabiosas voces se elevan en la noche y se dispersan por todo el bosque. Detrás de los lobos amaestrados, a dos patas, los animales salvajes. ¿Humanos?, ¿personas?, no, cazadores de negros, bebedores de cerveza con rifles en la mano, almas siniestras con sed de sangre en los ojos, corazón abotargado de maldad en estado puro. Él, negro en la noche, huyendo para salvar su vida, la suya y la de su amada. No, Susan no corre a su lado, pero está en su corazón y, al mismo tiempo, allá, postrada detrás de la línea de persecución. La cabeza arde, es una fiebre que quema. El odio habita ahí y la venganza se escribirá con mayúsculas en sucio rojo de sangre sobre blanco racista. Su corazón es la cabaña del infierno y aún así hay un propósito en su loca huida. Tiene un sangriento plan de imposible ejecución y la esperanza muere con la muerte. Pero queda mucho sufrimiento que soportar y grita en la oscuridad. El alarido no sale de su garganta, es mudo en la atmósfera, no amamanta la crispación de los cánidos, pero golpea a sus propias vísceras en un viaje al interior de su cuerpo, frenético, en un eco que bombea sangre a sus piernas que aceleran, que vuelan, que pisan la tierra, que aplastan la hierba; ese bramido que adrenalina su universo de células hasta pintar una sonrisa de joker en su cara mojada.

La noche es cerrada. No hay luna blanca que enturbie la negra escena. El negro corre y los blancos acechan. La banda sonora de los perros pone música a la muerte que se ha escapado en la antesala del día. La velocidad de su cuerpo no precinta la agilidad de su mente: sus pensamientos le invaden, los recuerdos le persiguen como la estela de un cometa en su vertiginosa carrera contra la probabilidad estadística. ¿En qué piensa Johnny mientras respira agitadamente?, ¿qué imágenes le traen a la mente las doscientas pulsaciones que incrustan su corazón en su garganta? En ella piensa. En Susan y en su amor más grande que el mundo. Y eso es mucho combustible, gasolina del más alto octanaje, puro fuego que incendia su alma y le hierve la sangre, le abre las pupilas para ver lo que no se puede ver y le afila los oídos para escuchar el silencio delante y la locura detrás. Y recuerda los tiempos felices, las miradas cómplices, el enamoramiento aterciopelado que todo lo puede, el amor que se desborda, tsunami que arrastra el lodo de los prejuicios e inunda la orilla del racismo más recalcitrante de su mundo: ella es blanca y él es negro. Y viven su amor en una ilusión de universo paralelo que en realidad no existe y cuyo límite está situado en la maldad de los otros. Ellos se adoran en silencio como en una pompa de jabón, hermética creen, pero sucia por miles de miradas cargadas de odio como armas de fuego. Él se concentra solamente en Susan, en la belleza de su amor, en los destellos que le lanzaba con cada mirada. Aquel grandioso amor que le regaló ella, solo compensado por el que a su vez recibió de él.

La cacería va según lo previsto. La extenuación del perseguido corre pareja a la algarabía de los perseguidores que ya huelen la presa. La borrachera que arrastran apenas solapa el hedor nauseabundo de sus corazones, llenos a rebosar de instinto asesino y depravación humana. No hay sombra de duda en sus mentes embotadas por el alcohol y por su racismo exacerbado a partes iguales. Si acaso, sus vacilaciones no son acerca de eliminar o no a un ser humano de la faz de la Tierra, sino sobre el modo en que lo van a ejecutar: "¿lo colgamos?, o mejor, dejemos que lo devoren los perros". Las alimañas parlantes no se cubren el rostro como en los viejos tiempos, no hace falta, aquí se conocen todos; son los mismos zombies que viven una vida que no se merecen, que están tan encharcados en la podredumbre que cuando hablan escupen virus que corrompen el aire que respiramos.

Johnny sigue corriendo. Contra todo pronóstico continúa respirando. El aire entra en sus pulmones tan caliente que amenaza con reventarlos. Él, negro incandescente de la noche, reta al destino. Se mueve en la espesura como una pantera y resuelve cada encrucijada con un instinto que no parece humano. Pero todo el bosque está sangrando. Cada rama que se cruza en su camino se queda con un jirón de su piel y lo exhibe como un trofeo de ese hombre que tiene el corazón de un gigante. Su mente se empeña en seguir recordando y él no quiere porque duele más, mucho más, que las espadas de madera que rasgan su piel, llenándolas de llagas, cicatrices futuras que decorarán la gran herida que le atraviesa las entrañas. Y se niega a recordar ese infierno que rivaliza con éste que vive ahora, que empequeñece por comparación esta terrible noche. Porque han profanado territorio sagrado. Tres salvajes, tres, abusaron de su reina. La han violado sin piedad y eso es algo que altera el equilibrio de las cosas. Han clavado un puñal en el eje de la Tierra y no saldrá el sol hasta que hinque esa daga en el agujero negro donde debería encontrarse el corazón de esas fieras. Merecen la muerte. Y la muerte tendrán. Lo juro.

Pero el demoledor ataque contra la dignidad humana no acaba con la deshonra de su amada, con su daño físico, curable en una conjugación futura de tiempo y amor, ni con el daño psicológico, quizás irreparable. Ellos le acusan. Pintan un diabólico paisaje en el que él, el negro, es el violador de su propia mujer. La abominable calumnia le aplasta como una apisonadora y él no tiene más remedio que abandonar a su maltrecha amada y huir hacia el bosque. Se inicia entonces la persecución, con el sheriff a la cabeza y los tres demonios violadores como lugartenientes. No hace falta solicitar voluntarios entre la muchedumbre, por esos pagos sobra carroña dispuesta a asesinar a un negro, que sea inocente o no es un tema meramente anecdótico. Y Susan violentada, estigmatizada por intimar con un negro, salvajemente agredida y terriblemente humillada, queda confinada, vigilada, amenazada de muerte si osa abrir la boca para liberar la verdad de la jaula de esa sociedad podrida, y acusar a los culpables por cometer el pecado mortal de existir en el mismo mundo que ella. La desesperación más absoluta amenaza con corregir esa aberración, empuñando ella misma su muerte o dejándola penetrar en su cuerpo libremente. Ella, blanca, se ve negra de luto por su negro, blanco de blancos de negro corazón.

De repente Johnny se para en seco, detiene su carrera agónica. ¿Qué ha ocurrido? ¿Está agotado y no puede continuar? ¿Ha escuchado, tal vez, los latidos de un animal salvaje que se aproxima o ha sentido un precipicio delante de él, una muerte en vertical que no se deja ver? No, la interrupción es intencionada, el azar no tiene nada que ver con esto. Lleva tres horas corriendo, ya es suficiente. Su mente calculadora le avisa de que ya están todos (él y sus perseguidores) suficientemente lejos del pueblo (y de ella). Comienza la segunda parte de este juego mortal y confía en llevar la ventaja necesaria para continuar adelante con su maquiavélico plan. El sitio es el idóneo para desaparecer. Mira hacia arriba y su cuerpo sigue ágilmente a su mirada escalando con destreza el árbol origen. Y con gran esfuerzo tiende un puente de rama en rama, de árbol en árbol, a una altura tal que aleje su olor del suelo mientras que se acerca peligrosamente a sus perseguidores. Cuando se ha distanciado lo bastante del lugar donde se pierde su rastro, concluye su periplo aéreo y vuelve a pisar tierra firme. No es tan firme y es lo que anhelaba encontrar para proseguir con su obsesiva idea: aterriza en una sucia y maloliente charca, tan perfecta y tan llena de barro que mientras escucha el estruendo de la jauría tan cerca que aterra, no puede parar de temblar de alegría, de miedo, de frío, presa de un ataque de nervios que amenaza su supervivencia. Se serena apenas lo justo para desnudarse completamente y guardar cuidadosamente toda su ropa (que no llega a mojarse y que mantiene todo su olor) en una bolsa que llevaba consigo y que delata, traidora, la premeditación de su plan. Una vez despojado de sus telas humanas, congelado, convertido en un acosado animal salvaje, se cubre de barro y se entierra en él, dejando unos diminutos orificios para respirar y escuchar. Y espera.

No tardan más que unos pocos minutos en pasar de largo a escasos metros de distancia, los rastreadores, siguiendo la pista que se truncará un poco más adelante. Vivir o morir depende a veces de tan poca cosa, piensa Johnny, enterrado en el fango, y el destino o el azar, ahora lo sabe, rige nuestras vidas más que nuestras propias decisiones. Deja pasar un tiempo prudencial y se incorpora de su lecho de lodo como un espectro se levanta de su tumba. Con la bolsa de ropa debajo del brazo, no huye aprovechando que se encuentra a la espalda de los cazadores (ni siquiera se lo plantea), ahora se dispone a perseguir a sus perseguidores. Lo que empezaron otros lo acabará él.

Embadurnado con ese barro que enmascara su olor, Johnny se mueve en silencio detrás de la marabunta que le busca inútilmente. Los paletos justicieros han perdido el rastro pero, como si estuvieran programados, se separan unos de otros para abarcar más terreno y siguen hacia adelante convencidos de que están dando caza al negro muerto de miedo, que huye despavorido dejándose la piel en el camino. Son incapaces, tan siquiera, de sospechar que Johnny está detrás, que mientras ellos creen que le están acorralando, él se mueve en la sombra, acosándoles a ellos y le están facilitando las cosas. Si no fuera por la gravedad de lo que va a acometer y porque el destino de su vida y la de su amada está en sus manos, Johnny esbozaría una siniestra sonrisa al pensar en la paradoja que se desarrolla en esa noche macabra. Pero no sonríe. Ahora Johnny es un depredador que acecha a sus presas. Y no le vale cualquier animal de los que van por delante. Él solo tiene que ocuparse de los tres que han osado tocar la piel mágica de su diosa. Las otras ratas no le interesan. Tienen su permiso para seguir arrastrándose.

El primero de los violadores se queda petrificado al ser derribado por aquel demonio más negro que un abismo sin almas. El maldito cobarde lo confunde con un fantasma de la noche y está a punto de desmayarse de miedo, pero cuando Johnny, sentado a horcajadas encima de él, le llena la boca con el barro que le supura de la piel, en un torbellino de furia y violencia desmedida, reconoce con terror aquellos ojos incendiarios que ya lo están matando. Johnny observa, furibundo, aquella mirada de hiena asustada y no puede evitar experimentar un enorme placer al golpearle en la cara con una piedra tan grande como su mano, dejándole sin sentido al instante. Seguidamente, le despoja de todas sus ropas y extrae alguna de sus propias prendas de la bolsa, para ponérsela acto seguido al desgraciado. Una vez hecho esto, empuña el enorme cuchillo del hombre que ha dejado aturdido, y se lo clava en una mano, en la otra, agujereando sistemáticamente el cuerpo de su presa, pretendiendo poner un especial cuidado en que ninguna de esas cuchilladas sea mortal, con el fin de que se desangre lentamente, sin salvación posible. Pero es tanta la desesperación, la rabia acumulada y el terrible dolor por su mujer ultrajada, que entra en un paroxismo que le obliga a taladrar el cuerpo del condenado como un poseso. Al final, Johnny recupera el control y cesa en su orgía satánica. Es entonces que eleva su cara ensangrentada al cielo estrellado y, en completo silencio, aúlla disculpas a Dios por hacer lo que hace, por haberse transformado en un salvaje inhumano que destroza con sus propias manos a otro salvaje.

Los compinches del degenerado que yace medio muerto agujereado y ahogándose en su propia sangre, no corren mejor suerte que él. O quizás sí, porque Johnny, ahora experto asesino, se muestra más considerado con sus siguientes presas y les acuchilla comedidamente, sin arrebatos diabólicos, con control, pensando en el dulce final que les tiene reservados. O quizás no, porque ese epílogo es, si cabe, aún más espantoso. Johnny cambia ligeramente el modus operandi con su tercera y última captura y, después de dejarlo agonizando, se lava parsimoniosamente en un charco grande de agua que reflejaba como una película muda el atroz asalto; a continuación se pone las ropas que había arrebatado al pobre infeliz. Finalmente, ya vestido, se queda un instante observando a su víctima postrera y, antes de iniciar el camino de regreso al pueblo, con el fin de recoger a su ahora inmaculada diosa y llevársela lejos de ese infierno, grita con todas sus fuerzas, en una apoteósica catarsis que le sirve para dejar allí al demonio en que se había convertido; ese terrible diablo que él mismo detesta en lo más profundo, pero rigurosamente necesario para llevar a cabo su sanguinaria venganza y salvar sus vidas en blanco y negro. Y el aullido esta vez sí que se puede oír en todo el bosque, se eleva y se propaga por todas partes, aturdiendo a los cazadores racistas y llamando a los perros, que acudirán prestos a su cita con los tres cuerpos que esperan pacientemente a ser devorados.

 
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  5. Django desencadenado de Quentin Tarantino
  6. Matrix de los hermanos Wachowski
  7. Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet.
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  13. Uno de los nuestros de Martin Scorsese
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  15. Stoker de Park Chan-Wook
  16. La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks
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  34. La vida secreta de Walter Mitty de Ben Stiller

"Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera"

Ana Karenina León Tolstói

"Está bien ser uno mismo, pero sin exagerar"

Shinzaemon Shimada, samurai del film 13 asesinos de Takashi Miike

"La felicidad no es una estación término, es una manera de viajar"

Margaret Lee Runbeck

“He sido un hombre afortunado: Nada en la vida me fue fácil”

Sigmund Freud

"De Ezequiel 25:17. El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del valle de la oscuridad porque él es auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahveh cuando caiga mi venganza sobre ti!"

Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) Pulp Fiction

No he podido evitar ponerlo en el blog, me encanta. En una ocasión, cuando trabajaba de fotógrafo, le estaba haciendo una sesión a un muchacho y no se me ocurre otra cosa que ponerme allí en medio del parque a recitarle el texto de memoria. Todavía me acuerdo de la cara de perplejidad del chaval. No sé que pensó de mí. Nada bueno seguro.

Claro, el chico se llamaba Yahveh, por eso le monté el show. Gracias hermanita! Qué memoria!

"Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.
¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor.

No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible.

Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra."

Clarice Lispector

"La auténtica patria del ser humano es el lenguaje"

Wilhem v. Humboldt

Ama tu ritmo y rima tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.

Ama tu ritmo..., Rubén Darío

Sobre la nieve se oye resbalar la noche.

La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.

De una mirada encendí mi cigarro.

Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando,
miro la estrella que humea entre mis dedos.

Noche, Vicente Huidobro

Mis pasos en esta calle
Resuenan
En otra calle
Donde
Oigo mis pasos
Pasar en esta calle
Donde
Sólo es real la niebla.

Aquí, Octavio Paz

El corazón del pájaro
El corazón que brilla en el pájaro
El corazón de la noche
La noche del pájaro
El pájaro del corazón de la noche

Si la noche cantara en el pájaro
En el pájaro olvidado en el cielo
El cielo perdido en la noche
Te diría lo que hay en el corazón que bulle en el pájaro

La noche perdida en el cielo
El cielo perdido en el pájaro
El pájaro perdido en el olvido del pájaro
La noche perdida en la noche
El cielo perdido en el cielo

Pero el corazón es el corazón del corazón
Y habla por la boca del corazón

En, Vicente Huidobro

El diamante de una estrella
ha rayado el hondo cielo,
pájaro de luz que quiere
escapar del universo
y huye del enorme nido
donde estaba prisionero
sin saber que lleva atada
una cadena en el cuello.

Cazadores extrahumanos
están cazando luceros,
cisnes de plata maciza
en el agua del silencio.

Fragmento de El diamante
Federico García Lorca

Días y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde cantas.
Te he buscado por el tiempo arriba y por el río abajo.
Te has perdido entre las lágrimas.

Noches y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde lloras
Porque yo sé que estás llorando.
Me basta con mirarme en un espejo
Para saber que estás llorando y me has llorado.

Sólo tú salvas el llanto
Y de mendigo oscuro
Lo haces rey coronado por tu mano.

Poemas póstumos 3, Vicente Huidobro

Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?

Fragmento del Canto I de Altazor, Vicente Huidobro

Dices que repito
algo que he dicho antes. Lo volveré a decir.
¿Lo volveré a decir? Para llegar allí,
para llegar donde estás, para llegar desde donde no estás,
tienes que ir por un camino donde no hay éxtasis.
Para llegar a lo que no sabes
tienes que ir por un camino que es el camino de la ignorancia.
Para poseer lo que no posees
tienes que ir por el camino del desposeimiento.
Para llegar a lo que no eres
tienes que ir por el camino en que no eres.
Y lo que no sabes es lo único que sabes
y lo que posees es lo que no posees
y donde estás es donde no estás.

Fragmento III del poema "East Coker", de los «Cuatro cuartetos» (Versión de José María Valverde) T. S. Eliot

"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar"

Cortázar

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