Llevaba una vida digna de un duende. Tenía un no sé qué atemporal, una mirada brillante, un caminar despreocupado, del que no mira atrás. Él abría sus ojos justo cuando los demás cerraban los suyos. Su nombre, su nombre ahora no importa. Él era único. Imposible de confundir con nadie más. Aparecía y desaparecía como por arte de magia. De alguna manera, era como si se hubiese construido un mundo a su medida. Un mundo que existía en la medida en que él existía. Cuando se iba, siempre sin despedirse, era como si el día se hiciera noche, en un fundido en negro formidable e incorruptible. Si ya era de noche, ¿qué importancia tiene?, la noche es noche, final de todos los días, compañera inseparable del sueño, y los sueños, como todo el mundo sabe, sueños son. Independientemente del momento en que decidía desaparecer de escena, ya fuese a plena luz del sol o con luna llena, se hacía un silencio tan tremendo que se escuchaba en todas partes. Como una nube invisible invadía estancias, se escapaba por las ventanas, reclamaba su lugar, quién sabe si legítimo, a la atmósfera y ocupaba señorial senderos, parques, plazas y fuentes. Pero si su ausencia se hacía tan presente, qué decir tiene que cuando decidía personarse como un aeroplano, aterrizando en la vida de todos nosotros, en medio del agua, que era tierra, que era carne, que eran sentimientos, admiración y amor, no pasaba en absoluto desapercibido. Y acudía a nuestro pequeño rincón, a nuestro mundo, regularmente.
¿Qué le atraía de nuestra tierra, de nuestro humilde hogar? Nadie lo sabía con certeza. Él decía que aquí encontraba tranquilidad. Una paz ansiada después de viajar, según contaba, por todas partes, a través del tiempo. Y quizás, el porqué venía tan a menudo a visitarnos era, a decir verdad, intrascendente porque lo realmente importante, lo crucial para nosotros, era que se presentara con su aura iluminándolo todo. Con él llegaban las primeras luces del alba. Él cerraba la persiana de la noche y abría la tienda de la mañana. Él era el artista que dibujaba con trazo firme y pintaba con brillantes colores el paisaje por el que nos movíamos todo el tiempo que permanecía entre nosotros. Su nombre, su nombre en este momento no lo recuerdo. Él hacía acto de presencia y todo lo demás dejaba de existir. O para ser más preciso, en cuanto él llegaba la vida se ponía en marcha. Es como si tuviera la capacidad divina de dar cuerda a los relojes de nuestros corazones. Y en cuanto aterrizaba, como una nave espacial en un desierto lunar, aquel territorio yermo se convertía en un jardín con tintes paradisíacos. En un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida adquiría sentido y la alegría acudía a nuestras almas. Todo se llenaba de sonrisas, de risas y de carcajadas en una algarabía sin igual en el devenir de nuestro tiempo. Y también había, porqué no decirlo, espacio para la tristeza y la melancolía. Sonrisas y lágrimas motivadas por las maravillosas historias que portaba aquel viajero universal en su maleta.
Aquel nómada, aquel seductor sin rival, no venía solo a visitarnos. Traía consigo un sinfín de regalos. Presentes que eran cuentos y relatos, quién sabe si reales o imaginarios. Venía cargado de historias nacidas de su inventiva o entresacadas de los sueños de las personas que encontraba a su paso en mil y una noches de recorrer el mundo. Él nunca aclaró de donde provenían aquellas historias tan reales y a la vez tan increíbles. Su nombre, su nombre ahora no viene a cuento pues él era, para nosotros, el contador de historias.
"Hola a todos" , nos decía y sonreía. Así era él. Sabía perfectamente que en cuanto aparecía se convertía automáticamente en el centro neurálgico de la ciudad. Todas las miradas convergían en un punto, todos los ojos se dirigían hacia a él. Pero lejos de pavonearse como un rey en su reino, él asumía su liderazgo con naturalidad y se dirigía a todos nosotros como uno más, tratando a cada persona con respeto sincero y camaradería. "Ya está aquí. ¡Que empiece la fiesta!" Gritaban algunos, los primeros que le divisaban. Y como siempre, dejaban lo que tenían entre manos e iban a su encuentro. Todos, absolutamente todos, abandonábamos cualquier cosa que estuviéramos haciendo y corríamos hacia donde él estaba. Lo cierto es que nunca conseguí recordar en qué andaba yo metido antes de que él apareciera. De algún modo el tiempo empezaba a contar desde el instante en que hacía acto de presencia. No dejaba de ser un poco extraño todo aquello, pero lo primordial es que él ya estaba allí y yo estaba deseoso de escuchar sus nuevas historias. Como todos.
"Sí, mis muy queridos amigos, vengo de muy lejos como ya sabéis y traigo el capazo lleno de historias, de ésas que tanto os gustan a vosotros", nos decía y comenzaba a contar sus relatos haciendo las delicias del respetable. Él te embaucaba de tal manera que rezumabas ansiedad por todos los poros. Había cuentos fantásticos, historias tristes, romances azucarados al máximo, relatos de ciencia ficción, leyendas procedentes de países lejanos. En fin, historias inverosímiles, algunas muy dudosas y otras que de ninguna manera podían ser ciertas. Cualquier similitud con la vida que llevábamos nosotros era pura casualidad. La mayoría de las narraciones no tenían ni pies ni cabeza y parecían extraídas de los sueños del individuo más estrambótico del mundo, dormido después de haberse tomado algún brebaje con alto contenido alcohólico. Pero cuánto más surrealistas eran, más nos gustaban. Estábamos verdaderamente sincronizados con aquellas historias. Nuestra vida estaba orientada hacia ellas de tal manera que se habían convertido en nuestro alimento. Podíamos estar horas, días enteros, escuchándole narrar un relato detrás de otro, sin pestañear. Cada vez que venía a nuestra ciudad, aquel hombre nos traía música celestial, interpretada por un director de orquesta, él mismo, con un voz como de fuente, que nos llevaba de la mano a otros mundos, a otro tiempo, a otra dimensión, a otros universos. Su nombre, ¿qué importancia tiene su nombre?, con él éramos felices, nos sentíamos realizados. "Y aquí termina esta historia, os conté cosas tan ciertas como que cuando yo cierre los ojos otro abrirá los suyos", concluía siempre así su último relato y después desaparecía sin dejar rastro, sin hacer ruido, tan sigiloso como había venido. Y para nosotros ahí acababa todo.
Durante mucho tiempo los acontecimientos se desarrollaron de esa manera pero, con cada visita de nuestro benefactor, a mí se me planteaban nuevos interrogantes. Llegó un día en que decidí abordarle antes de que se ausentara hacía siempre. "Contador de historias", le dije, "últimamente no dejo de darle vueltas a unos hechos que me tienen obsesionado. Tengo la sensación de que nuestra vida es normal, sencilla, en la que el tiempo pasa, pues eso, a su tiempo, y que nuestra ciudad es una ciudad como otra cualquiera pero cuando apareces tú, las cosas cambian, o al menos toman otro cariz. Y no me malinterpretes, por favor, tu llegada siempre es el acontecimiento más importante para nosotros. El caso es que, cuando te presentas ya no recuerdo nada de mi vida anterior, ni tan siquiera me acuerdo de lo que estaba haciendo en los instantes previos a tu llegada. Después me sumerjo en tus historias y luego desapareces y todo se acaba hasta que vuelves a hacer acto de presencia y se repite el proceso. Tengo la sospecha de que aquí sucede algo que no tiene explicación, que no concuerda y me da miedo preguntártelo, pero tengo que hacerlo, contador de historias, ¿qué esta ocurriendo aquí?". "Veo que eres muy perspicaz y también valiente, pero la verdad puede hacer mucho daño y destruir tus sueños y la realidad puede tratarse tan sólo de un sueño, ¿Estás seguro de que deseas conocer la verdad?, ¿estás preparado?". Asentí.
"Quisiera empezar por el principio y para ello debería revelarte mi auténtico nombre. Pero realmente no puedo hacerlo porque no tengo nombre o, en todo caso, tengo todos los nombres, porque soy un cometa que viaja de sueño en sueño. Si me gusta lo que veo en el sueño de otro me quedo, pues ahí es donde vivo y en mi vida todo lo suyo es mío. Yo abro mis ojos cuando otro cierra los suyos y a veces me golpea la tristeza cuando pienso que sólo vivo en la vida dormida de los demás. Pero suelo ser feliz porque soy todo lo que quiero ser. ¿Qué puedo hacer si soy el Cometa de los Sueños? Soy un bramante de sueños, funambulista de la inconsciencia. Vivo pendiente de un hilo, si el sueño de mi portador es ligero tiemblo y, si al fin despierta, yo caigo del alambre de sus ojos abiertos. ¿Ves mi cola de cometa?, está hecha de jirones de sueños. Si alguien recuerda algo, ahí detrás en mi espejo, es que anduve tejiendo mi cola entre sus sueños, y ahora formo parte de él y él forma parte de mí. Así que si duerme un poco, me da la vida. Mi vida es su sueño".
"¿Quieres decir que no eres real, que no eres una persona?", le pregunté. Yo estaba perplejo. Parecía que me estaba tomando el pelo pero lo decía con un sentimiento, con una pasión, que o bien estaba loco o era la verdad, por increíble que pudiera parecerme. "No soy una persona pero soy muy real. Soy un cometa que vive en los sueños de las personas de carne y hueso, que no por tener una presencia física son más verdaderas que yo". "¿Y cómo te podemos ver si eres sólo un cometa que vive en los sueños?", le interrogué. De repente apareció la sombra de una duda en mi cabeza y el corazón empezó a latirme con fuerza. "No me gusta dar malas noticias, lo mío es contar historias y alegrar los corazones, pero tengo que decirte la verdad. La verdad es más importante que tú y que yo y sólo hay un camino para llegar a ella. Vosotros, como ya has empezado a sospechar, sois un sueño. Un sueño que yo sueño para poder contaros todas las historias que vivo en los sueños de los demás".
No dije nada. Estaba consternado. No todos los días uno descubre que no existe. Yo no era una persona, ni mis conciudadanos lo eran. Nuestra vida, nuestra ciudad sólo existía en el sueño de alguien que sólo vivía en los sueños de los demás. Yo ni siquiera era un sueño, era el sueño de un sueño. Terrible realidad. Y ni siquiera podía consolarme dudando de las palabras del Cometa de los Sueños. Yo, en lo más profundo, sabía la verdad. Todo encajaba perfectamente. Por eso yo siempre tuve aquella sensación tan extraña de que sólo vivía cuando se presentaba él entre nosotros. Estaba hundido. Quería morir. Pero no podía porque ni siquiera estaba vivo. En cuanto él cerrase los ojos, al abrir otro los suyos, yo y todo lo que me rodeaba nos desvaneceríamos. Mi no vida era espantosa.
"En estos momentos me embarga la tristeza al verte tan hundido", me dijo el cometa, "y no sabes cuánto te entiendo. Cuando descubrí que yo no era un ser vivo quise morir como tú ahora, cuando en realidad lo que quería por encima de todas las cosas era vivir. Menuda paradoja. No podía vivir y no podía morir. Fui muy infeliz durante mucho tiempo, hasta que comprendí que cada uno es lo que es. Yo era un sueño, cierto, y no tenía control sobre mi vida de sueño. Alguien me soñaba y yo abría los ojos y deambulaba por su sueño como un alma en pena. Pero un día me pregunté, por qué no podía controlar mi propio destino. Ya que no podía dejar de ser un sueño, decidí que yo elegiría los sueños donde iba a pasar toda mi vida. Y me convertí en el Cometa de los Sueños. Y ahora viajo, como te dije antes, de sueño en sueño y si me gusta ese sueño, vivo en él hasta que se despierta quien lo sueña y entonces acelero a la velocidad del sueño y, cometa de mí, me introduzco en otro sueño. Y así sucesivamente. De esta manera vivo mil vidas y conozco a infinidad de personas reales o imaginarias. Ésa es mi vida de cometa". Visto de ese modo no parecía tan malo. Todavía me sentía muy triste, pero al menos me quedaba un poquito de esperanza en mi alma de sueño. Lo que no alcanzaba a entender es por qué había creado el sueño que era mi vida y la de mi ciudad, si le iba tan bien siendo un cometa de los sueños, ¿qué necesidad tenía si se podía mover libremente de sueño en sueño?
"Durante mucho tiempo viajé y viví en todos los sueños habidos y por haber y tengo mi cola de cometa abarrotada de retazos de sueños y he sido muy feliz, ésa es la verdad", me explicó seguidamente el comenta, "pero llegó un momento en que ya no me bastaba con vivir en los sueños de los demás y quise crear mis propios sueños. No te digo que haya sido tarea fácil pero, como cometa, lo he conseguido. Y ahora tengo mis sueños y puedo soñarlos cuando yo quiera. No conozco a nadie más con esa capacidad y quizás yo sea una aberración de la Naturaleza, quién sabe. Os creé a vosotros y a vuestra ciudad para poder relatar mis historias. Necesitaba un público fiel que pudiese escucharme días y días para poder descargar de mi cola de cometa tantas aventuras que tenía acumuladas. Me gusta tanto contar historias. Ahora me tendrás que perdonar pero debo ausentarme, tengo tres sueños a medio vivir y no puedo demorarlo más. Pero antes de desaparecer te voy a confesar algo que quizás te parecerá extraño, y más hoy que has descubierto tu verdadera naturaleza de sueño: yo no desearía ser otra cosa, ni siquiera una persona. Soy único en el Universo, soy inmortal, y he alcanzado un nivel de excelencia tal que me permite cerrar los ojos sólo cuando yo quiero, no cuando los abre quien me sueña. Soy el Cometa de los Sueños".