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ACERO Y PLATA DE LUNA

Mike Blackness. Fragmento nº 14. Peter

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Una triste biografía. La de Peter. Un conjunto de hechos, circunstancias, aprendizajes y decisiones que marcan una vida. Una vida que empieza mal, con la muerte de su madre, el único ser que podía haberlo cambiado todo, que le dio la vida y que al morir al darle a luz, casi se la quita, y que terminará inexorablemente con su propia muerte, quién sabe sin haber conocido nunca la felicidad.

De repente, un cambio.

Hace mucho, mucho tiempo que ha tirado la toalla. Ahora Peter vive su vida encerrado entre las cuatro paredes de su cerebro, sin salir apenas, sin sonreír, sin disfrutar de la compañía de otros seres humanos. Tiene cuarenta y dos años y, de improviso, entra alguien en su vida. Es algo no buscado, por supuesto. Peter hace mucho que enarboló la bandera blanca, se encerró en sí mismo, herméticamente, y tiró la llave. Y ahora aparece Alma, que es la hija de alguien, que es la hermana de alguien. Y ella le ve. Y él la ve a ella, lo cual es un milagro, porque hace demasiado tiempo que no siente a las personas. Y quizás fue el puro azar o el destino que la lanzó hacia él, imparable como una catapulta; resulta imposible saberlo. Pero no importa.

Él la acoge con los brazos abiertos.

Con ese corazón que parecía defectuoso, obsoleto, pero que cada día se va ensanchando más y más para que quepa todo ese amor que van fabricando ellos dos sobre la marcha, con una especie de alquimia antigua, tan intensa como sorprendente. Porque ella viene también de un largo viaje por el infierno. De padre y hermano abusadores, maltratadores. Abandonada por su madre, que comete el pecado mortal de huir dejándola todavía bebé en esas sucias manos. Anulada por completo, con una autoestima alarmantemente baja, reducida a la mínima expresión por sangre de su sangre. Carne de cañón de psiquiatras armados con tubos de pastillas; proyecto de suicidio a muy corto plazo en el lapso de tiempo que va desde el sillón de un psicoanalista pirado hasta el ingreso forzado en un sanatorio para enfermos mentales.

Pero, en un giro imprevisto de los acontecimientos, se encuentran y se escapan. Juntos. Extraña pareja. Era improbable, pero ellos se entienden, se completan el uno al otro.

Los corazones dañados son los más hermosos.

Y viven toda su vida, la vida auténtica, la que de verdad cuenta, en unos pocos meses. Por primera vez en su vida son felices. Ya merece la pena haber nacido. El sufrimiento y la desesperación encuentran un enemigo poderoso en ese amor surgido de la nada, como por arte de magia.

Hasta que les encuentran. El hermano de, el padre de... Alma.

No se sabe el porqué, pero existen seres marcados que, al parecer, no tienen derecho a vivir su vida en paz y armonía. Seres a los que se le niega sistemáticamente su trocito de cielo, un lugar en el paraíso. Buena gente perseguida por las circunstancias, por la mala suerte, por la voracidad de este mundo enfermo, por la insensatez que gobierna la vida de las personas o por la existencia de alimañas de largos colmillos, que toman forma de seres humanos pero que poseen una incorregible deformación congénita: carecen de corazón.

Seres como el padre y el hermano de Alma que les perseguían y que, finalmente, dan con ellos. Y esta persecución no es debida a que quieran recuperar a su hija, a su hermana, para seguir torturándola, para continuar utilizándola como esparrin de sus más bajos instintos animales, de sus evidentes carencias humanas y exprimirla hasta la última gota, hasta que ya no quede nada, tan sólo un pellejo vacío, un muerto en vida, un alma en pena. No. En realidad le buscan a él, a Peter. Por ese algo que él, y solamente él, posee. Y en este sentido, ella es prescindible, tanto que la matan sin piedad.

Sí, Alma muere.

Y Peter queda destrozado. Jamás se recuperará de semejante infortunio. Ni siquiera lo intentará, sería faltar al respeto a la memoria de ese amor que valía más que su vida, más que el mundo. Sí, es cierto, le han arrancado el corazón de cuajo, le han arrebatado lo que más quería en este Multiverso tan cruel, tan injusto, pero no le podrán quitar la memoria, el recuerdo de ella. El tiempo que pasaron juntos quedará para siempre grabado en su cerebro. Esa vida compartida con Alma, efímera en el tiempo, pero virtuosa, permanecerá en él para siempre, porque Peter tiene la firme intención de seguir con vida lo máximo posible. Y luchará contra viento y marea para que esos excelsos momentos no se pierdan como lágrimas en la lluvia.

Lo dijo Robert Frost, el poeta, y tenía razón, la felicidad compensa en altura lo que en extensión le falta.

Y por mucho que lo sienta por Peter, por mucho que me duela, la muerte de Alma es algo irreversible.

No puedo reescribir la historia.

En la refriega muere también el hermano, individuo tan despreciable y tan insignificante en esta narración que no se merece que pierda el tiempo dándole un nombre. No obstante, es rigurosamente necesario hacer mención de ello porque el padre, ante la rabia que le produce la muerte de su hijo (no se puede hablar de dolor en alguien que no tiene corazón, ¿verdad?), cambia de prioridades, se olvida de golpe de los poderes de Peter que tanto deseaba poseer y se lanza a una persecución por toda la galaxia con la consigna: se busca a Peter muerto o muerto.

Y así estamos.

Lleva casi veinte años escapando. Lleva casi veinte años recordando a Alma. Tiene sesenta años cuando Mike y Hanna lo encuentran en el Valhalla Dimensional.

 

Mike Blackness. Fragmento n 13. La mutación sincopada del camaleón

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Pero la decisión ya está tomada. Nuestro individuo, protagonista de la velada, de nombre John Lee en este universo, ya lo tiene decidido desde el principio. Todo este coqueteo sobra. Es un mero tontear para rellenar el tiempo, para disfrutar del local, para saborear la bebida y también, por qué no, para conocer mejor a la elegida, a la única que importa y detectar qué resortes hay que pulsar para que ella no se escape, para que caiga en sus redes, y acabar el día como él desea: una deliciosa velada en el apartamento de ella o en su hotel. Ese es el único objetivo de nuestro hombre y el desenlace óptimo después de tanta búsqueda infructuosa, de tanto paseo dimensional, de tanto marear la perdiz, una y otra vez en el mismo sitio, diferentes establecimientos, diametralmente opuestos unos de otros, pero siempre, siempre las mismas coordenadas.

Myrna es alta y posee unas medidas de escándalo, un cuerpo absolutamente perfecto. Sus preciosos ojos marrones de mirada profunda gobiernan su rostro, no tan armonioso como su cuerpo pero con la impagable cualidad de que cuanto más lo miras más bello te parece; nunca te aburrirás de mirar esa cara. Myrna es una mujer preciosa, una auténtica campeona, pero es morena. La elegida es Samantha. Quizás no es tan perfecta, ni tan alta, ni tan elegante como Myrna pero lo compensa con una simpatía natural y unas curvas de infarto. Tiene lo que se dice un buen trasero y unos pechos generosos, que el escotado y ceñido vestido que ha elegido para la velada apenas trata de disimular. Qué más se puede pedir. Su cara es fina, ligeramente aniñada y sus chispeantes ojos azules están siempre dispuestos a reír. Y claro, Samantha es rubia.

Resulta que nuestro hombre tiene fijación por las rubias. Es bueno saberlo.

Cuando llega el momento de la verdad, es decir, cuando la mánager del restaurante le informa de que finalmente ya tiene la mesa preparada, John se las arregla para quedar bien con Myrna, sin comprometerse a nada, e invita a Samantha a comer con él, allí mismo, en ese preciso instante, para qué esperar a citarse otro día. Ellos están ahí y ahora, han conectado. Samantha está tan contenta por ser la elegida, se siente tan embriagada por la sensación de triunfo, que no lo duda un momento, no le importa dejar tirados a sus amigos, no se para a pensar que tal vez sea un poco precipitado, que, en realidad, no conoce a ese hombre de nada, que quizás se está dando poco valor a sí misma aceptando esa cita improvisada.

Pero ya está hecho.

Ahora están a solas, disfrutando de una cena romántica. La comida es excelente, el vino inmejorable, el ambiente magnífico. Se lo están pasando de maravilla. Para Samantha, a sus tiernos veintipocos años aquello es una auténtica aventura, está excitada, siente que ellos son el centro de todas las miradas en aquel restaurante. Aquella cita improvisada parece estar en boca de todos. Su imaginación se eleva hacia el techo del local y desde esa altura se observa a sí misma y a su atractivo acompañante como a través de una mirilla. O mejor, como si aparecieran en una pantalla de cine: los felices protagonistas de una película de Hollywood. No hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar que el género cinematográfico que Samantha ha elegido para su ensoñación ha de ser por fuerza el de la comedia romántica; el thriller, francamente, tenía pocas posibilidades; una película de terror, ni se plantea, se descarta automáticamente.

¿Y allí, en Inglaterra, tienes a alguien que te espere?, pregunta Samantha a John en un momento dado, justo antes de pasar a los postres. Las burbujas del champán del aperitivo y el vino consumido durante los dos primeros platos ya han hecho efecto en su organismo y la han vuelto, si cabe, más osada. Quiero decir, se explica, que estamos tú y yo aquí, monísimos, intimando de lo lindo en el transcurso de esta maravillosa cena y, a lo mejor, tienes en Londres una novia, prometida o algo peor. Por favor, no me hagas reír, piensa John, ¡novia! qué poco apropiado para alguien como yo. Sería una novia tan efímera que no merecería tal apelativo. Pero contesta algo más trivial, menos embarazoso: he tenido algunas relaciones, pero ahora mismo no hay nadie importante en mi vida, como se suele decir estoy soltero y sin compromiso. ¿Y, qué me dices de ti? Libre como un pájaro, contesta Samantha, feliz con la respuesta de él, sonriendo con todo su cuerpo, etérea, brillante.

Cuando Samantha y John salieron del restaurante se dirigieron a un local de moda y se tomaron allí un par de copas entre cálidos besos, música agradable y dosis adecuada de luz y oscuridad, rodeados de otros jóvenes como ellos, sumergidos también en procesos similares de enamoramiento o sometidos a la tiranía de la noche que les impelía a buscarlos inexorablemente. Cuando se cansaron del bullicio y sintieron que necesitaban más intimidad se dirigieron al apartamento de ella.

La puerta se cierra tras ellos y es en ese instante que la noche se parte en dos. Sí, es cierto que Samantha y John han llegado a ese momento en un estado de gran excitación, compartido por ambos, después de una noche mágica en la que se han encontrado, en la que se han conocido y han conectado, no del todo por puro azar ya que John acechaba, buscaba incansablemente. Pero, a partir de ahora, la secuencia de los hechos se bifurca salvajemente entre lo esperado, lo deseado por Samantha, y lo codiciado y planificado hasta el más mínimo detalle por John.

En cuanto se encuentran a solas en el apartamento se produce, en primera instancia, un cambio apenas perceptible en la actitud de John. Samantha lo nota, a pesar de la dosis considerable de alcohol que satura su organismo y adormece sus sentidos y a pesar de su propia agitación ante la proximidad de la consumación del acto sexual, como colofón a una noche perfecta. Quizás tenga algo que ver con su mirada, Myrna la juzgó inquietante hace apenas unas horas, pero ahora quizás se aprecia algo más, un brillo maligno en esos preciosos ojos verdes. O tal vez sea porque John empieza a abandonar esa actitud cariñosa que le ha acompañado durante toda la velada y se muestra más autoritario en la soledad del apartamento. En cualquier caso, es suficiente para que Samantha sienta como un escalofrío recorre su columna vertebral.

Pero esta reacción natural de su cuerpo, que es como un aviso premonitorio no será suficiente para salvar a esa preciosa chiquilla. No nos engañemos, todos sabemos que John es tan sólo una faceta dimensional del Sujeto 237, ese salvaje asesino en serie que ha sembrado el pánico a través del Multiverso, destrozando la vida de jóvenes indefensas.

John percibe en Samantha ese pequeño titubeo, observa con atención esa recién aparecida desconfianza en los ojos de ella y en su cerebro de depredador se produce un click que le avisa para poner el marcha la maquinaria del último acto de la noche. Un desenlace del que no podrán disfrutar los dos, ya que el éxtasis de él significa invariablemente la muerte para ella.

Esa es la terrible verdad.

La excitación sexual que era tan evidente en ella hace apenas unos instantes desaparece por completo, como si nunca hubiese existido, mientras que en él se dispara de cero a mil.

De repente, todo se precipita.

Él la coge del cuello y al mismo tiempo que se yergue desde el sofá en el que permanecían sentados, la levanta con una fuerza descomunal y le mira directamente a los ojos, a menos de un palmo de distancia. Ella pierde el conocimiento.

No se ha desmayado por la presión en la garganta, es el terror que le ha invadido de golpe. Han sido los ojos de él que como espejos le han mostrado lo que va a ser de ella.

Ha visto su propia muerte reflejada en esos ojos.

Y quizás ha comprendido, todo ello en un segundo, con la asfixiante presión de la manaza de él oprimiendo su delicado cuello, que ese ser ha estado ahí siempre, detrás de esos ojos. En ningún momento se ha ido. John no se ha transformado de golpe en un psicópata, no se trata de un moderno Doctor Jeckill y Mr. Hide. En la misma persona conviven los dos, el encantador muchacho que la ha seducido y el animal de apetito desmedido que necesita matarla para llegar al éxtasis sexual.

John no suelta a su presa. En un estado de máxima exaltación, arrastra a Samantha por el cuello hasta la mesa del comedor, que se encuentra apenas a dos metros del sillón, la tiende boca arriba, extrae un cuchillo de una funda que llevaba oculta en su espalda y se lo hinca con fuerza en el cuello. El puñal secciona la arteria carótida, atraviesa el cuello y se queda clavado en el tablero de madera, dejando de esa manera el cuerpo de ella fijado a la mesa. El monstruo observa con delectación como la pobre muchacha se desangra rápidamente.

En cuanto ella exhala su último aliento, John, como un animal en celo, se desabrocha el pantalón que estaba a punto de reventar y, babeando, le sube el vestido empapado de sangre, le baja las bragas hasta las rodillas, le abre las piernas y la penetra con violencia, saciando así sus depravados instintos necrófilos.

Cuando su fiebre lujuriosa explota, finalmente, John profiere un grito grave, que resuena amplificado en esa sala sin almas, y se desploma encima del cadáver de Samantha. Permanece un tiempo indefinido allí, empapándose con la sangre de ella, descansando, retozando, relajándose o lo que quiera que haga después de cometer una atrocidad tal que hace desear el fin de una civilización que permite la existencia de ese ser abominable.

Al cabo de un rato, como en trance, John se separa de su víctima, se baja de la mesa y se sube maquinalmente los pantalones. No se limpia la sangre, ni recupera su cuchillo, ni se arregla la ropa. Se dirige a la ventana, cierra ligeramente los ojos y salta.

Samantha no se había despertado. Su rápido desmayo, en cuanto cayó el telón de las caricias y se impuso la realidad de la garra de hierro en el cuello y la mirada enfermiza, le ha librado de mayores padecimientos. Ha sido asesinada cuando aún dormía y eso le ha evitado un sufrimiento atroz. Su alma ya no estaba allí cuando aquella aberración de la naturaleza ha tomado su cuerpo.

Se ha producido un cambio importante en el modus operandi del Sujeto 237.

Es un cambio de gran transcendencia.

Ya no se limita a buscar a sus víctimas entre prostitutas y chicas de compañía. El hecho de que ya no se circunscriba al círculo cerrado de las profesionales del sexo tiene varias consecuencias, todas ellas nefastas. En primer lugar, ahora el número de posibles víctimas se ha multiplicado exponencialmente. Además, estas mujeres están, si cabe, todavía más indefensas, al menos, las profesionales tienen alguna oportunidad de salvarse, saben a lo que se enfrentan, pueden estar prevenidas, algunas incluso disponen de un arma o cuentan con alguien, un proxeneta o un amigo o colaborador que está pendiente y que puede evitar, en última instancia, el crimen. En tercer lugar, este nuevo escenario complica sobremanera el trabajo de los policías para capturarle.

El Sujeto 237 se ha vuelto más impredecible.

Hoy ha abierto una nueva puerta, una puerta terrorífica, y ninguna mujer en el Multiverso está ya a salvo de ese depredador dimensional.

El psicópata ha mutado y seguirá haciéndolo, seguirá evolucionando y matando mientras algo no lo pare, hasta que el cielo y la tierra se conjuren para destruirlo o que alguien con la determinación, la fuerza y la audacia necesarias lo erradique de la faz de la Tierra.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 12. La mutación sincopada del camaleón

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El individuo en cuestión entra en una cafetería. Mira a derecha e izquierda con atención y se dirige a la barra. Es rubio y tiene el pelo lacio y largo, lo lleva recogido en una coleta. Sus ojos son claros, diría que azules y su piel es blanca, lechosa. Lleva una camisa hawaiana y unos tejanos desgastados, deshilachados en los bajos. Va en chanclas. Pide una cerveza y se sienta en un taburete sin respaldo, tapizado con un skay negro setentero. Es uno de esos que tienen soportes para los pies y dan vueltas. Se gira en su asiento y se queda dando la espalda al camarero, los codos apoyados en la barra.

No está en el mismo universo que Mike, eso lo sabemos. Pero, en realidad, tampoco importa; no se va a quedar demasiado. Va dando saltos. De universo en universo. Algo anda buscando.

Echa otro vistazo a la clientela del local y hace un gesto de fastidio. Da un cuarto de vuelta a su taburete, coge la cerveza, le da un último trago, la vuelve a posar en la barra, da otro cuarto de vuelta a su asiento y se levanta. No hace ademán de pagar la consumición, no mira siquiera al camarero, que le observa, en silencio, con gesto extrañado, cómo enfila cansinamente hacia la salida del local. Abre la puerta, cierra imperceptiblemente los ojos y deja atrás la cafetería, ese universo.

Vuelve a entrar.

El local es diferente. Él es diferente. Pelo negro, ojos oscuros, moreno de piel, tiene la superficie de la cara irregular como si hubiese sufrido acné de joven y poca paciencia. Está gordo. No parece el mismo tipo. Definitivamente, el local tampoco es el mismo. Ahora se trata de un bar roñoso, anticuado. No es que sea antiguo, es viejo. Huele a alcohol, a cerrado, a falta de ventilación, y está oscuro, las ventanas que dan a la calle están cerradas, las persianas bajadas casi del todo; parece sucio. El color original del vetusto mobiliario es indistinguible, la tapicería está roída, los marcos de los cuadros colgados de la pared se muestran llenos de polvo, las imágenes están desvaídas, sin contraste alguno. No es un sitio agradable, desde luego. Apenas hay cuatro o cinco clientes desperdigados entre la barra y las mesas. Son gente ya de una cierta edad, con aspecto de enfermos, seguramente alcohólicos. Beben solos, apuran sus cervezas, sus copas de licor, con mirada perdida, alienados. Este antro parece la antesala de la muerte. El hombre apenas da un paso hacia el interior del local, observa el panorama durante unos pocos segundos, hace una mueca y lanza un escupitajo al mugriento suelo, algo que no desentona en absoluto con la atmósfera del local. Vuelve a salir y vuelve a entrar.

Lo que está claro es que el tipo tiene alguna clase de fijación con ese lugar.

Quizás lleve entrando y saliendo del local todo el día. Como un psicópata. O como un depredador acechando a su presa.

Todo es distinto ahora. Donde antes había oscuridad y olor rancio ahora hay luz y Chanel No 5. De repente, aquel bar repelente se ha convertido en un restaurante de moda. El local está exquisitamente decorado, pero en ningún caso se podría decir que resulte recargado, es realmente elegante; el responsable de su diseño tiene muy buen gusto, sin duda. El restaurante es verdaderamente confortable, a pesar de que tiene capacidad para albergar a muchos comensales, no hay sensación alguna de agobio. El estudio del espacio que se ha realizado es virtuoso y está optimizado al máximo. La elección de un mobiliario moderno y de calidad, unas separaciones perfectas entre las mesas, los diferentes espacios creados, los techos altos, la combinación de colores y de tejidos, el toque naturista con plantas auténticas y flores, algunas de ellas de una indudable belleza y espectacularidad, todo ello confiere al restaurante una personalidad propia. Y qué decir del personal: son amables, solícitos, y además bien parecidos, de aspecto aseado y pulcro, vestidos elegantemente con un traje de un precioso tono morado de corte oriental. Las funciones de maître recaen en la elegante mánager del restaurante, una encantadora mujer que dejó atrás hace ya algunos años su plenitud, pero bellísima todavía y que hipnotiza a sus clientes de tal manera, que aunque reciban la mala noticia de que deben esperar todavía media hora para ser sentados a una mesa, reaccionan como si les acabara de tocar la lotería. Nada más entrar al restaurante, a la izquierda, se encuentra una enorme barra de forma elíptica con capacidad para unas treinta personas y dentro de ella hay un montón de camareros que trabajan con gran profesionalidad para dar servicio a los clientes. Un poco más adelante hay una pequeña tribuna con una agenda llena de nombres, número de comensales y horas reservadas y detrás del mueble se encuentra la mánager del restaurante, que acompaña a los clientes a sus mesas o sienta en la barra a los que se presentan antes o después de su hora o sin reserva previa o a los que simplemente quieren picar algo o tomar una cerveza en un ambiente inmejorable, en ese local abarrotado de gente guapa y estilosa.

Y nuestro camaleónico viajero sonríe ampliamente en cuanto da un primer vistazo al establecimiento. Luce espléndido con su nuevo aspecto. Pelo rubio oscuro abundante, bien cortado, ojos verdes, la piel de su rostro hidratada, de aspecto luminoso, parece que acaba de salir de un centro de estética. Es alto, ancho de espaldas, se adivina musculoso dentro de su traje bien cortado, a la moda. La elegante prenda es de un color azul cobalto y le sienta como un guante. Podría seducir con facilidad a cualquier jovencita de las que proliferan en el restaurante. De eso se trata.

No tengo reserva, lo lamento, ¿mesa para dos?, espero que sí, ¿nombre? Lee, John Lee, quizá pueda conseguirle una mesa, pero no será antes de media hora o tres cuartos, ¿le supone algún problema?, en absoluto, puede tomar un aperitivo en la barra mientras tanto, le dijo la maître, acompañándole hasta un taburete milagrosamente vacío situado justo en medio de dos jovencitas que disfrutaban de la velada, cada una con su propio grupo de amigos. ¿Puedo confiar en que me cuidarán a este caballero hasta que le consiga una mesa?, preguntó con picardía la mánager del restaurante mirando alternativamente a las dos chicas, creo que es nuevo aquí, a juzgar por su acento. Eso está hecho, contestó audazmente una de ellas sonriendo a la maître, aquí somos gente educada y siempre tratamos con amabilidad a los recién llegados, sea cual sea su edad y condición, continuó mientras echaba una rápida ojeada al elegante joven, ¿no es así?, preguntó finalmente con mirada cómplice a su improvisada compañera o adversaria. Por supuesto, haremos cuanto esté en nuestras manos para que se sienta a gusto, dijo la segunda, asumiendo en seguida su papel de buena samaritana.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 11. En el Valhalla Dimensional.

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Con tan sólo esas seis reglas, aquel paraíso del caos y de la libertad personal llevaba en funcionamiento desde que se acabó la Singularidad. Los moradores de aquella utópica microsociedad que parecía inventada por alguna mente trastornada, ejercían su derecho a vivir su vida sin límites morales o éticos, huyendo de las convenciones sociales establecidas por la civilización actual. Los Moradores del Valhalla Dimensional seguían los dictados de su propia conciencia (en el caso de que tuvieran conciencia) y vivían en aquella prodigiosa y sucia burbuja, unos pocos en busca de su yo más auténtico, buceando en su psique, ajenos al ruido y a la furia de los elementos que se arremolinaban allá fuera, dentro de los límites de aquel lugar inverosímil, otros muchos enfrascados en la búsqueda insaciable de placer, algunos más entregados a una perversión irrefrenable y a la violencia apenas controlada por el Ojo por Ojo que se aplicaba a rajatabla, vigilados por el Ojo Que Todo Lo Ve.

Diez años desde su formación y la población del Valhalla Dimensional no había hecho más que crecer. Aquella microsociedad de exdimensionales sin líderes, sin gobierno, sin partidos políticos, sin policía, sin prisiones, sin niños, sin escuelas, sin límites de ningún tipo, funcionaba increíblemente bien. Aquella distopía fundada recién estrenado el segundo milenio por unos cuantos dimensionales insensatos, a día de hoy muertos ya debido a la aplicación sistemática de sus propias reglas de asesinato legal y ojo por ojo vengativo, convertía en anacrónico cualquier acercamiento hippy sesentero a una sociedad libre e igualitaria y era un imán para todos aquellos dimensionales amantes de lo diferente, de lo absurdo, de lo raro o los que buscaban el placer embadurnado de dolor o la felicidad al borde del abismo.

Los Moradores del Valhalla Dimensional habían huido del mundo, del Multiverso de la Desigualdad Recalcitrante como le llamaban ellos, de razas y clases, de megaricos y ultrapobres, de capitalismo exacerbado y absurdo crecimiento perpetuo, de países ricos que cuentan y países miserables prescindibles, en fin, de la estúpida y decadente democracia de las megacorporaciones, y habían acabado en aquella microsociedad violenta, brutal, histriónica, pero chispeante de libertad, iguales los unos a los otros. Pero iguales de verdad, no como cuando el utópico marxismo devino comunismo para demostrar que algunos cerdos son más iguales que otros (George Orwell dixit).

Se trataba, sin duda, de una auténtica anomalía, digna de estudio. En el Valhalla Dimensional, situado a doscientos metros de profundidad, no había luz natural ni lluvia, no existían las estaciones, ni hacía frío ni calor, pero dimensionales que no se habían adaptado a la vida en sociedad en el Multiverso que les había tocado vivir, habían decidido hacer de aquel insólito lugar su hogar. Si bien es cierto que en ninguna parte del Multiverso la libertad de cada cual se ejercía hasta sus últimas consecuencias como allí, no era menos cierto que tampoco existía otro lugar donde la vida de una persona tuviera al mismo tiempo un mayor y un menor valor. En este sentido, el Valhalla dimensional era el heredero directo del viejo oeste americano. Pero sin sheriffs ni marshals. A pesar de todo, el Ojo por Ojo funcionaba a la perfección. La ventaja era que allí, al contrario de lo que ocurría fuera, en el mundo que todos conocemos, la vida de cada morador valía lo mismo que la de cualquier otro y que todos, absolutamente todos, eran iguales ante la muerte, sobre todo ante la muerte violenta. El más adinerado tenía las mismas posibilidades de ser asesinado que el vagabundo más arrastrado y sus asesinos, las mismas posibilidades de morir por el Ojo por Ojo.

 

Mike Blackness. Fragmento nº 9. Santo Gabriel recibe una visita inesperada

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No sabemos si en esa misma dimensión y a esa misma hora pero seguro que en otro lugar, al parecer, en su apartamento, Santo Gabriel tiene una invitada. Es rubia y alta. Es joven. Y, por supuesto, es guapa. Es una hermosa muchacha que, ahora mismo, está feliz y contenta, disfrutando de la velada, riéndose con las increíbles historias que le cuenta su anfitrión. Se llama Megan. Están tomando champán francés. Van por la segunda botella y eso también cuenta. Y el caviar y las exquisitas fresas con nata que se ha zampado antes. Santo Gabriel sabe tratar a las mujeres, de eso no hay duda.

El apartamento es de lo más lujoso y elegante. Suelo de mármol Macael, tan blanco y tan pulido que refleja el valioso mobiliario que descansa sobre él. Paredes y techos artesonados. Muebles clásicos art déco y algunas piezas modernas lacadas en blanco o realizadas en metacrilato en una combinación virtuosa. Sofás de terciopelo, tan cómodos que podrías vivir en ellos. Piezas míticas inolvidables completan el mobiliario: Butaca Eames, tumbona Le Corbusier, mesa de centro Noguchi. Preciosas lámparas situadas estratégicamente dotan a la estancia de una iluminación magnífica, creando espacios propicios para la distensión y la confidencia. Finalmente, en las paredes, algún lienzo clásico mezclado con gracia con obra moderna. Ese salón podría ser el resultado de un fino trabajo de algún interiorista de categoría, o quizás el dueño del apartamento posee un gusto exquisito, un sentido perfecto del equilibrio y una gran sensibilidad para la belleza, en cualesquiera de sus formas.

La velada avanza según lo previsto. Santo Gabriel y su hermosa acompañante han ido a cenar a un restaurante excelente y ella ha aceptado tomarse la última copa en el apartamento de él. La copa se ha transmutado en Dom Pérignon, caviar, fresas. Es lo que tiene salir con tipos con clase, que hacen de una cita una experiencia inolvidable. En aquel salón tan espléndido, el placer de sentirse rodeada de cosas bellas y armoniosas, la conversación fantástica de él, esas fábulas, fantasías o, quién sabe, hechos verídicos que él cuenta, y el champán que la embriaga, todo ello ejerce un influjo irresistible sobre la joven.

El aspecto de Santo Gabriel también hace lo suyo. Impecable, con su traje a medida, su camisa italiana, su seguridad personal y las maneras del que lo tiene todo controlado. Santo Gabriel no posee ese rostro bello, a veces aniñado, del que se prendan las mujeres de toda condición, pero, sin duda, es atractivo. Tiene una personalidad arrolladora y unos ojos profundos e inteligentes. Es esbelto, vigoroso, y sus movimientos son elegantes y precisos. Irradia un magnetismo insuperable. El proceso de seducción casi ha terminado. El éxito es notable. Santo Gabriel besa a su partenaire en la boca. Es un beso que preludia y condensa lo que vendrá inmediatamente después. Megan responde activamente, y el ardiente beso se convierte en sí mismo en una versión mini del acto de hacer el amor. Ella, extasiada, siendo como es, una romántica incorregible, estiraría ese instante durante siglos, preferiría morir violentamente que separarse de su apasionado amante.

Llaman a la puerta.

Es en serio, llaman a la puerta. Megan y Santo Gabriel no se lo pueden creer. Tardan en salir del embrujo. Quizás pensaban que no existía nada más que ellos dos allí, excitados en grado sumo, fundidos en un abrazo eterno, unidos por el deseo y la esperanza cercana de la consumación del acto sexual, quizás cada uno a su manera y quizás con gustos dramáticamente diferentes, quién sabe, pero, en todo caso como si esta fuera la última vez en su vida que van a hacer el amor, en vez de tratarse de la primera. Pero al otro lado de la puerta sigue estando el mundo. Y llaman con insistencia. Parece que nunca van a parar de aporrear esa puerta, de tocar el timbre una y otra vez. Alguien sabe que están allí y no va a haber descanso hasta que esa puerta, finalmente, se abra de par en par.

Santo Gabriel no puede impedir un rictus de fastidio en su cara. Intenta sonreír a Megan pero no lo consigue. Ella sigue todavía en otro planeta, está un poco borracha y obnubilada por todo lo que ha acontecido hace unos escasos momentos y ahora se arregla la vestimenta como puede, con una sonrisa boba en la boca. Santo Gabriel se levanta, se dirige con presteza al lavabo, se limpia la cara de los rastros de pintalabios, y se peina con las manos, se mira un momento al espejo y se encamina a la endiablada puerta, que hace tanto escándalo que parece que tenga vida propia.

¿Quién coño es y qué manera es esa de llamar a la puerta de gente decente?, pregunta Santo Gabriel amablemente (es un eufemismo, claro), a través de la puerta, sin la menor intención de abrirla.

¿Es usted Santo Gabriel?

¿Quién pregunta por él, si puede saberse?

Soy el Comisario Jefe Christopher Warren, de la DDNY.

Ah, qué interesante. ¿Y cómo puedo saber que es usted realmente quien dice ser?

Buena pregunta. Sin entrar en disquisiciones filosóficas que inviten a la introspección y a preguntarse cada cual si somos realmente quienes creemos ser, podría usted hacer algo mucho más prosaico, y a la vez más sencillo, como mirar por la mirilla de la puerta y observar mi rutilante placa de policía.

Ya la estoy viendo. No hace mala pinta. ¿Y qué es lo que quiere, agente?

Comisario Jefe, si es usted tan amable.

Pues eso, Comisario, ¿qué quiere de mí? ¿Piensa detenerme? ¿Tienen algo en mi contra? ¿Alguna cosa que ignoro, que escapa a mi conocimiento?

¿Es usted Santo Gabriel?

A veces me llaman así.

Tan sólo deseo hacerle algunas preguntas.

Ah, si se trata de eso, no le importará pasar en otra ocasión. Tengo invitados y estoy muy ocupado en este momento.

Mire, podemos hacer esto por las buenas o por las malas. En el primer caso, usted me invita a entrar amablemente y charlamos un rato. En el segundo supuesto, hago subir a mis agentes inmediatamente, les ordeno que tiren la puerta abajo y le llevo detenido a la División Dimensional de Nueva York. En ambos casos usted acaba hablando conmigo. Usted decide el lugar y la forma.

Santo Gabriel no contesta pero abre la puerta. Haga el favor de pasar, está usted en su casa, Comisario, le dice, dándole la mano y conduciéndole al salón principal donde se encuentra Megan, un tanto desconcertada. Hace las presentaciones y el Comisario Jefe Warren se sienta en una butaca enfrente del sofá donde está sentada la chica y donde presumiblemente se sentará el anfitrión.

¿Le apetece una copa, whisky, ginebra tal vez? O, si está de servicio, como me temo, quizás prefiera, no sé, agua, ¿un café?

He observado que tiene descorchada una botella de buen champán francés. Esa clase de brebaje no interfiere para nada con mis quehaceres previstos para hoy. Si no considera que estoy abusando de su hospitalidad, aceptaría una copa.

Eso está hecho, dice Santo Gabriel, sacando la botella de un cubo de hielo cromado y preguntando con un gesto a Megan si ella quiere otra copa. Ante la negativa de la joven que está, como mínimo, incómoda con la situación, acaba sirviendo dos copas, una para él y otra para su invitado sorpresa. Bueno, Comisario, le dice, sentándose delante de él, al lado de Megan, usted dirá.

Le agradezco su amabilidad, dice el Comisario Jefe Warren, después de paladear el Dom Pérignom. Esto está delicioso. Le felicito, tiene usted un gusto exquisito, echando un vistazo a la estancia, luego a su copa y, finalmente, a Megan. Antes de explicarle a qué se debe mi visita, déjeme preguntarle cómo desea que le llame, porque lo de Santo Gabriel resulta un poco incómodo y suena demasiado rimbombante.

Gabriel está bien.

Eso está mejor. Pues, Gabriel, sucede que estoy al mando de una unidad de policía dimensional, la DDNY, y mis agentes me han informado de que usted es, por supuesto, dimensional, pero, además un dimensional un tanto especial.

¿Y si le dijera que yo no soy dimensional, Comisario?

Teniendo en cuenta que en la División llevamos tiempo investigándolo y su dimensionalidad está totalmente comprobada por mis agentes y fuera de toda duda, que usted negara esa evidencia me preocuparía sobremanera y, al mismo tiempo, podría inducirme a desconfiar de usted. Imagínese, podría llegar a plantearme la posibilidad de que usted fuera un delincuente dimensional, Dios no lo quiera, y, teniendo en cuenta que yo me dedico a perseguir a criminales de esa índole, esto podría acabar muy mal para usted.

¿Podría decirme, por favor, de qué está hablando, agente?, interrumpió Megan, a la que ya se le había pasado bastante el efecto del champán y estaba cada vez más nerviosa.

Comisario Jefe Christopher Warren de la DDNY. Pero puede llamarme, simplemente, Comisario.

Megan: Qué quiere decir con eso de que Gabriel es un... dimensional? ¿Es algo... malo? Me está asustando, Comisario.

No se alarme, señorita, no es nada siniestro. Resulta que, mezclados entre la gente normal, hay unos pocos individuos que, como aquí su amigo Gabriel y yo mismo, tenemos la capacidad o la desgracia, según se mire, de despertarnos cada mañana en un universo diferente. A diferencia del resto de seres humanos que viven en una sola dimensión, nosotros vivimos en un Multiverso.

Perdone, ¿no se estará usted burlando de mí? Porque no le veo, maldita, la gracia, dijo Megan, recelosa y enfadada, mirando alternativamente al Comisario y a Santo Gabriel, que ponía una cara de culpable de libro.

En absoluto, querida. Existen, existimos. Ya lo creo que sí. Y muchos de esos dimensionales son criminales y otros, como yo, los perseguimos. Mi visita inesperada de esta noche, importunándoles a ustedes, cosa que lamento muchísimo, forma parte de mi trabajo. Tengo que hacerle unas preguntas aquí, a su amigo dimensional, para asegurarme de que él no es uno de esos criminales.

Oye, Gabriel, si esto es una broma, ya basta. Porque me voy a casa ahora mismo, dijo Megan, mirando a Santo Gabriel, ya muy alterada y asustada.

Comisario, no entiendo a qué viene hablar de su trabajo de policía, de dimensionales, de criminales, delante de mi invitada. Ella no sabe de qué va todo esto. Y, como puede observar, está muy impresionada. La está asustando. ¿Qué le parece si Megan se va a su casa como ella misma ha sugerido y usted y yo continuamos charlando tranquilamente?, dijo Santo Gabriel, levantándose.

Siéntese, Gabriel, dijo, elevando la voz, el Comisario Jefe Warren. De aquí no se mueve nadie hasta que yo lo diga. Tranquilícese, señorita. No le va a pasar nada. Tengo a mis agentes ahí fuera, esperando. Si alguno de ustedes intenta abandonar este apartamento sin mi consentimiento irá directo a la Comisaría y pasará como mínimo una noche entre rejas. ¿Lo han comprendido?

Sí, dijo Megan, con el rostro crispado, mordiéndose la comisura de los labios, totalmente amedrentada.

De verdad, Comisario, todo esto es innecesario, dijo Santo Gabriel, intentando persuadirle con su mejor cara.

Yo decido lo que es innecesario y lo que no lo es. ¿Va a dejarme continuar, amigo Gabriel, o desea que acabemos esta conversación en una sala de interrogatorios? Le aseguro que a mí me es absolutamente indiferente pero resultará, sin duda, mucho más incómoda para ustedes.

Continúe, Comisario, no se sulfure, dijo Santo Gabriel, intentando apaciguar los ánimos.

Se lo agradezco. ¿Sería usted tan amable de servirme un poco más de champán?, tengo la boca seca. Normalmente no tengo que hablar tanto. Yo, más bien, soy de actuar, dijo el Comisario mientras Gabriel, ejerciendo de buen anfitrión, le llenaba la copa. Bebió un buen trago y le dio las gracias. Como iba diciendo antes, sabemos que es usted dimensional, Gabriel. Y nos consta que es un dimensional especial. Se le atribuyen una serie de actuaciones muy confusas. Actos heroicos, intermediaciones en conflictos entre partes enfrentadas y de difícil solución, etc. En los bajos fondos dimensionales se le conoce a usted por Santo Gabriel. ¿Hay algo de verdad en todo eso? O se trata, tan sólo, de leyendas urbanas.

 

Absurdamente

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Absurdamente me he perdido

Y nadie me ha encontrado

He regresado yo solo

Por el camino más largo

Por el pasado anduve deambulando

Me entretuve con los que estaban y ya no están

Escuchándolo todo,

Todo lo que antes no supe escuchar

Allí, en tierra de nadie

Llegué a rozar el futuro con los dedos

Apenas duró un segundo

Pero casi doy la vuelta a la línea del tiempo

En donde estuve hablaba con la mirada

Y sabía conversar sin pronunciar una palabra

Yo miraba por el corazón y veía el corazón de los otros

Mirándome fijamente a los ojos del corazón

He vuelto,

He vuelto y no sé por qué lo he hecho

Quizás ahora soy más de allí que de aquí

Y no me hallo

 

Últimamente,

El mundo ha empeorado

Y me duele tanto

Lo he visto con mis ojos

Y con los ojos de los otros

Y cuando no pude más los he cerrado

Y aún así una luz roja, muy roja,

Atravesó mis párpados

Y me dejó desangrado

¿Qué te puedo decir de los hombres?

Me gustan los caballos

Son nobles, son bellos

Y tienen esa mirada inocente que te desarma

Parecen seres superiores

¿Debo abandonar otra vez este mundo?

Este mundo dejado de la mano de Dios

Donde la codicia y la avaricia suplantaron

A la compasión y  al amor por los demás

Si pudiera desaparecer en una isla desierta

Yo lo haría a mi manera

Llegaré a ella sentado en un libro de poemas

Como en una alfombra mágica

Utilizaré los versos

Para pintar los mejores paisajes

Hermosas imágenes que vivirán en mí

Durante todo el viaje

Y lanzaré los poemas más bellos

Al corazón de ciertos seres necesitados

Para que bailen la música celestial

Que yo escucho al leerlos

Cuando, por fin, llegue a mi isla, ésta será mi aeroplano

Con él sobrevolaré todo el daño que te han hecho

Y amerizaré en el bosque de lágrimas que has creado

Bucearé en esas aguas de seda

Con los ojos cerrados abiertos

Beberé de ellas, me impregnaré de ese dolor

Sintiéndolo todo, como un recién llegado

 

Mike Blackness. Fragmento nº 7. En el Valhalla Dimensional. El Ragnarök

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El Agente Especial Blackness intenta pensar, concentrarse, pero no resulta fácil cuando, a pocos metros de ti, hay gente disparando contra todo y contra todos. Hay duelos cara a cara por doquier en la calle, pero otros disparan contra las ventanas, contra las sombras, contra cualquier cosa que se mueva. Y las detonaciones se acercan peligrosamente. En ese mismo edificio hay gente disparándose por las escaleras, tan cerca que parece que los duelistas estén dentro de su cabeza. Mike se retira un momento de la ventana que da a la calle para dirigirse a la ventana trasera y es un acierto porque, en cuanto se retira, los cristales de la ventana que ha abandonado estallan. Alguien ha disparado varias veces contra su apartamento. Y los disparos en el rellano se acercan. Ya están en la puerta. La situación se está volviendo insostenible. Pero todos sabemos que las cosas siempre pueden empeorar.

Fuego.

Sí. El inconfundible olor a humo se cuela por las rendijas de la puerta de entrada. Algún pirómano descerebrado se aburría con tanta pistolita y ha prendido fuego al edificio.

Genial.

Mike se dirige a la ventana trasera y, ¿qué ve?, pues no gran cosa, porque no hay calle de ese lado. El edificio da directamente al lago artificial, algo así como un acantilado gris con ventanas amarillas construido por ingenieros ex dimensionales fundadores del Valhalla Dimensional.

Entre la espada y la pared.

Exactamente. Mike se encuentra ahora mismo entre el fuego y los tiros al otro lado de la puerta y el acantilado, el lago artificial, tres pisos más abajo.

Fuego y agua.

Y Mike se pregunta qué debe hacer. Se queda en blanco. Ah, esa indecisión, amigo mío, te puede matar. Por un lado tienes unos pistoleros esperando para dispararte, para descerrajarte un tiro, si aún respiran, y tras ellos está el fuego, fuego puro, el edificio se ha incendiado. El humo ya entra masivamente por debajo de la puerta, que arde, que se comba, que hace ruidos frenéticos que avisan de la potencia abrasadora que hay del otro lado. O sales pronto de ahí o no saldrás jamás. Para cuando el fuego lama tu piel, derrita tu carne, tus pulmones ya se habrán colapsado, tu corazón habrá dejado de latir. Ya serás historia. Historia fundida con la historia de otros.

El inmovilismo, el efecto conejo (quedarse petrificado, sin moverse, sin tirar “ni p’alante ni p’atrás”) no es una opción. ¿Queda claro? Opciones, dos: te envuelves en una manta, abres esa puerta ardiente, te enfrentas a los pistoleros, si aún siguen ahí, atraviesas las llamas sin quemarte vivo, sales a la calle, al Ragnarök, y vuelves a respirar, pero no aire puro, es aire contaminado, putrefacto, lleno de pólvora, muerte y destrucción, tropiezas con los cadáveres que decoran la calle, te embadurnas las suelas de las botas con la sangre que corre por el asfalto como si este fuera un manantial del infierno, disparas y te disparan, vives o mueres, matas o matas, cruzas el puente o no consigues cruzarlo, alcanzas la compuerta de salida o no la alcanzas, pero es igual porque no puedes salir, la Moratoria se alarga hasta el infinito. No podrás dejar atrás el Valhalla Dimensional. No podrás salvar a nadie. A Hanna. Ni siquiera podrás salvarte a ti mismo.

Interesante apreciación. Duro baño de realidad. Advertencia recibida. Amenaza registrada.

Resumiendo: esta opción no es una opción.

Mike abre la ventana trasera, elige la cara B, marca agua en el casillero. Se encarama al marco de la misma y suspira. A veces no tomas tú las decisiones trascendentales, a veces otros las toman por ti. Y no importa qué o quién lo haga, el azar, las circunstancias, un asesino apuntándote a la cara o una mujer diciéndote adiós para siempre, tú te veras abocado a lanzarte al torrente de los hechos, sin paracaídas, el pasado pasando rápidamente, en viñetas, por los ojos de tu cerebro, el presente vibrando, el futuro incierto.

 

Perseguido, perseguidor

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Ahora sé que no es así, que

Johnny persigue en vez de ser

perseguido, que todo lo que

le está ocurriendo en la

vida son azares del cazador

y no del animal acosado.

JULIO CORTÁZAR

Las lágrimas se mezclan con el sudor. La desesperación cubre todo su cuerpo como una negra burbuja. El miedo amenaza con colapsar su sistema motor y eso es algo que Johnny no puede permitir. Hay que seguir avanzando. Los perros se acercan. Ya se escuchan sus macabras risas de muerte. Sus rabiosas voces se elevan en la noche y se dispersan por todo el bosque. Detrás de los lobos amaestrados, a dos patas, los animales salvajes. ¿Humanos?, ¿personas?, no, cazadores de negros, bebedores de cerveza con rifles en la mano, almas siniestras con sed de sangre en los ojos, corazón abotargado de maldad en estado puro. Él, negro en la noche, huyendo para salvar su vida, la suya y la de su amada. No, Susan no corre a su lado, pero está en su corazón y, al mismo tiempo, allá, postrada detrás de la línea de persecución. La cabeza arde, es una fiebre que quema. El odio habita ahí y la venganza se escribirá con mayúsculas en sucio rojo de sangre sobre blanco racista. Su corazón es la cabaña del infierno y aún así hay un propósito en su loca huida. Tiene un sangriento plan de imposible ejecución y la esperanza muere con la muerte. Pero queda mucho sufrimiento que soportar y grita en la oscuridad. El alarido no sale de su garganta, es mudo en la atmósfera, no amamanta la crispación de los cánidos, pero golpea a sus propias vísceras en un viaje al interior de su cuerpo, frenético, en un eco que bombea sangre a sus piernas que aceleran, que vuelan, que pisan la tierra, que aplastan la hierba; ese bramido que adrenalina su universo de células hasta pintar una sonrisa de joker en su cara mojada.

La noche es cerrada. No hay luna blanca que enturbie la negra escena. El negro corre y los blancos acechan. La banda sonora de los perros pone música a la muerte que se ha escapado en la antesala del día. La velocidad de su cuerpo no precinta la agilidad de su mente: sus pensamientos le invaden, los recuerdos le persiguen como la estela de un cometa en su vertiginosa carrera contra la probabilidad estadística. ¿En qué piensa Johnny mientras respira agitadamente?, ¿qué imágenes le traen a la mente las doscientas pulsaciones que incrustan su corazón en su garganta? En ella piensa. En Susan y en su amor más grande que el mundo. Y eso es mucho combustible, gasolina del más alto octanaje, puro fuego que incendia su alma y le hierve la sangre, le abre las pupilas para ver lo que no se puede ver y le afila los oídos para escuchar el silencio delante y la locura detrás. Y recuerda los tiempos felices, las miradas cómplices, el enamoramiento aterciopelado que todo lo puede, el amor que se desborda, tsunami que arrastra el lodo de los prejuicios e inunda la orilla del racismo más recalcitrante de su mundo: ella es blanca y él es negro. Y viven su amor en una ilusión de universo paralelo que en realidad no existe y cuyo límite está situado en la maldad de los otros. Ellos se adoran en silencio como en una pompa de jabón, hermética creen, pero sucia por miles de miradas cargadas de odio como armas de fuego. Él se concentra solamente en Susan, en la belleza de su amor, en los destellos que le lanzaba con cada mirada. Aquel grandioso amor que le regaló ella, solo compensado por el que a su vez recibió de él.

La cacería va según lo previsto. La extenuación del perseguido corre pareja a la algarabía de los perseguidores que ya huelen la presa. La borrachera que arrastran apenas solapa el hedor nauseabundo de sus corazones, llenos a rebosar de instinto asesino y depravación humana. No hay sombra de duda en sus mentes embotadas por el alcohol y por su racismo exacerbado a partes iguales. Si acaso, sus vacilaciones no son acerca de eliminar o no a un ser humano de la faz de la Tierra, sino sobre el modo en que lo van a ejecutar: "¿lo colgamos?, o mejor, dejemos que lo devoren los perros". Las alimañas parlantes no se cubren el rostro como en los viejos tiempos, no hace falta, aquí se conocen todos; son los mismos zombies que viven una vida que no se merecen, que están tan encharcados en la podredumbre que cuando hablan escupen virus que corrompen el aire que respiramos.

Johnny sigue corriendo. Contra todo pronóstico continúa respirando. El aire entra en sus pulmones tan caliente que amenaza con reventarlos. Él, negro incandescente de la noche, reta al destino. Se mueve en la espesura como una pantera y resuelve cada encrucijada con un instinto que no parece humano. Pero todo el bosque está sangrando. Cada rama que se cruza en su camino se queda con un jirón de su piel y lo exhibe como un trofeo de ese hombre que tiene el corazón de un gigante. Su mente se empeña en seguir recordando y él no quiere porque duele más, mucho más, que las espadas de madera que rasgan su piel, llenándolas de llagas, cicatrices futuras que decorarán la gran herida que le atraviesa las entrañas. Y se niega a recordar ese infierno que rivaliza con éste que vive ahora, que empequeñece por comparación esta terrible noche. Porque han profanado territorio sagrado. Tres salvajes, tres, abusaron de su reina. La han violado sin piedad y eso es algo que altera el equilibrio de las cosas. Han clavado un puñal en el eje de la Tierra y no saldrá el sol hasta que hinque esa daga en el agujero negro donde debería encontrarse el corazón de esas fieras. Merecen la muerte. Y la muerte tendrán. Lo juro.

Pero el demoledor ataque contra la dignidad humana no acaba con la deshonra de su amada, con su daño físico, curable en una conjugación futura de tiempo y amor, ni con el daño psicológico, quizás irreparable. Ellos le acusan. Pintan un diabólico paisaje en el que él, el negro, es el violador de su propia mujer. La abominable calumnia le aplasta como una apisonadora y él no tiene más remedio que abandonar a su maltrecha amada y huir hacia el bosque. Se inicia entonces la persecución, con el sheriff a la cabeza y los tres demonios violadores como lugartenientes. No hace falta solicitar voluntarios entre la muchedumbre, por esos pagos sobra carroña dispuesta a asesinar a un negro, que sea inocente o no es un tema meramente anecdótico. Y Susan violentada, estigmatizada por intimar con un negro, salvajemente agredida y terriblemente humillada, queda confinada, vigilada, amenazada de muerte si osa abrir la boca para liberar la verdad de la jaula de esa sociedad podrida, y acusar a los culpables por cometer el pecado mortal de existir en el mismo mundo que ella. La desesperación más absoluta amenaza con corregir esa aberración, empuñando ella misma su muerte o dejándola penetrar en su cuerpo libremente. Ella, blanca, se ve negra de luto por su negro, blanco de blancos de negro corazón.

De repente Johnny se para en seco, detiene su carrera agónica. ¿Qué ha ocurrido? ¿Está agotado y no puede continuar? ¿Ha escuchado, tal vez, los latidos de un animal salvaje que se aproxima o ha sentido un precipicio delante de él, una muerte en vertical que no se deja ver? No, la interrupción es intencionada, el azar no tiene nada que ver con esto. Lleva tres horas corriendo, ya es suficiente. Su mente calculadora le avisa de que ya están todos (él y sus perseguidores) suficientemente lejos del pueblo (y de ella). Comienza la segunda parte de este juego mortal y confía en llevar la ventaja necesaria para continuar adelante con su maquiavélico plan. El sitio es el idóneo para desaparecer. Mira hacia arriba y su cuerpo sigue ágilmente a su mirada escalando con destreza el árbol origen. Y con gran esfuerzo tiende un puente de rama en rama, de árbol en árbol, a una altura tal que aleje su olor del suelo mientras que se acerca peligrosamente a sus perseguidores. Cuando se ha distanciado lo bastante del lugar donde se pierde su rastro, concluye su periplo aéreo y vuelve a pisar tierra firme. No es tan firme y es lo que anhelaba encontrar para proseguir con su obsesiva idea: aterriza en una sucia y maloliente charca, tan perfecta y tan llena de barro que mientras escucha el estruendo de la jauría tan cerca que aterra, no puede parar de temblar de alegría, de miedo, de frío, presa de un ataque de nervios que amenaza su supervivencia. Se serena apenas lo justo para desnudarse completamente y guardar cuidadosamente toda su ropa (que no llega a mojarse y que mantiene todo su olor) en una bolsa que llevaba consigo y que delata, traidora, la premeditación de su plan. Una vez despojado de sus telas humanas, congelado, convertido en un acosado animal salvaje, se cubre de barro y se entierra en él, dejando unos diminutos orificios para respirar y escuchar. Y espera.

No tardan más que unos pocos minutos en pasar de largo a escasos metros de distancia, los rastreadores, siguiendo la pista que se truncará un poco más adelante. Vivir o morir depende a veces de tan poca cosa, piensa Johnny, enterrado en el fango, y el destino o el azar, ahora lo sabe, rige nuestras vidas más que nuestras propias decisiones. Deja pasar un tiempo prudencial y se incorpora de su lecho de lodo como un espectro se levanta de su tumba. Con la bolsa de ropa debajo del brazo, no huye aprovechando que se encuentra a la espalda de los cazadores (ni siquiera se lo plantea), ahora se dispone a perseguir a sus perseguidores. Lo que empezaron otros lo acabará él.

Embadurnado con ese barro que enmascara su olor, Johnny se mueve en silencio detrás de la marabunta que le busca inútilmente. Los paletos justicieros han perdido el rastro pero, como si estuvieran programados, se separan unos de otros para abarcar más terreno y siguen hacia adelante convencidos de que están dando caza al negro muerto de miedo, que huye despavorido dejándose la piel en el camino. Son incapaces, tan siquiera, de sospechar que Johnny está detrás, que mientras ellos creen que le están acorralando, él se mueve en la sombra, acosándoles a ellos y le están facilitando las cosas. Si no fuera por la gravedad de lo que va a acometer y porque el destino de su vida y la de su amada está en sus manos, Johnny esbozaría una siniestra sonrisa al pensar en la paradoja que se desarrolla en esa noche macabra. Pero no sonríe. Ahora Johnny es un depredador que acecha a sus presas. Y no le vale cualquier animal de los que van por delante. Él solo tiene que ocuparse de los tres que han osado tocar la piel mágica de su diosa. Las otras ratas no le interesan. Tienen su permiso para seguir arrastrándose.

El primero de los violadores se queda petrificado al ser derribado por aquel demonio más negro que un abismo sin almas. El maldito cobarde lo confunde con un fantasma de la noche y está a punto de desmayarse de miedo, pero cuando Johnny, sentado a horcajadas encima de él, le llena la boca con el barro que le supura de la piel, en un torbellino de furia y violencia desmedida, reconoce con terror aquellos ojos incendiarios que ya lo están matando. Johnny observa, furibundo, aquella mirada de hiena asustada y no puede evitar experimentar un enorme placer al golpearle en la cara con una piedra tan grande como su mano, dejándole sin sentido al instante. Seguidamente, le despoja de todas sus ropas y extrae alguna de sus propias prendas de la bolsa, para ponérsela acto seguido al desgraciado. Una vez hecho esto, empuña el enorme cuchillo del hombre que ha dejado aturdido, y se lo clava en una mano, en la otra, agujereando sistemáticamente el cuerpo de su presa, pretendiendo poner un especial cuidado en que ninguna de esas cuchilladas sea mortal, con el fin de que se desangre lentamente, sin salvación posible. Pero es tanta la desesperación, la rabia acumulada y el terrible dolor por su mujer ultrajada, que entra en un paroxismo que le obliga a taladrar el cuerpo del condenado como un poseso. Al final, Johnny recupera el control y cesa en su orgía satánica. Es entonces que eleva su cara ensangrentada al cielo estrellado y, en completo silencio, aúlla disculpas a Dios por hacer lo que hace, por haberse transformado en un salvaje inhumano que destroza con sus propias manos a otro salvaje.

Los compinches del degenerado que yace medio muerto agujereado y ahogándose en su propia sangre, no corren mejor suerte que él. O quizás sí, porque Johnny, ahora experto asesino, se muestra más considerado con sus siguientes presas y les acuchilla comedidamente, sin arrebatos diabólicos, con control, pensando en el dulce final que les tiene reservados. O quizás no, porque ese epílogo es, si cabe, aún más espantoso. Johnny cambia ligeramente el modus operandi con su tercera y última captura y, después de dejarlo agonizando, se lava parsimoniosamente en un charco grande de agua que reflejaba como una película muda el atroz asalto; a continuación se pone las ropas que había arrebatado al pobre infeliz. Finalmente, ya vestido, se queda un instante observando a su víctima postrera y, antes de iniciar el camino de regreso al pueblo, con el fin de recoger a su ahora inmaculada diosa y llevársela lejos de ese infierno, grita con todas sus fuerzas, en una apoteósica catarsis que le sirve para dejar allí al demonio en que se había convertido; ese terrible diablo que él mismo detesta en lo más profundo, pero rigurosamente necesario para llevar a cabo su sanguinaria venganza y salvar sus vidas en blanco y negro. Y el aullido esta vez sí que se puede oír en todo el bosque, se eleva y se propaga por todas partes, aturdiendo a los cazadores racistas y llamando a los perros, que acudirán prestos a su cita con los tres cuerpos que esperan pacientemente a ser devorados.

 

Cinco años, cuatro meses, tres días

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Cinco años cuatro meses y tres días. Ciertamente, hace mucho que no me acercaba por aquí.

Muchas cosas han pasado.

Lágrimas que se han derramado y risas que se han compartido.

El inexorable paso del tiempo.

Durante estos cinco (¿cien?) años, desde luego que han intentado acabar conmigo, con todos nosotros, pero, como dijo Morfeo en esa sala imponente abarrotada de almas en la ciudad subterránea de Sión, último reducto de libertad de los seres humanos en Matrix Reloaded, (¡qué maravilla de película, qué espectáculo del cine!):

¡¡¡AÚN SEGUIMOS AQUÍ!!!

Y lo digo escuchando a Leonard Cohen, cuando hace mucho que nos dejó y ahora es leyenda. Pero nos quedan sus libros, sus poemas y, sobre todo, su música.

¿Sabes?, el día negro (rojo que diría la adorable Audrie en Desayuno con Diamantes) en que murió el poeta, fui a un Karaoke con mi novia y ya en el escenario dije: va por ti, Leonard, y canté: If it be your will, una de mis favoritas, aunque hay tantas...

Así fue.

Algo así como un homenaje.

Y después me enteré de que Kelley Linch, ex amante que le llevaba todos sus asuntos profesionales, le había arruinado y, no sé si fue por eso y si es así habrá que agradecérselo profundamente, el caso es que el genial cantante, después de haber estado un montón de años inactivo, quince sin salir a la carretera y los últimos cinco viviendo como un monje budista en un templo en un monte angelino, se lanzó a componer como un loco y en sus últimos años de vida sacó cuatro discazos de estudio, primero Old Ideas, pero, sobre todo, Popular Problems, You want it darker y Thanks for the dance, éste póstumo, que son descomunales, a mi juicio los tres últimos mejores que los tres primeros de su carrera, allá por finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando yo estaba entretenidísimo, haciendo cosas de lo más trascendental (para mí, claro), por ejemplo, dedicándome en cuerpo y alma a mi nacimiento.

No ha llovido desde entonces.

Y ojo que Suzanne, So long, Marianne y The partisan, canciones míticas, casi himnos, son de esa primera época, pero cuando escuches You want it darker, It seemed the better way, Leaving de table y Steer your way entenderás de lo que te estoy hablando. Y póntelo bien alto, que esa voz sabia, penetrante, rota, cavernosa, lo impregne todo, que te invada hasta lo más profundo.

Pero es que durante estos cinco años no sólo ha muerto Leonard Cohen, también nos dejó David Bowie, George Michael, Prince...

Hostia puta, todos demasiado pronto.

Todos, monstruos de la música.

Y encima no fui capaz de ir a verles en concierto cuando aún vivían, algo que se me antoja vergonzoso, inaceptable para alguien como yo que venera a esos tipos audaces, que son capaces de saltarse el guión previsto de vulgaridad e insipidez en que estamos inmersos la mayoría de los mortales, y tienen el talento y la valentía de hacer algo cojonudo, diferente, virtuoso, y alegrar la vida de millones de personas todos los putos días. Joder, pero si es que por fin iba a ir a ver a Prince en concierto, (venía a Barcelona, te lo juro). Pero no pudo ser. Al menos, a George Michael lo vi en vivo. Y estuvo bien, con esa fantástica voz que tiene, que tenía. Pero es que es pop y, francamente, el pop ya no me dice nada. Es que ni siquiera escucho a Madonna o a Michael Jackson. Tan sólo a Prince de vez en cuando. El caso es que, con los años, me he vuelto mucho más rockero, qué se le va a hacer, no me lo tengas en cuenta. Así que, básicamente, sólo escucho rock, blues, jazz y clásica.

Claro, es que cinco años dan para mucho.

Mucha música, mucho cine y mucha literatura.

Sí, música, sí.

Y mira que ya no me compro discos. Es que Spotify es la leche. Y es verdad que pienso que la tecnología y esta nueva vida que nos ha proporcionado está muy bien pero luego tú tienes que decidir qué utilizas y qué no. Y yo estoy de puta madre sin tele (¿quince años?), sin Netflix ni series que te hipotequen el día, sin Facebook, sin Twitter, sin Instagram, ni siquiera tengo WhatsApp (y mis amigos me lo reprochan constantemente, a veces me miran como si fuera un neardental), y es verdad que si consigo pasta (vendiendo cosas, no hay de otra) y me voy un par de años a recorrer mundo, tendré que instalar esa dichosa aplicación en el móvil para comunicarme con mis seres queridos, (mi economía no creo que dé para llamadas internacionales). Recientemente mandé la subscripción de la Vanguardia a tomar por saco, ahorrándome de paso otros quinientos pavos al año, y ahora sólo leo lo que me interesa en la web.

Pero Spotify es diferente. Qué diez euros al mes más bien gastados.

Y he ido a conciertos, eso sí. Un montón. Primavera Sound, Sonar, Roger Waters, Mark Knopfler, Depeche, blues, jazz, Liceo, Auditorio, Rachmaninov... Fuimos a ver un concierto de unos chavales de Nashville en la sala Rocksound después de salir de Razzmatazz de un concierto de Juan Perro, y no sé si es que porque estábamos muy borrachos pero disfrutamos como enanos. Rock supervitaminado, en un sala minúscula, a medio metro de los músicos, a un volumen descomunal. The Tip se llaman. Brutales. Y me fui con mi novia a Copenhague a ver a LCD Soundsystem, también delante de todo, a un metro de James Murphy, qué tío más talentoso. Vino a pinchar a Razzmatazz cinco horas tremebundas con un lujazo de música y allí estuvimos nosotros. Bestial. Y qué decir de los dos conciertos de Nick Cave en Barcelona. Sí, Nick Cave, yo diría que mi cantante preferido vivo, el roquero más auténtico y más carismático que ha parido madre. Y qué manía tiene el tipo de meterse entre el público e ir a parar invariablemente a donde esté yo, en el forum no se le ocurre otra cosa que ponerse a cantar en el respaldo del asiento delante de mis narices, te lo juro, estaba justo allí, en precario equilibrio, no se me cayó encima porque Dios es grande, y en el último concierto se saca una versión monumental de Stagger Lee, y aparece delante de mí, empujándome y diciendo: “Go, go, go”. Memorable.

Y cine, claro.

Y es cierto que cuando estoy hecho polvo, ya sabes, deprimido (en realidad no sé bien, bien, que es eso de estar deprimido, me refiero a nivel enfermedad, con pastillas y todo eso, que debe de ser algo terrible, pero con la depresión me ocurre igual que con el aburrimiento, no los conozco de primera mano, no me he aburrido en mi puta vida), bueno, en todo caso, cuando tienes un día de mierda, pues, lo que hago, lógicamente, es prepararme, bien entrada la noche, un sandwich o cualquier cosa que me zampara cuando era pequeño (esa nostalgia de la infancia, los olores, los sabores...), y ponerme, ya sabes, otra vez, Pulp Fiction o Kill Bill o Sin Perdón, el Padrino, Matrix, Casablanca, Salvar al soldado Ryan o algo de Chaplin o Blade Runner por quinceava vez...

Y me deja como nuevo.

Y al día siguiente vuelve a salir el sol.

Pero es que en estos cinco años de cine la cosecha ha sido francamente magnífica. Ya sé que los hay que piensan que cualquier cosa del pasado fue mejor pero yo discrepo, pocas películas de las llamadas antiguas soportan un nuevo visionado, pocas, muy pocas. Y hoy se hace buen cine. Whiplash me viene a la cabeza, del 2014, me gustó, pero la mejor del año, Birdman, me encantó, absolutamente genial, creo que me la pongo hoy cuando vuelva del Camp Nou. Del 2015 El puente de los espías, cine clásico pero bien hecho y La juventud de Sorrentino, casi tan buena como La grande bellezza, un auténtico espectáculo y, sobre todo, Mad Max, furia en la carretera, con una Charlice Theron furiosa, descomunal y una pelea chica-chico de las mejores de la historia del cine. Pura adrenalina. Para auténticos frikis. Del 2016 La la land me gustó muchísimo y mira que odio los musicales, no puedo con ellos, esa escena última con lo que pudo ser y no fue es portentosa, la mirada de Ryan Goslyn inolvidable. Del mismo año, La llegada está genial, Villenueve, de los mejores directores actuales, sin duda, y Hasta el último hombre muy buena, Mel Gibson como actor no me mata pero como director tiene auténticas joyas. Déjame salir es divertidísima, la segunda mejor película del 2017, humor ácido, corrosivo, inteligente, y una crítica social nada disimulada. La mejor es Tres anuncios en las afueras, una auténtica obra maestra. Todo, el guión, la intensidad dramática, los personajes al límite, las interpretaciones gigantes. Me pone los pelos de punta, ahora mismo voy a añadirla a mi lista. Cómo puede ser que aún no esté ahí, donde le corresponde por derecho propio. 2018 nos dejó Green Book quizás no tan buena como las otras pero entrañable y con una interpretación magistral de Mahershala Ali y Bohemian Rhapsody, fantástica para los incondicionales, como yo, de la mítica banda. Si hay algo que, de verdad, de verdad, me duele es no haber podido ver a Freddy Mercury en directo. En fin, eran otros tiempos y yo tenía por aquella época muchos problemas, no estaba para fiestas ni conciertos. Por no tener no tuve ni adolescencia, Creo que no me tomé mi primera copa ni fui a una discoteca hasta muy tarde, rondando ya los treinta años, es que hasta que no prohibieron el tabaco en lugares públicos era imposible, yo no podía respirar. Del 2019 aún no he visto Historias de un matrimonio, El irlandés, Le Mans 66 y Jojo Rabbit que tienen, todas, una pinta fantástica, pero es que Érase una vez en Hollywood de Tarantino ya es una delicia y 1917 me ha alucinado, con ese plano secuencia inacabable en tiempo real, una auténtica joya y la escena de noche en la ciudad derruida y con el protagonista escapando entre esas luces de los bombardeos que vienen y van y con una banda sonora divina es de un virtuosismo y de una belleza estremecedora. La verdad es que se me saltaban las lágrimas en mi butaca. Y qué decir de Joker, es una obra maestra, el ritmo, el guión, el crescendo imparable hasta el final de la película y no pienso decir una palabra de la apoteósica interpretación de Phoenix, oscar inapelable, pero si es que al final el director consigue hasta que empatices con el psicópata asesino... Menuda cosecha, la del 2019. En fin, como veis el cine está en plena forma. Y encima hacen unas series de gran calidad, yo sólo he visto dos: Whatchmen, moderna y estilosa, muy bien hecha, con buena música, original y muy divertida y True detective, obra maestra, me parece que es la mejor serie que he visto en mi vida, con un Woody Harrelson bárbaro y un Matthew Mcconaughey majestuoso, me he visto su interpretación del primer capítulo un montón de veces.

Y literatura, por supuesto.

Ya ves como me enrollo, es que la música y el cine son muy importantes para mí. Quizás es que había perdido la costumbre de comunicarme por aquí. Y eso que me dejo la literatura. Que es a lo que más me he dedicado. Y voy a intentar contenerme y nombrar el mínimo de libros aquí y ahora porque si no esto sería inacabable. Resulta que desde que dejé mi empleo de trader en la Bolsa de Barcelona y dejé de ganar dinero a espuertas tuve que dejar de gastar fortunas en el fnac comprando libros y discos pero, mira tú, descubrí que en el precioso y recién reformado Mercado de San Antonio te puedes hinchar a comprar libros por una tercera parte de ese dinero. Y es lo que he estado haciendo estos cinco años. Cada domingo me llevo cuatro o cinco libros, (cuando no son diez) y claro, mi colección ha aumentado una cosa bárbara, creo que en estos cinco años me he comprado 800, 900, quizás más de mil libros. Un día, si me da el punto, haré una foto de alguna estantería de mi biblioteca y la subiré al blog, es que es una preciosidad. Pero me preguntarás: ¿te has leído algo de todo eso? Pues, desde luego que no me los he leído todos, todavía no, pero, entre los que he acabado y los que no, pues, a lo mejor me he empapelado 300, 400, quizás 500 en estos cinco años. Que tampoco está mal. Y digo que entre los que he acabado y los que no, ya que es bien cierto que unos cuantos los he dejado a medio leer, porque, oye, que tampoco esto es una penitencia, si no te gusta lo que lees, pues, lo dejas y ya está, no pasa nada, que no estamos aquí para batir ningún récord. Y te voy a poner un par de ejemplos para que me entiendas mejor. Hará un par de meses me dio por leerme todas las novelas del Nobel Ishiguro. Por orden tal como las escribió. Una detrás de otra. Cosa que no me llevó más de dos o tres semanas. El caso es que la sexta, Nunca me abandones, no me enganchó y la dejé a medias. También es cierto que había visto la adaptación en cine y eso me destrempó un poco. Pero el caso es que las otras seis novelas me encantaron, al igual que Nocturnos, su libro de relatos, que ya había leído anteriormente y en cambio ésta, pues, no pudo ser. Y me ha pasado esto con todo tipo de escritores, incluso con mis favoritos. Otro ejemplo. A mi Cortázar me apasiona, más sus cuentos que sus novelas. Cortázar es brillante, virtuoso, de un dominio del lenguaje impresionante y dotado de una imaginación infinita. De hecho, para mí es el mejor escritor de relatos de todos los tiempos, junto con Borges, pero mucho, mucho más prolífico. El caso es que he leído todas sus novelas, Rayuela, El libro de Manuel, Los premios, pero con 62 Modelo para armar iba por la página 70 y algo y lo dejé. También es verdad que Cortázar no te lo pone fácil, ya llevaba casi 80 páginas y todavía no sabía de qué iba la novela. Un día de estos lo volveré a intentar, a ver qué pasa. Para escritor difícil, Faulkner, debo de tener una docena de libros del genial premio novel del sur de los Estados Unidos. El Ruido y la Furia, mi favorito, es una obra maestra pero te puede volver loco, literalmente, leerla, todos esos sucesos en los diferentes momentos de la vida de los personajes relatados sin solución de continuidad, como si fueras el Dr. Manhattan y pudieras vivir toda los momentos de tu vida a la vez. Una barbaridad. El caso es que me puse con Absalón, Absalón (que los críticos la ponen al nivel de El ruido y la Furia, que no te lo crees ni tú), y cuando llevaba más de dos terceras partes del libro, lo dejé. Ya no podía más, el coronel Sutpen y toda su prole me tenían hasta las narices. No me caían bien y no me interesaba en lo más mínimo lo que ocurrió con sus miserables vidas. Y encima esa escritura tan complicada, tan recargada, frases que ocupan páginas enteras... Pues eso, que si algo no te gusta pues lo dejas y a otra cosa, mariposa.

Y eso me hace pensar en Mac y su contratiempo, una novela que leí recientemente de Enrique Vila-Matas, quizás el mejor escritor que tenemos actualmente en España. Me encantan las novelas inteligentes, que te exigen, y ésta lo es, sin duda, es brillantísima. En ella el autor, un tío muy leído, hace referencia a decenas de escritores y es un gustazo haberlos leído a casi todos y entender perfectamente de lo que te está hablando, básicamente del proceso de escritura. La trama de la novela no viene al caso pero al protagonista, un tipo peculiar donde los haya que nos cuenta la historia en forma de diario personal engañándonos, en primera instancia, acerca de su situación actual (me encanta esto, el narrador mintiéndonos, engañándonos o engañándose a sí mismo, estoy trabajando en una obra que profundiza en esa idea), no se le ocurre otra cosa que querer reescribir una novela de juventud de un escritor famoso que es vecino suyo. Y tiene tela, porque esa novela está estructurada en forma de capítulos que pueden ser leídos como relatos independientes pero que a la vez forman un todo (claro, yo también he estado dándole vueltas a algo así), Y encima, cada uno de ellos está escrito, a modo de homenaje creo yo, en el estilo de los grandes maestros del cuento (Borges, Carver, Cheever, Hemingway, etc) y encabezados por el epígrafe correspondiente. Ingenioso, ¿eh? El caso es que en cada capítulo de la novela que el Mac del título quiere reescribir, llega un momento en que el texto se vuelve farragoso, y aparecen unos, y cito textualmente: “fragmentos densos y calamitosos de los párrafos inaguantables cuando no directamente ebrios”. Y ahí quería llegar, mis queridos amigos desconocidos e invisibles, que ya lleváis 3000 palabras aguantándome (pero, bueno, también es verdad que hacía cinco años que no me dirigía a vosotros desde esta tribuna improvisada), porque esos fragmentos insoportables que tan bien describe Vila-Matas por mediación de su protagonista abundan, desgraciadamente, en las novelas de hoy en día, y, en realidad, en las de todos los tiempos. Sí, eso que te pasa a menudo cuando te pones a leer una novela que comienza muy bien, super interesante, y en la que pones muchas expectativas y, de repente, entras como si dijéramos en la Tierra Media Tolkiana, y te empiezan a meter un montón de tonterías que no vienen a cuento, paja en la albarda que diría mi madre, y tienes que tragarte un montón de hojas totalmente prescindibles para llegar al final de la historia o directamente poner el ventilador como hace a menudo mi santa progenitora, responsable al cincuenta por ciento de que esté aquí ahora dándoos la tabarra (ya sabes, pasar páginas sin leerlas o simplemente hojearlas, quién no lo ha hecho alguna vez, o un montón de veces). Porque nos gusta que nos cuenten historias pero necesitamos conocer el final de esas historias, a menos que seas un masoquista de esos que adoran a Bolaño y que le perdonan que no sea capaz de acabar una maldita novela. Entiendes ahora a Borges cuando le preguntaban una y otra vez (qué pesada es la gente) por qué nunca escribió una novela y contestaba que por dos razones básicamente: primero por su incorregible holgazanería, y segundo porque como no se tenía mucha confianza a sí mismo, le gustaba vigilar lo que escribía y eso, desde luego, es mucho más fácil con un cuento, por su brevedad, que con una novela. Vamos, que con el género de la novela uno se presta a divagar y se nos hace muy difícil a los escritores aplicar tijeretazo (con lo que cuesta escribir algo decente y encima tener que ser disciplinado y recortar páginas y páginas ya escritas porque realmente sobran en la historia). Vila-Matas además de profundizar en Mac y su contratiempo en la controversia de la voz única que tratan de conseguir todos los escritores en contraste con el típico plagio de estilo de los grandes novelistas consagrados que es lo único que consigue la mayoría, vuelve a esos fragmentos una y otra vez y los llama: “momentos mareantes”. Me encanta. Así que, a partir de ahora, cuando, en medio de una novela, entre en ese pantano chapucero de verborrea intrascendente, en vez de ponerme de mal humor, pensaré en que se trata de un momento mareante y quizás eso hasta me arranque una sonrisa.

Venga, vamos al grano.

Vaya, cualquiera que haya estado escuchándome, leyendo todo eso que hay por ahí arriba, puede tener la tentación de pensar que no he estado haciendo otra cosa que escuchar Spotify, ver películas y leer novelas durante estos cinco años.

Pues nada más lejos de la realidad, mis queridos amigos, también he tenido que trabajar como vosotros y pagar las putas facturas.

Y he estado escribiendo.

Que es de lo que se trata.

Como decía Vila-Matas en Lejos de Veracruz, otra de sus novelas: ”A fin de cuentas lo único que soy es un asesino, un asesino que mata la vida escribiendo...”. Chulo, eh?

Y como habéis sido increíblemente persistentes y siempre que se me ha ocurrido entrar en el blog he encontrado a gente leyendo mis cosas, y eso que mis mejores escritos no están subidos a la página, voy a corresponderos y subir estos días algunas de las composiciones que más me gustan o de las que me siento más orgulloso, al fin y al cabo ya hace que las llevé al registro de la propiedad intelectual (tendréis que perdonarme pero cualquiera que se considera artista y que es capaz de crear algo que cree digno de ser expuesto a los ojos de los demás, no está exento de cierta vanidad).

Ah, se me olvidaba, y lo más importante, también voy a ir subiendo al blog algunos fragmentos de la última novela que tengo acabada (estoy trabajando en otras tres, pero no pienso adelantar nada de ellas hasta que las acabe, si Dios quiere en este 2020, un año que queda muy guay y suena muy futurista pero que ya está aquí). La novela en cuestión se titula Mike Blackness, tiene 600 páginas (así que se la desaconsejo a los amantes de la brevedad y los relatos cortos) y resulta que, después de ser rechazada sistemáticamente por las grandes editoriales, algo que era totalmente previsible, para qué vamos a engañarnos, a mi no me conoce nadie y lo primero que te pregunta esa gente es cuántos seguidores tienes, cuántos me gusta y todas esas chorradas, y a mí no me va esa movida, finalmente me la ha aceptado una editorial pequeñita pero muy digna, Ediciones Camelot, y saldrá a la venta el día 8 de febrero, que casualmente coincide con la presentación de la novela que haré en el Fnac Las Arenas en la Plaza España de Barcelona ese sábado, día 8 de febrero, a las siete de la tarde.

¡¡¡Estáis todos invitados!!!

 

Huída hacia las montañas del norte

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Cazadores extrahumanos

están cazando luceros,

cisnes de plata maciza

en el agua del silencio.

FEDERICO GARCÍA LORCA

Antes de juzgarles con excesiva severidad

debemos recordar que nuestra propia especie

ha destruido completa y bárbaramente,

no solo especies animales, sino otras razas humanas.

H. G. WELLS

La guerra de los mundos

Aparecieron sin más. Tan solo unos segundos antes, el cielo era el mismo y reconocible techo de nuestro mundo que había visto todos los días de mi vida; un instante después, se llenó de aquellos pájaros plateados y ya nada volvería a ser igual. Brillaban tanto al reflejar la luz del sol que parecían llenos de vida. Nada más lejos de la realidad: aquellas naves alienígenas venían cargadas de muerte. Al menos eso fue evidente desde el principio. Nos consideraban tan inferiores que ni siquiera intentaron engañarnos. Inutilizaron nuestra red de telecomunicaciones con suma facilidad y comenzaron el ataque inmediatamente. Todas las guerras son terribles, pero esta vez se trataba de luchar por la supervivencia como especie. Aquellos seres venían dispuestos a colonizar nuestro mundo. Quizás querían apropiarse de nuestras materias primas o tal vez reducirnos a esclavos, pero yo me temía lo peor, estaba convencido de que pretendían acabar con nuestra raza, iban a forzar nuestra extinción para quedarse con nuestro planeta. Nuestra mayor pesadilla se había convertido en realidad. Habíamos visto tantas películas de ciencia ficción en las que éramos atacados por una raza venida del espacio exterior que, en cierta manera, estábamos familiarizados con el tema. Así que, cuando pasaron los primeros momentos de estupefacción y horror, cuando nos dimos realmente cuenta de que aquello iba en serio y pudimos sacudirnos de encima el pánico, nos empezamos a organizar y se formó algo así como una gran resistencia a nivel mundial, en la que todos los seres de este planeta éramos soldados con un único deber: echar a los invasores de nuestro mundo.

Yo no era diferente, o quizás sí, pero desde luego no pensaba eludir mi obligación que era, sin duda, morir al intentar salvar a nuestra raza. No obstante, primero debía llevar a mis hijos gemelos a las montañas del norte y dejarlos a salvo con mi abuelo paterno, un monje que vivía aislado del mundo, en unos parajes de imposible acceso. Yo sabía muy bien como llegar hasta allí. Había pasado veinte largos años de mi vida en aquellas montañas. Desde los trece a los treinta y tres años me había dedicado a entrenar duramente mi cuerpo y mi mente en una antigua disciplina mística, olvidada por el resto de los mortales.

Tenía que darme prisa, no había tiempo que perder. Preparé a mis hijos y cogí lo indispensable para echarme a la carretera. Evidentemente desestimé la idea de utilizar cualquier vehículo para llegar al norte, no habría tenido ninguna posibilidad, los alienígenas nos habrían atrapado con facilidad acabando con nuestras vidas. El objetivo estaba claro: ir a campo traviesa, eludiendo las carretera intentando, en la medida de lo posible, no toparme con las fuerzas invasoras. No tuve tiempo de despedirme de vecinos, compañeros, ni antiguas novias, la posibilidad de salvar a los gemelos corría pareja con la aceleración de mis movimientos y con la aplicación sistemática de todo lo aprendido en mis años de entrenamiento. Habría sido una quimera intentar hablar con alguien en aquellas circunstancias. La gente estaba totalmente histérica, corría de un lado para otro sin sentido. El pánico estaba arrasando a mis congéneres casi tanto como las naves estelares. El rumor del fuego y la destrucción se acercaban. Partí.

Para llegar al bosque tuve que pasar por algunas zonas residenciales e industriales que habían sido atacadas y bombardeadas. Maldita visión espantosa. Era inenarrable el sentimiento que me desgarraba por dentro. La muerte se había convertido ya en la principal moradora del planeta. Que los gemelos contaran con apenas dos años y medio era al mismo tiempo un problema y un alivio. Constituían un peso considerable en la parte del arnés que iba en mi pecho, pero equilibraban las provisiones y enseres que llevaba a la espalda. Además yo era poseedor de la fuerza de un tractor y de la agilidad de un felino, tenía treinta y seis años y la mayor parte de mi vida la había pasado en las montañas, intentando llegar a los límites de mi fortaleza física sin conseguirlo, y entrenando mi mente en disciplinas fuera del alcance de la mayoría de seres de este mundo. Por otra parte, al ser tan pequeños, mis hijos no entendían nada de lo que estaba ocurriendo. Les había dicho que nos íbamos de excursión y a ellos todo les parecía un juego. Un juego lleno de malignidad que había llegado a través de los cielos, una ruleta de muerte que nos había caído encima como un asteroide letal.

La primera noche en el bosque no fue tal. Había tantas explosiones a nuestro alrededor, fuegos artificiales para los gemelos, que más que noche era día. No importaba, tenía que descansar. Programé mi mente para dejar un diez por ciento alerta y dormí abrazado a mis hijos. Soñé con su madre. Una vez más. Murió al nacer ellos. Sacrificio intolerable, inherente a su condición de progenitora leal. Yo deseé morir también, pero estaban ellos y ese amor que sentía por ella se desvió hacia sus pequeños cuerpecillos y me irradió de manera irreversible, dándome la fuerza de cien mil soldados.

Era temprano, muy temprano, la atmósfera amaneció roja y el cielo estaba poblado por estrellas metálicas, inoportunamente llegadas del más allá. Inicié la marcha, los gemelos hermosamente dormidos en mi pecho. Caminé por el bosque entre mis amigos los árboles, los pájaros, los pequeños roedores, y notaba su tristeza, percibía su abatimiento. El mundo entero sufría, herido de muerte. Para mí atravesar aquellos parajes era como una terapia, casi como volver a la infancia. Yo conocía el bosque, amaba el bosque. Ignoraba de cuanto tiempo disponía antes de que acabaran los bombardeos y los invasores iniciaran la ofensiva terrestre, ¿uno, dos días? Apreté el paso.

¿Por qué a nosotros? ¿Por qué nuestro mundo? ¿El azar, la mala suerte, el destino? ¡Qué más da! Quizás fuimos nosotros mismos con nuestras antenas y nuestras señales buscando vida exterior. Ingenuos. Qué locura confiar en la bondad de los seres de este universo. Nunca entendí ese afán por comunicarse con otras razas, ese sentimiento de soledad que experimentaban ciertos científicos y que les obligaba a buscar vida más allá de nuestro sistema solar. A mí ya me bastaba con lo que teníamos. Sólo necesitábamos regar nuestro jardín y amar a nuestros semejantes. Ya era tarde. Había que sobrevivir.

Antes de encontrarme con ellos, noté su presencia. Mis habilidades mentales se estaban afilando, ya era cuestión de poco tiempo que funcionaran a su máxima potencia. Eran como una docena entre grandes y pequeños, huían por el bosque sin destino fijo, estaban aterrorizados. Les miré a los ojos y éstos estaban más muertos que los parientes que habían dejado atrás. Les vi incapaces de sentir piedad por los demás, apenas echaron un vistazo a mis niños. Estaban perdidos de verdad. Seguramente morirían de sed o de hambre si antes no los encontraban los invasores. Yo no podía hacer nada por ellos, me era imposible guiarles, tenía que poner a mis hijos a salvo. Los dejé atrás, apesadumbrado, y seguí mi camino.

Aquel primer día después del inicio del ataque alienígena, detecté con el radar de mi mente más grupos aislados pero los evité, variando imperceptiblemente mi rumbo, deslizándome por el bosque como un velero en el mar agitado por el viento. No quería enfrentarme a aquellas caras de pánico, me negaba a verles absolutamente destrozados, sin el menor atisbo de esperanza en sus ojos. Era demasiado castigo para mí y necesitaba todo mi autocontrol para conseguir llegar a mi destino, la Montaña Mágica.

Después de dar algo de comer a los pequeños y de nutrirme yo mínimamente, conseguí dormir un poco aquella segunda noche. No soñé. En medio de la oscuridad me desperté sobresaltado. Noté unas presencias extrañas no demasiado lejos de allí. Había comenzado la invasión terrestre. Programé mi mente para eludir a toda costa la confrontación directa antes de tiempo. Tenía que evitar encontrarme con aquellos seres y llegar lo antes posible a mi meta. Para no ser descubierto, prolongué el sueño de los gemelos enviándoles unas suaves órdenes mentales y me moví sigilosamente dando un rodeo al lugar donde habían aterrizado los demonios. Les vi a lo lejos. Tenían una forma similar a la nuestra, caminaban sobre dos extremidades inferiores con cierta dificultad, quizás por el aparatoso traje que llevaban, el cual les aislaba del exterior. Alrededor de lo que debía ser su cabeza o lo que fuera que contenía su cerebro, llevaban como una especie de burbuja de cristal. No debían respirar nuestra atmósfera. Desaparecí.

Ya no paraba ni para comer. En aquella huida constante hacia adelante, me alimentaba del olor de mis pequeños, de su amor incondicional, de sus lindas caritas mirándome, sonriéndome en contraste con la devastación que iba encontrando a mi paso. Ellos me otorgaban la fuerza divina para caminar sin descanso veinte, treinta horas, sin desfallecer, estrujando mi mente para esquivar una y otra vez al enemigo mortal. Cuando aparecían naves en el cielo rastreando ferozmente, me fundía en un abrazo con un árbol hermano, respiraba pegado a su corteza y llegaba a formar parte de él. Mi alma pura resultaba ilocalizable para sus monstruosas máquinas.

Llevaba casi cuarenta horas seguidas sin parar, mi cuerpo y mi mente necesitaban un descanso. Encontré un agujero en un árbol que me podía servir de escondrijo perfecto por un par de horas. Era todo lo que necesitaba. Dormimos allí los tres, fundidos con el árbol, protegidos por él. Soñé. Debí soñar. Yo me estaba observando a mí mismo y a mis gemelos mientras dormíamos. Pero no sé si era yo realmente. Tenía aquella especie de pecera en la cabeza y estaba enfundado en el traje espacial. Desde la profundidad del sueño, desde las raíces del árbol, abrí los ojos y vi aquel ser que era yo, dentro del traje y con el casco de cristal en la cabeza. Y miré aquellos ojos que eran y no eran mis ojos, pero que estaban llenos de odio y de maldad. Y de su boca/mi boca salían unos sonidos inesperados, ininteligibles, pero amenazantes. Mi corazón percutió con fuerza para despertarme. Salí a la noche.

Mi abuelo vivía. Lo supe horas antes de llegar a la entrada imposible de la Montaña Mágica. Noté su aflicción, pero ni rastro de desesperación. Percibí su serenidad. Me alivió y las últimas horas volaron como volaban los pájaros de este mundo antes de que aparecieran los invasores del espacio. Me recibió su larga y sabia barba blanca, su cuerpo enjuto de cien, doscientos años, y nos abrazamos los cuatro largamente. No fue necesario darnos explicaciones, estaba todo explicado hacía horas. Un día pasé con él, recuperándome, recordando tiempos pasados, tiempos felices. Vio en mi interior mi amor por la madre de mis hijos. Entendió los tres años de separación. Aquel anciano sagrado y mis criaturas eran en realidad mi mundo. Pero debía ir a salvar el mundo y conseguir que siguiera existiendo para cuando crecieran mis hijos. En la despedida besé a mis gemelos y las manos poderosas de mi abuelo, las mismas manos que aplastarían a cualquier intruso que lograra encontrar casualmente la entrada acorazada a aquel paraíso.

Inicié el camino de regreso hacia la furia asesina de los depredadores galácticos. Los últimos pensamientos de mi abuelo, los más poderosos, resonaban en mi cabeza: "tú tienes la fuerza, tú tienes el poder", "esos monstruos son débiles, acaba con ellos, bórralos de los cielos de nuestro planeta", "ése es tu deber, ésa es tu misión en este mundo, para eso has sido concebido y entrenado", "persigue tu destino, un destino unido irreversiblemente a la vida de millones de seres que están luchando, que están resistiendo, que están esperando un milagro, ¡ese milagro eres tú!”.

Estaba buscando un medio de transporte que me permitiera llegar hasta ellos con rapidez y sin llamar demasiado la atención y lo encontré apenas dejé atrás la puerta encantada a la montaña sagrada. Una patrulla de soldados invasores había dejado su pequeña nave sin vigilancia. La confisqué, aprendí su funcionamiento en unos segundos y puse rumbo hacia la nave principal, que controlaba la parte septentrional de mi planeta. No fue difícil localizarla. En seguida percibí la presencia de cincuenta mil seres dispuestos a bajar a tierra firme y ejecutar a los supervivientes de aquel monstruoso bombardeo que había durado cuatro días. Los mismos cuatro días que necesité para poner a los gemelos a salvo y entender, con la ayuda de mi abuelo, que era yo el elegido para poner fin a aquella devastación. La culpabilidad me atenazaba. Si lo hubiese comprendido antes podría haber salvado la vida de millones de almas. No debía dejarme abatir con esos terribles pensamientos negativos, aún eran más los millones cuyas vidas dependían de mí. Debía cumplir mi misión.

Apenas entré en aquella nave, hice dos cosas simultáneamente: la primera, introducirme en sus mentes y paralizar su instinto de desintegrarme nada más verme, la segunda, observarles detenidamente unos instantes sin sus trajes. Eran bípedos, poseedores de unos cuerpos largos, algunos con rebosantes depósitos de grasa de todo punto innecesarios, músculos grandes y muchísimo pelo en el cuerpo, los machos más que las hembras. En esencia parecían animales de carga, más que criaturas inteligentes. De hecho, se asemejaban a sus primitivos antepasados mucho más de lo que ellos creían, a juzgar por unos pensamientos que yo percibía con total claridad. Pero lo que me llamaba realmente la atención, lo que me tenía absolutamente perplejo, eran sus cabezas enanas, incapaces de albergar un cerebro mínimamente decente. Era increíble que aquella raza de guerreros, con sus minúsculos cerebros en absoluto poderosos, hubiera estado a punto de someter a mi planeta.

Una vez satisfecha mi curiosidad, me dirigí a sus mentes directamente: "Mi nombre es XK71.28-E, soy Centrípeta del planeta Ohmios de la Galaxia Omega, planeta que intentabais colonizar y del cual pretendíais exterminar toda vida inteligente y enterrar a miles de millones de seres hasta hacer desaparecer a mi raza del Universo. Humanos, que os hacéis llamar personas, no sois merecedores de esos nombres que os atribuís, sois culpables de genocidio, conspiración para erradicar razas enteras de este universo, desprecio por la vida y la salud de los planetas, crueldad intolerable, delirios de grandeza, ansias de poder, egoísmo exacerbado, avaricia abominable y ausencia total de empatía y compasión. Yo, cumpliendo con mi destino y con los designios sagrados de mi mundo, os condeno a muerte". Sin más, hice explotar sus repugnantes cincuenta mil cabecitas.

 


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Mis películas preferidas

  1. Sin perdón de Clint Eastwood
  2. Blade Runner de Ridley Scott
  3. Pulp Fiction de Quentin Tarantino
  4. Kill Bill de Quentin Tarantino
  5. Django desencadenado de Quentin Tarantino
  6. Matrix de los hermanos Wachowski
  7. Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet.
  8. Drive de Nicolas Winding Refn
  9. Magnolia de Paul Thomas Anderson
  10. Gattaca de Andrew Niccol
  11. Casablanca de Michael Curtiz
  12. El Padrino de Francis Ford Coppola
  13. Uno de los nuestros de Martin Scorsese
  14. Salvar al soldado Ryan de Steven Spielberg
  15. Stoker de Park Chan-Wook
  16. La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks
  17. Birdman de Alejandro González Iñárritu
  18. Una canción del pasado de Shainee Gabel
  19. La vida es bella de Roberto Benigni
  20. Un hombre soltero de Tom Ford
  21. Tiempos Modernos de Charles Chaplin
  22. Memento de Christopher Nolan
  23. Candilejas de Charles Chaplin
  24. Mientras nieva sobre los cedros de Scott Hicks
  25. Alta fidelidad de Stephen Frears
  26. Thelma y Louise de Ridley Scott
  27. Amor a quemarropa de Tony Scott
  28. Mulholland Drive de David Lynch
  29. El gran Lebowski de los hermanos Cohen
  30. Watchmen de Zak Snyder
  31. Apocalypto de Mel Gibson
  32. Tropic Thunder de Ben Stiller
  33. Madre de Darren Aronofsky
  34. La vida secreta de Walter Mitty de Ben Stiller

"Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera"

Ana Karenina León Tolstói

"Está bien ser uno mismo, pero sin exagerar"

Shinzaemon Shimada, samurai del film 13 asesinos de Takashi Miike

"La felicidad no es una estación término, es una manera de viajar"

Margaret Lee Runbeck

“He sido un hombre afortunado: Nada en la vida me fue fácil”

Sigmund Freud

"De Ezequiel 25:17. El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del valle de la oscuridad porque él es auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahveh cuando caiga mi venganza sobre ti!"

Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) Pulp Fiction

No he podido evitar ponerlo en el blog, me encanta. En una ocasión, cuando trabajaba de fotógrafo, le estaba haciendo una sesión a un muchacho y no se me ocurre otra cosa que ponerme allí en medio del parque a recitarle el texto de memoria. Todavía me acuerdo de la cara de perplejidad del chaval. No sé que pensó de mí. Nada bueno seguro.

Claro, el chico se llamaba Yahveh, por eso le monté el show. Gracias hermanita! Qué memoria!

"Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.
¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor.

No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible.

Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra."

Clarice Lispector

"La auténtica patria del ser humano es el lenguaje"

Wilhem v. Humboldt

Ama tu ritmo y rima tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.

Ama tu ritmo..., Rubén Darío

Sobre la nieve se oye resbalar la noche.

La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.

De una mirada encendí mi cigarro.

Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando,
miro la estrella que humea entre mis dedos.

Noche, Vicente Huidobro

Mis pasos en esta calle
Resuenan
En otra calle
Donde
Oigo mis pasos
Pasar en esta calle
Donde
Sólo es real la niebla.

Aquí, Octavio Paz

El corazón del pájaro
El corazón que brilla en el pájaro
El corazón de la noche
La noche del pájaro
El pájaro del corazón de la noche

Si la noche cantara en el pájaro
En el pájaro olvidado en el cielo
El cielo perdido en la noche
Te diría lo que hay en el corazón que bulle en el pájaro

La noche perdida en el cielo
El cielo perdido en el pájaro
El pájaro perdido en el olvido del pájaro
La noche perdida en la noche
El cielo perdido en el cielo

Pero el corazón es el corazón del corazón
Y habla por la boca del corazón

En, Vicente Huidobro

El diamante de una estrella
ha rayado el hondo cielo,
pájaro de luz que quiere
escapar del universo
y huye del enorme nido
donde estaba prisionero
sin saber que lleva atada
una cadena en el cuello.

Cazadores extrahumanos
están cazando luceros,
cisnes de plata maciza
en el agua del silencio.

Fragmento de El diamante
Federico García Lorca

Días y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde cantas.
Te he buscado por el tiempo arriba y por el río abajo.
Te has perdido entre las lágrimas.

Noches y noches te he buscado
Sin encontrar el sitio en donde lloras
Porque yo sé que estás llorando.
Me basta con mirarme en un espejo
Para saber que estás llorando y me has llorado.

Sólo tú salvas el llanto
Y de mendigo oscuro
Lo haces rey coronado por tu mano.

Poemas póstumos 3, Vicente Huidobro

Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?

Fragmento del Canto I de Altazor, Vicente Huidobro

Dices que repito
algo que he dicho antes. Lo volveré a decir.
¿Lo volveré a decir? Para llegar allí,
para llegar donde estás, para llegar desde donde no estás,
tienes que ir por un camino donde no hay éxtasis.
Para llegar a lo que no sabes
tienes que ir por un camino que es el camino de la ignorancia.
Para poseer lo que no posees
tienes que ir por el camino del desposeimiento.
Para llegar a lo que no eres
tienes que ir por el camino en que no eres.
Y lo que no sabes es lo único que sabes
y lo que posees es lo que no posees
y donde estás es donde no estás.

Fragmento III del poema "East Coker", de los «Cuatro cuartetos» (Versión de José María Valverde) T. S. Eliot

"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar"

Cortázar

ACERO Y PLATA DE LUNA


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