Menudo invento, el Spotify. Me paso el día conectado, escuchando novedades a diario, empapándome de música clásica de una manera como nunca soñé. Y es que tienes tanto donde elegir. Es como si te compraras, pon tú, cien cd’s al mes y después devolvieras noventa. Y esos diez que has elegido se van a tu colección, que en este caso es una lista de reproducción magnífica, perfectamente ordenada en tu Iphone, en tu ordenador, donde sea. Y claro, con tanto tiempo dedicado a escuchar música no incluida en mi colección, mi queridísimo lector de cd’s y los potentes amplificadores y altavoces están ahí, apartados, cogiendo polvo. Aparatos descomunales adquiridos en otra época, en aquellos felices años en que yo era un hábil derrochador y ahora claramente infrautilizados. Ya volverán tiempos mejores para ellos, cuando el ciclo económico de un giro copernicano y pueda intercambiar playlist por cd’s. Porque, al fin y al cabo, cada uno es como es y a mí me encanta poner un cd en el aparato, como antes me flipaba poner un disco de vinilo en el tocadiscos. A los que tenéis cuarenta o más, qué nostalgia, ¿eh? Ahora, los jóvenes no tienen posibilidades de sentir nostalgia ni nada parecido. Todo va tan rápido. Pero sí, en cuanto pueda, me compraré esos cd’s elegidos entre cientos o miles.
Hace que no hablo de mi música. Y tengo pendiente hacer una de esas listas que tanto me gustan, aunque sólo sea para mí. Y no es fácil. Para empezar, ¿de qué haría la lista?, ¿de mis músicos preferidos o de mis discos preferidos? No sé, pensaré sobre ello. Últimamente he escuchado a Leonard Cohen con su último disco, que me parece soberbio y también la famosa Novena Sinfonía de Dvorák que es magnífica y también las Sinfonías de Mahler, que no me entusiasmaron aunque seguiré intentándolo y también he chafardeado a gente un poco más moderna como Emeli Sandé, que tiene personalidad y voz, no como esa chica, Lana del Rey, que tiene tan poco talento. Me encanta Breaking the Law y cuando me he dignado a salir de casa para ir al gimnasio y he pasado por delante del olor de los jazmines del Seminario, me he puesto en más de una ocasión Smoke And Mirrors y Somebody That I Used To Know de Gotye. Y algunos otros de mis últimos acompañantes han sido Bon Iver, Lianne La Havas con su No Room For Doubt a medias con Willy Mason, la elegante Kimbra, ésta sí que tiene talento, voz y futuro, con Good Intent y Settle Down, los originales Dead Man’s Bones con el grandísimo actor Ryan Gosling a la cabeza, Maria Callas con algunas arias escogidas y Franco Batiato con su Nómadas, que me trae tantos recuerdos. Con todo esto han tenido que bregar mis oídos en los últimos tiempos. Cuando no estoy bajo el agua estoy sumergido en música. Qué se le va a hacer. Pero a quién más he escuchado y con diferencia ha sido a Rachmaninov. Va a rachas. En otra ocasión le tocó a Chopin. El caso es que me he empapado de su música. Y no voy a hablar del famoso compositor romántico de música clásica y uno de los mejores pianistas que ha dado la historia. No. Me limitaré a mencionar las piezas que más me han gustado de entre los preludios, estudios, conciertos para piano, sinfonías y piezas varias que he escuchado.
Los estudios para piano de Rachmaninov son una maravilla y qué decir de los preludios, pero hay que elegir y yo me quedo con el Etude-tableau Op.39 Nº8 en Re menor. Me encanta, es precioso. Ojalá pueda adquirir la técnica para tocarlo algún día. De los preludios, me quedo con el Preludio Opus.32 nº5 en Sol mayor y el Preludio Opus.23 nº4 en Re mayor. No sé cuál me gusta más de los dos, delicadísimos. Morceaux de fantaisies Op.3: nº 1, Elégie in Mi sostenido menor es otra de mis piezas preferidas. Me la recomendó mi profesora de piano y me pondré con ella, creo, después de una pieza de Chopin que estoy preparando por mi cuenta y de otro estudio que estoy estudiando ahora mismo con ella y que es, definitivamente, la pieza corta que más me gusta: Etude-tableau Op.33 Nº8 en Sol menor. Es sublime. Incomparable.
De las piezas largas me gustan menos las sinfonías y más, mucho más, los conciertos para piano y orquesta; paso mucho tiempo con ellos. El famoso Concierto nº 1 es bestial, no hay duda pero hay más. Ya tenía bastante con haber compuesto el precioso Concierto nº 2, una verdadera barbaridad y de las piezas más interpretadas del repertorio actual. Pero es que luego no se le ocurre otra cosa que componer el fantástico Concierto nº 3 para piano inmortalizado en la genial película de Scott Hicks, Shine. Lo habré escuchado mil quinientas veces por lo menos y es casi, casi, mi obra preferida de Rachmaninov. En 1940, tres años antes de morir, compuso Las Danzas Sinfónicas.
Es un bendición que existan Las Danzas Sinfónicas. Histórico momento en que le llegó la inspiración a este hombre de nombre mítico y compuso esa maravilla de música. He escuchado las Danzas Sinfónicas tumbado, con los ojos cerrados, con un altavoz conectado directamente a mi corazón y se me derramó la felicidad por la cama y por el suelo y creo que le cayó un poco a la vecina de abajo, y las he escuchado, escribiendo mis poemas y los mejores versos se los debo a él sin duda, que me iluminó con esa música celestial. He llorado y he respirado como en una montaña llena de luz y de oxígeno puro y me he emocionado con su belleza tanto como es posible, sin perder la consciencia. Es una apoteosis tal que no deseo otra cosa que empaparme de ella una y otra vez, y quiero estar en una sala de conciertos, y escucharla interpretada por una orquesta de primera magnitud y no me importa si tengo que ir a Australia o a Marte pero lo haré, y abriré los ojos y los cerraré y dejaré abiertas de par en par las ventanas de mi alma y fabricaré el mejor recuerdo posible para que esté ahí en un pedestal, junto con los principales momentos de mi vida.